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Sobre los conflictos de las parejas

Violencia de género

 

(Mi opinión es fruto de mis vivencias personales y profesionales, entiendo por ello que quizás muchas personas puedan discrepar)

Tema en pleno debate, espinoso y controvertido, aunque desgraciadamente es evidente su  actualidad, entre los distintos especialistas no existe un claro acuerdo sobre cuando un acto es puramente violencia de género, o la violencia entre géneros es resultado de otra sintomatología.

¿Que entendemos como violencia de género?:

 Se trata de una violencia que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo. Constituye un atentado contra la integridad, la dignidad y la libertad de las mujeres, independientemente del ámbito en el que se produzca.

Ahora, ¿todo acto contra las mujeres es violencia de género?

Es aquí donde yo discrepo.

Ciertamente vivimos en una sociedad donde el papel de la mujer ha sido menospreciado y, aunque actualmente ha ido cambiando a mejor, aun ciertos sectores de población (y en algunos países más que otros) esta manera disgregadora de ver a los individuos sigue vigente.

La cultura y sociedad patriarcal en la que basamos todo nuestro funcionamiento ha propiciado este tipo de actitudes: el hombre era amo y señor, de bienes materiales e individuos; teniendo el uso y disfrute de ambas cosas por igual.

Los terapeutas sabemos que dejar atrás una actitud o comportamiento por obsoleto, no significa hacerlo rápida y satisfactoriamente. En el ámbito personal, esta situación crea confusión en el individuo: sabe que lo antiguo no le sirve pero aún no sabe cómo desenvolverse.

maltrato

Viéndolo desde un aspecto más social, aunque el cambio se está produciendo desde hace tiempo, en ciertas situaciones se enfrentan la antigua postura representada por el hombre machista (Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres) y la nueva, por la mujer que no quiere seguir manteniéndola.

Esta sería la violencia de género por excelencia, sin embargo, creo que se está haciendo apología sobre el tema, simplifican la situación sin apreciar el daño que pueden estar haciendo con ello.

Hay diferentes aspectos que es conveniente tener en cuenta:

-¿no hay mujeres que también hacen violencia de género? ¿Cuándo se habla de ello? Las mujeres somos más propensas a causar daño psicológico (cuando se trata de daño físico, solemos ser más sibilinas, utilizando el envenenamiento). Los hombres maltratan psicológicamente y físicamente (el más visual y evidente)

adicción

-¿Cómo influyen las drogas en este tipo de situaciones?

-¿la violencia domestica (la que incluye o es exclusiva a los hijos) se considera también de género?

Cuando un individuo, indistintamente de su género, utiliza su fuerza (ya sea física como psicológica) contra otros seres incapaces de oponer resistencia, ya sea por su condición corporal (algunas mujeres, niños, incluso otros hombres) como por suestado emocional o psicológico, debería ser tratado con el mismo peso de la ley, ya sea la llamada violencia de género o simplemente violencia. Todo ser humano debe ser protegido.

niños

Cuando una mujer es maltratada por un hombre, antes de empezar a utilizar etiquetas, sería más conveniente instaurar medios de protección y estudiar cada caso de manera personalizada.

Estamos utilizando el término “violencia de género “con demasiada facilidad, incluso creo que políticamente clasificar a todos los conflictos en los que un hombre daña a una mujer con esta etiqueta, puede ocasionar una perpetuación de situaciones, ya que se aplican las mismas soluciones a problemas de distinta índole.

Bastantes de los hombres maltratadores tienen problemas de adicción, normalmente de alcoholismo; sin embargo no se enfoca este tema. Es muy diferente tratar a un hombre machista que a un adicto.

Se suele hablar de la necesidad imperiosa de que las víctimas de malos tratos reciban ayuda psicológica para poder seguir con sus vidas. Olvidamos, que todos los maltratadores, no sólo deben pagar ante la ley por los abusos cometidos, sino que tanto para su propio bien, como para el del resto de la sociedad, ellos también deberían acceder a terapia psicológica. No sólo debemos castigar si no rehabilitar. Por nuestro futuro y el de nuestros hijos, empieza a ser ya hora de tratar cada caso como lo que es.  Muchos de ellos se podrían solucionar poniendo en tratamiento a estas personas y para ello, deben estudiarse todos los casos, no etiquetar y punto.

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El “no” que es “sí”

Cuando me planteé escribir este artículo, me apareció en primer lugar la necesidad imperiosa de levantar una lanza a favor de todas las mujeres que durante mucho tiempo hemos tenido que escuchar y soportar la creencia de “las mujeres cuando dicen no, quieren decir sí”.

Como en muchos aspectos de mi vida, de entrada siempre me aparece la rebeldía y la queja; posteriormente, gracias al tiempo invertido en conocerme y aceptarme (vamos, a los años de trabajo y crecimiento personal), sin esfuerzo se hace figura la razón genuina donde se sustenta el deseo de abrazar este tema: existe verdaderamente un decir “no” cuando muy interiormente es el “sí” quien quiere faithhacer acto de presencia y su manifestación es más evidente para el que lo escucha que para el que lo está diciendo. Eso sí, esta actitud no es exclusiva de las mujeres aunque en ciertos temas podría ser más habitual.

Ya he explicado alguna vez que la sincronicidad es algo habitual en mi vida, actualmente este es uno de los temas en los que se hace patente. Últimamente me aparecen situaciones, personas en consulta, lecturas, películas que me hablan del tema. Por este motivo, cuando un aspecto se hace constantemente figura en mi vida, he aprendido a tomármelo en serio y explorarlo más detenidamente.

Adentrándome en él y sin esfuerzo, veo claramente que el miedo es la emoción básica que rige la mala gestión de esta polaridad.

¡Cómo no! ¡Don Miedo, el gran protagonista!

– El se apoya en las ganas de cumplir el deseo. No importa ahora mismo hacia quién o hacia qué, lo fundamental es esa aspiración, pretensión, avidez, sueño o apetencia que se tiene.

– El NO se asienta en el miedo a conseguirlo o satisfacerlo ya que alguna o algunas experiencias anteriores han sido difíciles de gestionar o nos han proporcionado gran dolor y conflicto.

El dolor ha sido tan grande que la única manera que nuestro YO cree tener para seguir adelante es bloquear el deseo y olvidarse conscientemente aunque, naturalmente, resulta imposible borrarlo completamente; permanece encubierto, aparentemente aletargado, esperando una oportunidad.

Hay una parte de nosotros que sigue luchando por conseguir lo anhelado, en un lugar oculto, escondido y difícil al que llegar si no queremos. Sin embargo, la energía que desprende atraviesa el velo con el que lo cubrimos y se hace sentir en el otro. Somos como aquel niño que se tapa los ojos mientras dice convencido: “no estoy”.

Al principio, el bloqueo puede ser tan profundo que cualquier situación que pudiese desencadenar su consecución es totalmente evitada, la fuerza nos empuja a decir con mucho convencimiento: “Esto no es lo que quiero, no me hace falta, estoy bien sin ello”. Nos posicionamos, reafirmamos y seguimos adelante sin detenernos.

Con el paso del tiempo, la parte oculta, el deseo escondido y no aceptado va cogiendo más peso, se hace más imperioso, ansioso, hambriento. Empieza a buscar las grietas de su cárcel y de manera sutil, casi imperceptible, gana terreno. Energéticamente empieza a hacerse presente. Se inicia el juego.

En este momento quizás no se busca la situación que nos podría llevar a la satisfacción, sin embargo, nuestra energía clama y el universo responde poniendo delante una circunstancia que lo facilitaría. Aparentemente, se sigue diciendo un no, aunque las acciones que lo acompañan pueden hacer dudar al respecto: frases con dobles sentidos, acciones dudosas, incapacidad para poner ciertos límites. Se busca de una manera inconsciente la confirmación de que eso sería posible y, sin embargo, nos da miedo llegar a conseguirlo.

Hombres y mujeres que se relacionan parecen querer estar juntos y, de golpe, uno de los dos desaparece asustado: ¿Qué ha pasado? ¿He hecho algo?

Hombres y mujeres que seducen en la distancia, que fomentan el acercamiento hasta que puede llegar a algo más y entonces se alejan. Información ambigua, que es difícilfingers in love - Valentine's Day de interpretar: ¿quieres o no quieres?

Es en las relaciones personales donde se da más este tipo de dualidad, en otros aspectos de nuestra vida solemos ser más conscientes de esa incapacidad de ir hacia lo que queremos. En el aspecto relacional, al ser algo tan nuclear y tan básico para el ser humano, es más difícil, necesitamos negárnoslo para impedirlo.

Podemos sobrevivir sin amor ni sexo, pero solo eso, sobrevivir. Las personas que viven con ese terror a la intimidad suelen estar inmersas en una tristeza constante.

Puede ser que en algún momento sientas que te metes en situaciones que no has buscado, o que malinterpretan tus acciones o palabras o te digan que no te aclaras, en lugar de darle una connotación negativa, párate, date cuenta de que algo se está despertando en ti y agradece la ambigüedad, ya que es síntoma de que buscas el equilibrio y ahondar en ese camino será la sanación. Busca ayuda y alégrate de estar despertando.

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Sobre mis relaciones

 

 

Tras un par de artículos (ver “Las Relaciones” y “Cultivando las relaciones”) donde he intentado dejar mi arbitrariedad a un lado, paso ahora a exponer mi visión más personal.

Soy de esas personas que, durante años y sin verbalizarlo, creía que la relación de pareja era el eje central que movía mi brújula amorosa. Quizás porque nunca me sentí suficientemente querida por mi familia de origen, quizás porque no tenía amigas, quizás porque pensaba que la vida social no iba conmigo… ¡vete tú a saber cuál era la base donde se apoyaba mi sentimiento!

besoQuizás en todas estas razones, quizás en ninguna de ellas. La realidad es que, durante esos largos años, cualquier relación amorosa o afectiva que no fuese la de pareja, carecía para mí de suficiente valor.

El contacto con la Gestalt me llevó por derroteros desconocidos e insospechados, mi grado de inconsciencia era tal que nunca se me ocurrió imaginar que una de las preguntas de esa época: “¿qué he hecho yo para merecer esto?” (aplicada al más puro estilo Almodóvar, ciertamente me sentía como las mujeres de sus películas, totalmente víctima de mis circunstancias; qué le voy a hacer si era teatrera y un pelín patética), se acabaría convirtiendo en: “¿Cómo he contribuido yo a recibir esto?”.

Sin buscar con ello una excusa que me exima en absoluto de mi responsabilidad, considero que he padecido un empacho de creencias nocivas que, junto con mis vivencias, me llevaron a extraer conclusiones determinadas y erróneas.

En un lado del cuadrilátero están las películas y los cuentos románticos, donde el amor de pareja te salva de cualquier circunstancia adversa.  En la otra esquina, la educación feminista de boquilla, esa de propaganda pero de pocos hechos reales que me decía que yo era suficiente e independiente, pero no acababa de ayudarme a serlo.

En la tercera, las vivencias familiares: he mamado el ejemplo de las mujeres de mi estirpe, viéndolas interpreté que mi misión en la vida era amar y respetar a mi pareja por encima de TODO, abarcando esta totalidad mi realización individual a cualquier nivel y por encima de cualquier otro ser humano, incluidos los hijos.

Me quedaría la última esquina, esa donde me colocaba sin saber muy bien hacia dónde ir, a veces hacia un lado, a veces hacia el otro.

El príncipe azul ha impregnado mi mundo emocional de un marcado tono rosa sucio. Un rosa “Corín Tellado”, un color pasteloso con un suave tufillo a rancio, que compartía espacio con un oscuro gris, fruto de la  incomprensión sobre mi apetencia, la cual me empujaba hacia el príncipe como meta y fin, aunque una parte de mí se resistía a ello.

Evidentemente, obviamente, infaliblemente, seguidos de todos los sinónimos que se os ocurran, me llevaron a vivir de la forma más confusa e incoherente posible, dando prioridad a lo inmerecido por encima de lo merecedor.

Con el trabajo personal aprendí que no sentirme querida por mi familia de origen no significaba no haberlo sido, simplemente no entendí su afecto, no lo vi. Que no tener amigas significaba que no me había abierto a buscarlas en primera instancia o había sido incapaz de mantener ese vínculo desde la constancia. Que la vida social no es algo que venga a llamar al timbre, es algo que se encuentra saliendo a la calle. Reconocí que no había contribuido en absoluto a recibir lo que a gritos llevaba pidiendo.

Que el cariño es cariño venga de donde venga y que, si dejas las expectativas, los falsos ideales y las creencias caducas, puedes empezar a apreciar lo que obviamenteamor y amistad está a tu vera.

Cuando por fin he dejado de obcecarme en que el verdadero amor es sólo el de la pareja, he descubierto que este se encuentra en el simple estar con alguien desde la autenticidad, apreciando el lazo que nos une (familia de origen, familia política, amistad) sin pretender encontrar nada más que lo que hay, aceptando que las expectativas estorban y entorpecen el más bello sentir del AMOR en mayúsculas, que es ese sentimiento de unión, simple y al mismo tiempo GRANDIOSO.

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Romper

 

 

Cuando por fin aceptamos racionalmente que una relación ha terminado, lo queseguir en pareja resulta verdaderamente dificultoso para algunas personas, es el hecho en sí de romper definitivamente y distanciarse. Es como que la cabeza va por un lado, sabiendo perfectamente que “eso” ya no nos conviene y por tanto no nos interesa y, por el otro, el sentimiento que nos impide alejarnos de la otra persona, por mucho que sepamos que más que amor es dolor lo que sentimos a su lado.

En algunas ocasiones, el enfrentamiento de la pareja es visible y ostentoso, siendo ambos miembros conscientes; en otros casos, simplemente se trata de una sensación de insatisfacción, de apatía o malestar que al final aboca a uno de ellos a obtener la nítida visión de que se acabó.

Suelo encontrarme en terapia personas con esta sintomatología y leyendo estos días el libro de Teresa Viejo Pareja ¿fecha de caducidad?, en concreto este párrafo, me recordó ambas situaciones y la problemática que cada una de ellas ocasiona a los componentes de la pareja y al tercero involucrado:

Vaughan llama ‘persona transicional’ a ese ser que nos ayuda en el tránsito de liberarnos dePareja ¿fecha de caducidad? la antigua relación pero no tiene por qué ser un amante; puede serlo un psicólogo o un miembro cercano de la familia en quien nos apoyamos y que nos ratifica en nuestro deseo de ruptura”.

Da igual si el descontento es evidente, incluso es posible que las disputas sean cotidianas, a veces, si no aparece “una ayuda externa”, ninguno de los miembros es capaz de ejecutar la acción definitiva y romper el vínculo.

Las personas que son incapaces de interrumpir una relación aun a pesar de su incomodidad suelen padecer lo que llamamos “dependencia emocional”. Este tipo de personas cuya sintomatología se caracteriza entre muchos otros aspectos por tener una autoestima baja, requieren de un “bastón” en el que apoyarse para finalmente acabar tomando esa decisión que llevan tanto tiempo ansiando.

Aquí incluyo esas relaciones en las que la aparición de un tercer miembro, del que supuestamente se enamora una de las partes, ocasiona a ojos externos la ruptura de la pareja. Sería lo que algunos llamamos “el hombre o la mujer de paso”. A veces no se trata de relaciones definitivas, aunque nos lo puedan parecer en un primer momento; más bien son ese empujón que nos ayuda a actuar.

Si las peleas eran continuas y evidentes, la situación puede entenderse, aunque no aceptarse, por la parte supuestamente despechada y abandonada.

El peor conflicto es cuando no existían ostentosas evidencias de la desavenencia, es ahí cuando la complejidad del asunto enturbia mucho más la visión y las proyecciones campan a sus anchas. En estas ocasiones, el miembro de la pareja despechado suele desresponsabilizarse de su implicación en la situación y cargar las culpas de lo sucedido en los otros miembros del triángulo.

Una de las críticas que leí hace algún tiempo que se hacía a la Terapia Gestalt es que era una rompedora de parejas, que los terapeutas formábamos parte de una secta que nos dedicábamos a conseguir que las parejas se separaran para así conseguir adeptos a nuestra ideología.

En un proceso terapéutico gestáltico no se pretende en absoluto que el individuo realice acciones determinadas que el terapeuta haya decidido de antemano. Lo que se procura es que esa persona pueda gestionar de manera más saludable su vida de lo que hasta ese momento había sido capaz. Del mismo modo, que pueda llegar a conseguir que sus ataques de angustia no le paralicen o que pueda aprender a confrontar de manera asertiva; también se pretende que tome sus decisiones sin sentirse condicionado por deseos externos y, si eso le conlleva a una separación de pareja, es su solución, nunca la nuestra.

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Cultivando las relaciones

Releía el artículo “Relaciones” y, mientras lo hacía, tenía la sensación de que algo obvio faltaba por decir, como que algún aspecto fundamental e imprescindible había omitido. Existe una teoría psicológica, “La pirámide de Maslow”, también llamada “Jerarquía de las necesidades humanas”, propuesta por Abraham Maslow, en la que dicho psicólogo propone la existencia de una graduación de necesidades; conforme los individuos van satisfaciendo las más básicas, desarrollan necesidades y deseos más elevados.

Pirámide de MaslowSi observamos el gráfico, podemos darnos cuenta de que la necesidad de Afiliación, ocupa un tercer lugar en esta escala de prioridades, estaría pues ocupando un lugar intermedio en esta jerarquía de cinco, en que las inferiores son las más básicas e imprescindibles y las superiores las que se persiguen cuando las otras están solventadas.

Me parece importante señalar la posición de determinados ítems:

1- Sexo, en el primer escalón, Fisiología, entendido como la necesidad física de placer que nos empuja a la reproducción de la especie.

2- Familia, en el segundo, Seguridad, cuyo amor y cuidado nos protege del mundo.

3-Amistad e Intimidad sexual, ambos en el tercero, Afiliación.

Por tanto, según el señor Maslow, tanto el amor de pareja como la amistad formarían parte de esas necesidades más propias de nuestra naturaleza social que perseguimos cuando ya sentimos cubierta la subsistencia. Como mamíferos, la protección y el cuidado de la familia son básicos para nuestra supervivencia ya que durante muchos años somos totalmente dependientes de nuestros progenitores.

No voy a entrar a enzarzarme aquí en una discusión bizantina sobre si tienen o no razón las personas que creen que el amor de pareja o el de amistad están por encima del de la familia; cada cual tiene derecho a opinar y a creer determinados postulados, siendo su verdad para él indiscutible e irrebatible. Lo significativo desde mi punto de vista es la gradación en sí misma y la importancia para el ser humano de las relaciones, tanto del segundo como del tercer grado de la clasificación, ambos niveles inferiores.

Relacionarnos entre nosotros es mucho más que un deseo, es un aspecto necesario para nuestra sana evolución como seres vivos. Por este motivo es tan imprescindible que nuestros vínculos sean lo más satisfactorios posible, aprendiendo a gestionarnos tanto mientras los lazos estén plenamente activos como cuando los finalizamos.

Todas las relaciones necesitan ser cultivadas ya que, si no se cuidan, se marchitan y disipan.

Utilizo el vocablo cultivar en el sentido estricto que aplica la RAE en una de sus acepciones:

“Poner los medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la amistad”.

Al igual que el resto de las facetas de nuestra vida es necesario favorecer, ejercitar, mantener, conservar y desarrollar nuestras relaciones, desde las más íntimas a las más públicas, no sólo porque son fuente de apoyo, distracción y disfrute, sino porque son origen de salud, evolución y prosperidad.

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Las relaciones

 

Dedicarme a la psicoterapia es para mí una fuente inagotable de experiencias maravillosas que me ayudan a seguir trabajándome. Los clientes me hacen de “espejo”, es decir, me suelen poner delante de temas míos, algunos resueltos, otros en proceso y bastantes más veces de las que quisiera reconocer (el ego no se pierde por mucho que una haga de terapeuta), algunos irresueltos.

Cómo gestionar de manera satisfactoria nuestras relaciones diría que es un “tema universal”. Sea cual sea el conflicto inicial que nos empuja a buscar ayuda, el proceso de crecimiento personal inevitablemente nos conduce a cuestionarnos qué nos pasa con “el otro/los otros”. Necesariamente cualquier problemática que me afecte repercutirá en mi modo de comunicarme y relacionarme con el resto de individuos. Y en este contacto “yo/tú”, aparece el amor, acompañado indiscutiblemente por su socio, el desamor.

¿Qué me ha empujado a empezar el texto hablando de mí? Naturalmente el hecho de que este es y será siempre un asunto en proceso en mi vida. Creo, aunque quizás aquí alguien pueda considerar que peco de profeta mesiánico, que este es un tema que no se resuelve nunca: las relaciones humanas son un proyecto en constante evolución que nunca puede ser zanjado. Podemos cerrar relaciones concretas o temas concretos de ciertas relaciones, pero nuestro “modo de relacionarnos” es algo que nunca puede darse por terminado.

relaciones

Los clientes me enseñan a que cada día hay que seguir aprendiendo, que la idea loca de “esto es así” no existe y lo que funcionó una vez, no tiene por qué funcionar con otras personas, a veces ni con la misma; que sólo partiendo de mí puedo llegar al otro y en ese andar cada uno con lo suyo y con su propio vaivén podemos llegar a encontrarnos.

Más de una vez he oído hablar de verdadero amor refiriéndose únicamente al vínculo existente entre la pareja, incluso verbalizar que la amistad no es amor, que es cariño y que a la familia, sí, la quieren, pero no es lo mismo.

Hay quien considera que mientras en su vida exista una relación de pareja, el resto de lazos son secundarios. La familia de origen, los amigos, los compañeros, son para ellos como adornos de ese gran engranaje que supone la pareja.

Otras veces, que el amor verdadero es el que se tiene a los hijos, o incluso de algunos hijos sólo hacia sus padres. Y alguna vez, aunque menos, que el verdadero amor es la amistad, ya que “es la familia que uno elige”.

El cómo cada individuo interpreta los lazos que le unen al resto de seres es único e individual y hace que su comunicación hacia el otro sea de un modo peculiar y determinado. Esta visión, junto con la que tenga el otro u otros implicados, configurará el tipo de dinámica con la que maniobrarán.

Y aún más, teniendo en cuenta cómo se han desarrollado ciertas relaciones, más concretamente cómo han terminado, podemos de manera consciente intentar cambiar nuestra interpretación, destronando al tipo de relación que considerábamos hasta ese momento como estrella de nuestro elenco y como la más fundamental, convirtiéndola en innecesaria, dejando de cultivarla. Olvidamos que si es el despecho, el enfado, en definitiva, el dolor que sentimos quien nos empuja a desear este cambio, nuestro inconsciente seguramente hará caso omiso de esa pretensión.

Erigir como “amor verdadero” a uno determinado de nuestros afectos, necesariamente nos está llevando por un camino peligroso. Le estamos otorgando un poder con el que desposeemos al resto de nuestros vínculos y puede ocasionarnos desasosiego cuando los obstáculos aparecen y hacen zozobran nuestros sentimientos.

El amor verdadero, es el amor en sí mismo.relaciones 1

Si conseguimos aceptar que el amor es el vínculo que nos une con todo ser humano, el desastre de cualquier relación concreta se convierte simplemente en una piedra en el camino, no en la montaña inexpugnable que a veces creemos ver.

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¿Qué harías por tus hijos?(1)

En relación con el /la ex.

Por casualidad, al poner en marcha el televisor, apareció en pantalla un programa desconocido para mí hasta ese momento: “Ex, ¿qué harías por tus hijos?”. Me sorprendió el título y decidí esperar un tiempo para saber de qué se trataba.

No sé por qué creía que quizás era un programa serio, aun así aguante media emisión del mismo para poder decir con exactitud y conocimiento: ¡Vaya fiasco!

De todos modos, saqué (siempre intento aprender de todas las situaciones) algo productivo: un tema sobre el que reflexionar.

Ante una pregunta de este calibre, la respuesta que casi todos los padres damos es “lo que haga falta” y ahí es donde encontré el punto de inflexión. Utilizo esta expresión partiendo de la siguiente explicación (encontrada en este blog):

«La expresión implica también, que en el punto de inflexión, hay que buscar el sentido a las cosas en ese mismo punto, considerando que el punto donde se produce el giro inesperado, es el lugar de partida para otra nueva situación completamente diferente».

Aquí es donde el giro inesperado hace, para mí, acto de presencia, ¿qué pasa con tanto hacer?, ¿a veces lo que haga falta no es quizás el “no hacer nada”?

Cuando una pareja con hijos se separa, empieza un largo periplo donde se intentafamily sunset mediante conversaciones llegar a un acuerdo. Muchas veces, ya no se parte de buenas intenciones, aunque digamos continuamente que: “SÍ, que vamos a buenas”. Como diría mi abuela se dice “con la boca pequeña”, vamos, se dice pero no se siente.

Otras veces, las buenas intenciones existen, sin embargo, nos resulta difícil dialogar con la otra persona y, en otras, los acuerdos se pactan y nunca se cumplen.

Una vez, me contaba una clienta el problema que sostenía con el padre de sus hijos desde el día que se separaron. Por problemas que no vienen al caso, el ex marido tenía una situación económica bastante precaria y ella, teniéndolo en cuenta, nunca le apremiaba con la pensión, incluso cuando dejó de pagarla no insistió ni interpuso demanda alguna. Sabía que era una guerra inútil y decidió no desgastarse en la batalla.

El problema surgió cuando tuvo que empezar a pagar los desplazamientos de su hijo menor para que este pudiese visitar a su padre. Aquí empezó una larga andadura de rencor y resentimiento. Por un lado, no quería hacer daño a su hijo impidiendo verle mientras que, por el otro, se sentía utilizada y manipulada, ya que más de una vez el muchacho se había quedado en la estacada (con los billetes ya comprados) porque su padre había cambiado de planes por “obstáculos imprevistos”.

Comprendió, al irse trabajando el tema en las sesiones, que la relación padre/hijo no era un tema en el que ella debiese intervenir o interceder, era un aspecto íntimo de ambos del que ella debía permanecer al margen. El comportamiento, en este caso del progenitor, sería visto por su hijo tal cual era, sin tapujos ni apaños por parte de la madre, y no se trataba de demostrar que el hombre era un mal padre, sino más bien de evitar que la madre se convirtiera en una bruja perversa que sintiese la necesidad de dañar al hombre por su actitud hacia ambos: ella y su hijo.

Si el padre quería ver al chico, tenía que ser él quien se ocupase de toda la logística. Aquí aparece el giro inesperado, este punto de inflexión del que hablaba, se trata de que ese “hacer lo que haga falta” se convierta en “no hacer nada” porque, seguramente, en este momento es mucho mejor que seguir haciendo.

A veces creemos como padres que hemos de volcar todas nuestras energías haciendo, cuando en bastantes de estas ocasiones sería mucho más sano invertir dichas energías en sostenernos y dejar que las situaciones sigan su curso sin empujarlas, aunque lo hagamos con la mejor de nuestras intenciones.

Seguiré con el tema…

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Facebook, WhatsApp y otros.

 

 redes sociales

Leía hace unos días un artículo muy interesante de mi amiga psicóloga Laura Contino sobre la “nueva adicción” al Facebook o al WhatsApp.

Siguiendo la línea por ella iniciada y estando totalmente de acuerdo con su visión, añadiré algo más ahondando en el tema.

Esta gran mayoría de la población “enganchada” a su Ipod, que anda casi tropezando por la calle, pues su mirada anda concentrada en el minúsculo aparato en vez de observando su entorno, además de haber alterado su modo de relacionarse con el resto del mundo, relegando casi al ostracismo el contacto directo con los humanos que les rodean, están añadiendo, posiblemente, una nueva problemática a sus vidas.

La comunicación en las relaciones humanas es uno de los aspectos, por no decir el ASPECTO, más difícil de nuestra vida.

El lenguaje es el medio que nos permite comunicarnos con el resto de nuestros congéneres, es la faceta que nos distingue de los demás seres vivos del planeta. Es la prueba fehaciente de nuestra diferencia, en absoluto de nuestra superioridad, simple y llanamente de nuestra particularidad.

Prioritariamente, es en el lenguaje verbal y escrito en el que se basa, aun así, no hay que olvidar el gran peso que el lenguaje corporal y no verbal tiene en la comprensión de los mensajes (ver El silencio es la forma más elocuente de mentir).

Muchas veces, ciertos temas deseamos tratarlos cara a cara, ya porque sea de forma plenamente consciente o a nivel intuitivo, sabemos que obtendremos más información sobre cómo el otro reacciona, con qué intención nos dice tal o cual cosa o incluso será más fácil que no nos malinterprete mirándonos a los ojos o viéndonos la postura mientras dialogamos.

El lenguaje escrito es el apropiado para facetas más funcionales, pues la arbitrariedad en este caso tiene poco peso a la hora de comprender lo que hay en juego.

De todos modos, según las circunstancias y ante la necesidad de conexión, vínculo o unión, como animales sociales que somos, nos abocamos a utilizar cualquier medio para relacionarnos y comunicarnos, ya sea oral o escrito.

Hasta aquí, no creo que haya grandes dudas ni discrepancias, el conflicto desde mi perspectiva aparece con la introducción de estos maravillosos aparatos y con el desenfrenado e indiscriminado uso que les estamos dando.

Muchas personas empiezan su relación a través de las redes sociales, de los llamados chats, buscan principalmente pareja desde las páginas de contactos y ahí puede establecerse primordialmente, aunque no exclusivamente, la confusión. El desconocimiento del otro nos puede llevar a malas interpretaciones, aunque muchas veces incluso conociéndonos también podemos llegar a dar a un texto una intención con la que no fue escrito.

Os pondré un ejemplo, ante una misma frase pueden darse varias interpretaciones, según la entonación, la mirada y la posición. Un sencillo “Me gustaría conocerte”, puede significar desde un simple encuentro, a una primera cita, a… os lo dejo a vuestra fantasía.

No existe la objetividad, no es posible una verdad absoluta sino simple y llanamente miles de subjetivas verdades y, aun sin pretenderlo, aun forzándonos por ser lo más objetivos y ecuánimes posible, nuestra única e individual interpretación es la que nos facilita en primera instancia la comprensión y desde ahí modelamos a nuestro interlocutor.

Le otorgamos características, intenciones y pensamientos según vamos interpretando desde nuestro sesgado y propio criterio todo aquello que nos escribe.

Cuántos berrinches y malos ratos he visto pasar a conocidos e incluso a algunos amigos porque creyeron ver en esa persona con la que chateaban a alguien afín.

No estoy insinuando que se mienta, aunque es posible, es algo más simple y no malintencionado. Ante una nueva relación, aun a pesar de querer evitarlo, nos creamos expectativas, lo hacemos tanto en relaciones de tú a tú como en las virtuales. Si ya es difícil conocerse realmente con el contacto directo, cómo no va a serlo online.

No estoy diciendo que no sea posible conocer a alguien virtualmente y acabar teniendo una buena relación de amistad o algo más. Simplemente opino y advierto, pues me he encontrado ya algunos casos en que nuestras expectativas, más la fantasía que nos proporciona la libre interpretación de un texto escrito lleno de emoticonos y de medias palabras nos puede llegar a jugar malas pasadas.

Personalmente, intento no olvidar nunca que:

Una acción vale más que mil palabras” y “Las palabras se las lleva el viento”.

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Duele

 duele

Cuando una relación de pareja termina duele, no importa si la vida en común era un completo desastre o sólo insatisfactoria. Cuando por fin decidimos ponerle fin, algo se rompe en nuestro interior y produce un dolor profundo y sordo que nos acompañará durante mucho tiempo, más prolongado para unos que para otros, según nuestro carácter, según si nos lo dejamos sentir o por el contrario lo obviamos.

Incluso, cuando crees tener superada la situación, haber terminado el duelo, llorado lo habido y por haber y estás convencido de que ya no hay nada entre los dos, sólo hace falta que alguien te comente o le veas por la calle o caiga en tus manos una foto (¡ay, cuánto daño hace Facebook!) en la que esté con su nuevo amor, para que tu estómago dé un vuelco y la angustia se presente nuevamente para hacer estragos.

¿Acaso eso significa que aún le quiero?

Y si le quiero, ¿me duele que sea feliz?

Esta es la gran equivocación, nadamos en un agua turbia que nos obnubila, nos confunde y nos arrastra a deducciones equivocas.

¿Qué significa querer? Amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo.                                                                        

¿Y amar?  Tener amor a alguien o algo.

¿Y amor? Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.                                                                                               

Llegados a este punto, ¿si quiero, si amo a alguien no sería lo más lógico desearle lo mejor? Entonces, ¿será que no le amo? ¿Qué me duele, molesta, o hiere? ¿Que sea feliz?

¿Acaso dependerá de cómo yo me sienta o de si tengo pareja o no, lo que siento hacia él o ella?

Sería quizás conveniente para nuestro bienestar, antes de sacar conclusiones precipitadas, hacernos estas u otras preguntas parecidas al respecto. Sería bueno darnos cuenta de cómo nuestro afán de felicidad nos vuelve mezquinos y egoístas, deseando arrastrar a ese alguien a quien tanto quisimos en un tiempo no tan lejano a un lodazal para ahogarlo en él.

Frases tan horribles como “si no eres mía, no serás de nadie”, “esa mala bruja me lo ha quitado”, “después del daño que me ha hecho, no se merece nada” u “ojala le deje” no son fruto del amor, sino de nuestra herida de abandono.

La mayoría de nosotros deseamos una feliz y eterna vida de pareja. Deseamos que el loco enamoramiento perdure para siempre, que la cotidianeidad y la rutina no haga nunca estragos en nuestra relación y que la fluidez marque nuestra conexión. Aunque esto es un maravilloso e irreal cuento de hadas.

La vida en común es un trabajo constante, la ligazón se consigue gracias al contacto continuo, la unión a base de solventar situaciones difíciles, el acoplamiento al movimiento incesante de coger y ceder. Las parejas que perduran más tiempo juntas son aquellas que han aprendido a respetar sus individualidades; son tenaces y realistas, saben que para transitar por un camino de rosas hay que moverse entre espinas.

Cuando nuestras exparejas rehacen su vida amorosa antes que nosotros, debemos aceptar que el dolor que sentimos no tiene nada que ver con el amor hacia ellos, simplemente es un deseo egoísta por no tener nosotros todavía pareja o porque nos gustaría seguir siendo el centro de su mundo. Ambas cosas nos regalarían el ego. Son falsas ideas acompañadas de sentimientos vanos.

Doler, dolerá, pero es bueno no hacernos caso, darnos cuenta de lo neurótico que es a veces cierto tipo de “deseo o amor” y, si lo aceptamos, más fácilmente de lo que creímos, la angustia desaparece.

Foto cedida por mi amiga Anna Arroyo. Gracias.

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El silencio es la forma más elocuente de mentir.

 

 See no evil, hear no evil, speak no evil ...

He tomado prestada esta frase de una canción (“Tu silencio” de Bebe) para reflexionar sobre el silencio como parte de la comunicación.

Muchas personas tienen la idea de que permanecer en silencio es una forma de no participar, de mantenerse al margen y de no manifestar sus intenciones sobre el asunto tratado. Y aunque en parte es cierto, olvidan que esta ausencia de compromiso es información y que, con ella, están mostrándose ante los que les rodean.

Tal como dice la canción, el silencio puede ser la forma más elocuente de mentir, ya que podemos interpretarlo como una manera de otorgar la razón, aunque también puede ser una negación encubierta y, como no, una señal de indecisión y duda sobre el tema tratado.

Entonces, ¿cómo podemos interpretar el silencio? Y lo que es peor, ¿qué nos hace interpretarlo de una u otra manera?

Permitidme que haga un pequeño repaso sobre lo que es la comunicación.

La comunicación es el acto mediante el que un individuo establece con otro un contacto que le permite transmitir información.

La comunicación depende de tres cosas: lo que digo, cómo lo digo y mi postura o expresión corporal. La palabra va dirigida a la razón, a la mente. El cómo, al corazón, es la emoción y la postura es la acción. La congruencia de las tres dará veracidad a la información.

De la misma manera que no sólo hay un canal de comunicación, tampoco hay una única manera de escuchar o un único mensaje en una conversación.

Escuchar no sólo es hacerlo con los oídos, también es sentir. Utilizamos todos los sentidos para completar la información que recibimos con el lenguaje.

Escuchar con los sentidos:

Oídos: Palabras, tono de voz, timbre, potencia de voz, emoción…

Ojos: Gestos, movimientos, miradas, respiración…

Tacto: Rigidez, relajación…

Gusto: Mal sabor de boca con la presencia de alguien…

Olfato: Transpiración, nervios, feromonas…

¡De cuántas maneras escuchamos y qué poca atención prestamos la mayoría de las veces!

Hay personas que interpretan las preguntas como acusaciones, no como recogida de información y, como no, hay quien interroga en lugar de pedir información. Otros pueden interpretar un consejo como una orden o viceversa.

Algunos de nosotros tenemos como programas internos que nos hacen recordar sólo parte de lo que oímos. Quien busca críticas, las oirá por todos lados. Para quien quiere oír opiniones favorables, las críticas pueden pasarle desapercibidas. De algún modo nos especializamos en escuchar lo que “queremos”.

Sí, oigo a alguno de vosotros decir: “no es que quiera oírlo, es que lo oigo”. Claro que lo oímos, porque de algún modo estamos esperando encontrar “justo ese mensaje y no otro

Esta es una de las razones por las que podemos interpretar de una u otra forma la información que nos llega y el silencio no es más que una más de estas formas de comunicarnos.

Si empezamos a prestar más atención a todos nuestros sentidos, aprenderemos a detectar o hacer más caso de esas sensaciones que nos indican que “algo no cuadra”, sea silencio, sea palabra, sea expresión.

Ante la duda, pregunta. Las interpretaciones suelen llevar a confusión y a malos entendidos, mientras que las aclaraciones pueden no gustar, pero gracias a ellas sabremos a qué atenernos.

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