Category Archives: Sobre uno mismo

Solución de conflictos y crecimiento personal.

Postergar

Del latín medieval postergare, derivado del latín post tergum “detrás de la espalda”
Hacer sufrir atraso, dejar atrasado algo, ya sea respecto del lugar que debe ocupar, ya del tiempo en que había de tener su efecto.

Tempus fugit - Il tempo vola - Time flies

La postergación es una de las formas de actuar ante el miedo. Para mí es un eufemismo ya que en lugar de reconocer el pavor que me causa enfrentarme a un hecho o persona, decido aplazar la resolución del “conflicto” en espera del momento idóneo u adecuado.
La realidad es que pocas veces se presenta esta ocasión apropiada, habitualmente solemos esperar hasta el límite, apuramos hasta vernos obligados por las circunstancias.
Es posible que durante mucho tiempo no demos excesiva importancia a este modo de actuar; he oído justificaciones de todo tipo al respecto:
“Sólo aplazo lo que no me motiva”
“Es mi manera de funcionar, siempre espero al último momento”
“Para que esforzarme más si así lo consigo igual”
“Ya lo haré, no corre prisa”
Puede tardar más o menos, pero siempre llega el momento en que los mecanismos de defensa (ver Ciclo de necesidades 1 y 2) dejan de ser útiles, es entonces cuando debes tomar una decisión: esperar que se solucionen solos o ponerle remedio.
Al principio utilizamos los mecanismos de defensa sin ningún tipo de duda, forman parte de nuestro bagaje y en absoluto nos cuestionamos su utilidad. Sin embargo, conforme nuestra vida avanza, empezamos a percatarnos de que su uso empieza a ser más perjudicial que productivo. Llegados a este punto, todos sin excepción queremos solucionar esta coyuntura, el problema es ¿qué estoy dispuesta a hacer para conseguirlo?
Desde una perspectiva totalmente racional y cognitiva, la solución es fácil: ¡Ponte las pilas YA! Ponte en acción, no hay más! Desgraciadamente, seguir las instrucciones de nuestra mente a veces no es tan simple, ya que nuestro organismo se rige por tres centros: mental, emocional y visceral o instintivo.
Mientras el centro mental puede estar bombardeándonos con mensajes implacables sobre lo que debemos o no hacer y el centro visceral, se queda quieto, inamovible. ¿Qué pasa con mi centro emocional? ¿Qué dice? ¿Qué hace?
Tenemos una obra con tres actores, el mental que sabe lo que hay que hacer(a veces solo cree saber) y lo repite constantemente, el instintivo que sigue haciendo lo de siempre porque esa es la costumbre (mi patrón de comportamiento) y, el emocional, el gran desconocido, es un actor en la sombra, actuando invisiblemente pero de manera perceptible. Hasta que este tercer actor no sea iluminado por todos los focos del escenario y se haga totalmente visible, no hay ninguna posibilidad de superación. Es difícil gestionar aquello que no veo, aquello que tengo “tras la espalda”.
Darse cuenta y aceptar lo obvio es el primer paso. Luego puedes esperar a que venga un hada, te toque con su varita y sin esfuerzo te “reconstruya”. O puedes aceptar que no hay hada ni hado, que la única capaz de solventar tus problemas eres tú misma y poco a poco aprender (con ayuda terapéutica o no…) a gestionar tus emociones para encauzar tu vida.

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Elijo seguir sufriendo

Existe el pensamiento bastante generalizado que concibe la aceptación o el perdón como hechos totalmente filantrópicos que favorecen a quien los recibe más que a quien los otorga. Cada vez que nos resistimos a aceptar o a perdonar, tendríamos que añadir “elijo seguir sufriendo”, pues entender esta actitud conciliadora como un acto que realizamos en beneficio ajeno nos está perjudicando, quizás más, que la ofensa en sí misma

De algún modo, uno cree estarse dañando cuando de perdonar se trata, sentimos como si nos abandonásemos en beneficio del “culpable”. Por tanto, es conveniente destituir dicho juicio.

Solo hace falta fijarse en cómo estos sentimientos nos condicionan la vida: cuando me niego a aceptar lo que es, ya sea una faceta del carácter o una actitud o una acción de alguien porque no estoy de acuerdo o me molesta, me hiere, me duele o incluso considero que es un error grave, lo que estoy consiguiendo es entablar una guerra entre lo que querría y lo que es, o entro lo que quiero y lo que obtengo. La frustración y el dolor suelen cegarnos dando lugar a un cierto deseo de venganza (más o menos intenso, según el carácter, según la circunstancia) que nos empuja a querer castigar al otro no aceptándole tal cual es y no perdonándole por lo que “me” ha hecho.

Solemos ser demasiado egocéntricos para darnos cuenta de que no todo gira a nuestro alrededor, somos como los detractores de Galileo. Arrastramos una ceguera selectiva fruto de la educación y la costumbre. En una sociedad donde los errores son sancionados y el perdón supone, por tanto, una abolición del castigo, la extrapolación de esta creencia (o introyecto) al “daño” emocional es entendible.

En la Terapia Gestalt trabajamos para destruir los introyectos que nos dañan y este sería uno de ellos: el perdón beneficia al otro, ese otro al que visto con los ropajes de la maldad o del egoísmo.

El daño que sentimos, fruto de la interrelación con otros seres humanos, la mayoría de las veces no es un “daño moral”, es decir, no ha sido causado con intención, ni con malicia. Simplemente es un “daño colateral”, como dirían en las películas de acción. Los intereses de un individuo pueden oponerse totalmente a los de su vecino. Por ese motivo, a veces, la satisfacción de los mismos puede perjudicar al no beneficiado, aunque no se buscaba en absoluto ese resultado.

Cuando hablamos de alguien aplicándole el calificativo de “filántropo”, a nivel coloquial solemos entender que se trata de una persona volcada en los demás, cuyo principal objetivo es buscar el bienestar para sus congéneres.

Olvidamos que el amor por el ser humano, empieza por el amor a uno mismo. Si no me quiero a mi misma, si no me cuido y me protejo, es imposible que pueda hacerle esto a otro individuo. No se trata de egoísmo, más bien es sentido común: No podemos dar lo que no poseemos.

Este es uno de los motivos de las riñas, malos entendidos y disputas: olvidamos que el otro también tiene deseos y necesidades que no tienen por qué coincidir con los míos y, su satisfacción puede molestarme o incluso dañarme aunque ese no fuese el propósito. No es malo, simplemente es humano, como yo.

También es cierto, que pueden dañarnos simplemente por qué no les importa hacerlo. Hay personas que en busca de sus intereses son capaces de arrasar con todo aquello que encuentren a su paso.

Entonces ¿hay quien se merece el perdón y hay quién no?

Si pretendemos ser jueces impartiendo moralidad, decidiendo quién merece y quién no nuestra absolución, seguimos apegados a la persona o al suceso. No perdonar, implica seguir atado, impidiendo cerrar la herida, reviviendo el daño cada vez que el recuerdo hace acto de presencia y junto a él, la amargura del rencor nos agría la vida.

Perdonar, para mi entender, es soltar. No se trata de olvidar, ni poner la otra mejilla, se trata de dejar de preocuparme y darle vueltas al tema, de aceptar que esa persona quizás no es como yo había imaginado, admitir que la situación no se ha desenvuelto como deseaba, reconocer que no he conseguido lo que pretendía,…

Quizás el perdón implica un alejamiento, pero no desde el odio o el castigo. La distancia es la reacción que cualquier ser vivo tiene ante situaciones que no le convienen.

Si estar contigo me daña porque no me satisface como nos relacionamos, puedo alejarme enfadada queriendo con ello demostrarte lo malo que eres, no mereciéndote mi compañía por ello. O puedo alejarme respetuosamente, ya que no compartimos el mismo modo de ver o hacer, sin juicio ni agravio. Aunque no siempre es necesario el alejamiento.

Si intento recordar que el otro no es una extensión de mí mismo, que no tiene por qué hacer lo que hace con la intención que yo lo haría, que tiene derecho a sus propios sentimientos y pensamientos por contrarios que sean a los mismos, si respeto las diferencias, puedo llegar a encontrar un lugar común.

Si quiero sufrir puedo seguir intentando cambiar lo imposible: convertir mi entorno en como yo quiero.

Perdónate a ti mismo por pretender que el mundo gire a tu alrededor, así después podrás aceptar que a los demás les pase lo mismo y encontrar un lugar desde donde relacionaros o no…

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Aceptación, resignación, autoindulgencia.

La diferencia entre ellas es la actitud con que nos encaramos a la situación.

Resignación: Aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial.

Implica derrota.” No hay más remedio

Autoindulgencia: es el sentimiento de pena hacía uno mismo que experimenta un individuo en situaciones percibidas como adversas cuando dicha situación no ha sido aceptada y no se tiene la confianza o la habilidad para adaptarse a ella.

A efectos prácticos, es cuando nos permitimos “algo” por no oponernos a ello. Es una posición cómoda en el aspecto que no nos invita al cambio

“No pasa nada” Aunque interiormente sabemos “que sí pasa”

Aceptación: Acción de aceptar.

Aceptar: Recibir [una persona] voluntariamente algo que se le ofrece o propone.

Integrar que existen las diferencias y que pueden existir desde el respeto. Yo lo siento así, tu asa. Y ambos son válidos.

De los tres, el más dificultoso de conseguir es la aceptación, ya que implica un alto grado de desapego y no estamos acostumbrados a ello.

Aceptar es reconocer la validez de algo o alguien desde su diferencia, mientras que la resignación es soportarlo y la autoindulgencia es hacer la vista gorda.

¿Cómo podemos llegar a diferenciarlas y, realmente es conveniente hacerlo?

Cuando trabajamos en terapia una situación conflictiva en este aspecto, intento que el cliente se dé cuenta de los pensamientos, sensaciones y sentimientos que le acompañan. Cuando existe malestar, cuando aparece el dolor o la rabia aunque sean camufladas por un tono amable o por frases aparentemente inocuas, cuando el cuerpo reacciona con ciertos movimientos involuntarios o expresiones faciales que no coinciden con el lenguaje verbal, son indicativos de que no hay aceptación todavía.

La aceptación es ligera, nos permite vivir en armonía; con las otras dos no nos sentimos satisfechos.

Estamos acostumbrados a resignarnos ante lo que no nos gusta, desgraciadamente aun nos cuesta entender y apreciar la variedad. De manera inconsciente seguimos creyéndonos con derecho a conseguir lo que deseamos del modo que queremos. Olvidamos que nuestros congéneres tienen el mismo derecho y que la sana convivencia necesita de un acuerdo, no de una guerra. No existen ganadores ante la batalla, sólo hay sufrimiento.

Podemos permitirnos los errores (auto-indulgencia) y soportarlos (resignación), sin embargo apreciarlos como diferencias (aceptación) implica reconocer y dar espacio a la pluralidad, lo cual puede entrañar ceder en beneficio global.

Para llegar a aceptar en lugar de resignarse o ser autoindulgente simplemente hay que mirar al otro como me gusta ser mirado y antes, es conveniente y sano dejar de juzgarse uno mismo, ya que las diferencias supuestamente irreconciliables empiezan en mí.  Así el primer trabajo consiste en conocerme más, integrando poco a poco mis diferentes facetas.

Por tanto, desde mi punto de vista, la respuesta a la pregunta es:

SÍ podemos llegar a diferenciarlas y SÍ es conveniente hacerlo, ya que es otro paso hacia el bienestar.

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Escuchando el cuerpo

 

Una de las asignaturas más difíciles para mí ha consistido en aprender a escuchar mi cuerpo y por ende, entender que me decía.

Llevo dos días en casa reponiéndome de no sé qué exactamente

Descubrir que mi organismo se guía por tres centros: cognitivo o mental, emocional e instintivo; a nivel puramente teórico no represento un gran descubrimiento.

Como hija de la época en que me ha tocado nacer, comprender el significado de los conceptos, las ideas y las estructuras de funcionamiento del mundo no ofrece para mí un excesivo problema; siempre y cuando la comprensión no lleve aparejada la experimentación de esos mismos constructos.

Llevar a la práctica impulsos que no puedo en principio razonar ha sido realmente algo apasionante y a veces muy desestabilizante. Ya que aprender a confiar en algo que no puedo racionalizar, ha requerido mucha fe.

He estado acostumbrada a actuar desde mi cabeza, escuchando sus indicaciones (no siempre acertadas), sin tener en cuenta que la información podía empezar en otro lugar, vamos que no sólo existe teoría y que incluso esta necesita una práctica, porque si no, sólo es eso, humo.

Una de estas ocasiones se dio hace dos días. Empecé a sentirme extraña, súbitamente el cansancio se apodero de mí y me mareaba como si mi tensión arterial se hubiese descompensado abruptamente.

Me cuestione si era cierto (¡que locura!). Me sentía descompuesta y mi única pregunta era: ¿es de verdad?, ¿me lo estaré imaginando?

Me costó varias horas decidir que no hacía falta entender qué era sino reconocer qué algo me estaba pasando y actuar en consecuencia.

No me preocupaba tanto mi estado como lo que suponía permitírmelo: anular todas las sesiones del día y por tanto dejar tirados a mis clientes (juicio).

¿Dónde estaba yo en esa ecuación? ¿Eran más importantes ellos que yo? Y si decidía seguir adelante con las sesiones ¿realmente seria hacer un buen trabajo tal como estaba?

Todas estas cuestiones no aparecieron claramente en mi conciencia. Simplemente sentía que algo no funcionaba y no quería escucharlo, sólo decía, “sigue, sigue, no importa”

Vengo de una época de mucho trabajo, no sólo profesional, sino también resolviendo asuntos familiares. Así pues hace dos días, tenía ante mí una larga jornada laboral y mi cuerpo se rebeló, dijo basta y yo no quería escucharle.

Cuidarme es también una forma de cuidar a la gente que me rodea, ya que me permite estar con ellos de manera más íntima y completa.

Cuando al fin me permití anular todo el trabajo, apareció todo el dolor y el desgaste que no me permitía sentir.

Ando ahora como de resaca, mis músculos están doloridos como si hubiese participado en una dura sesión de gimnasio, sigo aun mareada y desestabilizada, con ganas de relax y de comida suave. Creí estar con fiebre, cuando realmente lo que tenía era una leve hipotermia. No estoy resfriada, ni tengo gripe, ni infección ninguna, simplemente ando limpiando lo que rígidamente agarre durante todo este tiempo.

Cuidarme amorosamente es tan importante como acompañar a mis clientes, resolver gestiones familiares o terminar proyectos.

Mi cuerpo me hablaba y no quería escucharlo, cuando esto sucede, al final, abrupta y radicalmente me para.

Sigo aprendiendo a escucharle, aunque a veces tenga que gritarme para que le haga caso.

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Enraizarse

 

Hacía mucho tiempo que no pasaba un fin de semana en el campo. Hasta que no vuelvo a hacerlo no me doy cuenta de lo necesario que me resulta el contacto con la naturaleza.

A pesar de ser urbanita y vivir inmersa en la vorágine de una ciudad cosmopolita como es Barcelona, cuando por fin me alejo de ella soy nuevamente consciente de la serenidad y el equilibrio que me proporciona el ritmo pausado y sereno que se vive fuera de las grandes urbes.

Me reuní con unos amigos; intentamos al menos juntarnos un par de veces al año y siempre en lugares que nos permitan hacer tranquilas y relativamente largas y agradables caminatas. Íbamos en una de ellas realizando una especie de meditación activa, en silencio casi riguroso, nos dejábamos impregnar del espacio que nos rodeaba focalizándonos en uno de los cinco sentidos cada vez, de manera alternada, cada uno a su ritmo y elección.

Si no lo habéis probado nunca os lo recomiendo, es un ejercicio que se puede realizar naturalmente también solo, aunque hacerlo de manera grupal lo impregna de una energía cálida y amorosa que te acompaña, permitiéndote centrarte en lo que estás haciendo sin ningún tipo de esfuerzo. La energía de un grupo es una fuerza tan potente que anexiona y aglutina a todos los individuos en un mismo viaje, sin perder nunca la individualidad pero formando parte de una globalidad.

Andábamos, pues, cada uno viviendo el paisaje desde el sentido escogido; unos acariciando plantas, tocando piedras; otros oliendo la tierra mojada o sus manos tras tocar el musgo que crecía en algunas rocas; algunos valientes se llevaban a la boca ramitas de diferentes arbustos investigando de qué clase eran; también los había con las cabezas alzadas buscando el calor del sol, o jugando con los claroscuros del bosque, observándolo todo desde prismas diferentes, y estaban aquellos que se paraban detectando cualquier mínimo sonido de animal o la suave brisa que por momentos se convertía en viento. Y todos, sintiendo en la piel el frio de un hermoso día de invierno.

Así andábamos, perdidos y encontrados en un sinfín de hermosas y agradables sensaciones cuando un grupo de ciclistas se cruzó en nuestro camino, sus buenos días educados se encontraron con nuestras miradas cálidas e inclinaciones respetuosas de múltiples cabezas. Al final, a una distancia considerable del grueso del pelotón y mucho más de la cabeza del “tour”, un hombre de mediana edad llegó a nuestra altura.

Se le veía alegre, parecía satisfecho de su paseo y nos miraba con curiosidad. Al igual que ellos, nosotros andábamos casi en fila, aunque nuestro pelotón era más compacto, las distancias entre nosotros existían, pero casi todos, al menos en ese momento, estábamos a la vista de todos. Cuando estaba casi en el centro de nuestro grupo, levantó risueño la cabeza y con una voz hermosa y amigable nos dijo: “Qué serios andáis, ¿no?”.

Hubo una alegre carcajada general, ya que para nada andábamos serios, íbamos concentrados, ensimismados en nuestras percepciones, serenos, conectados con nosotros, con las plantas, con los animales, con la madre tierra.

Y tras su paso, así seguimos, andando despacio, con el corazón abierto y con una media sonrisa como esa que tienen las figuritas de los budas, esa mueca que está a medio camino de todo pero sobre todo llena de paz.

tree with rootsComo dice Marcelo Antoni, uno de los terapeutas con el que pude trabajar durante mi formación de Gestalt, “venimos del bosque”. ¡Cuánta razón tiene!, por mucho que vivamos hacinados en ciudades creyendo que somos felices, y aunque muchos crean que los espacios abiertos no son para ellos porque la costumbre les ha desenraizado, venimos del bosque, de la selva, de la estepa o de cualquier otro lugar abierto donde animales y plantas viven interrelacionados. Sólo nosotros nos hemos alejado del resto de seres y aunque los miles de años y de ancestros me han llevado a ser la urbanita que soy, parte de mi ADN sigue deseando volver a la tierra y, como los demás animales, cuando regreso a ella me siento en casa.

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De lo que me preocupo no me ocupo.

Hay muchos refranes, proverbios o simplemente pensamientos que nos recuerdan lo desgastantes y muchas veces ineficaces que son las preocupaciones:

Las preocupaciones se pierden con el tiempo.

Hoy es el mañana por el que te preocupabas ayer.

llunaSi un problema puede solucionarse, si la situación es tal que puedes hacer algo al respecto, entonces no hay necesidad de preocuparse. Si no puede arreglarse, entonces preocuparse no tiene utilidad alguna.

Un día de preocupación es más agotador que un día de trabajo.

Algunas de las entradas la RAE sobre el significado de “preocuparse” son:

Ocupar antes o anticipadamente algo.

Dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: Producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud.

Dicho de una cosa: Interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas.

Al igual que las dudas, existen dos tipos de preocupaciones: aquellas que sirven para rectificar o mejorar nuestra situación o las que simplemente mantienen nuestra cabeza dentro de un bucle infructuoso que desgasta nuestra energía gratuitamente.

Las ideas que viven para siempre en nuestro imaginario sin llegar a convertirse en acciones tan solo sirven para mantenernos en situaciones insatisfactorias. Darle vueltas una y otra vez a una acción que ya pasó, pensando cómo podría haberla gestionado de otro modo, tan solo tiene sentido si estoy dispuesta a realizar un cambio la próxima vez que se dé un caso parecido. Si el pensamiento sirve para descubrir los errores y aprender de ellos, la preocupación se convierte en ocupación y una vez se llega a una conclusión clara, pierde todo el sentido seguir anclada en esa misma idea. La única respuesta sana es la nueva acción.

Preocupación   =   análisis        conclusión        nueva acción.

En otras ocasiones, la situación no se ha dado, pero como nos sentimos incapaces de reaccionar ante ella de manera conveniente, dejamos que el miedo nos invada. Dicha emoción, en lugar de utilizarla desde su vertiente más sana, que es la de mantenernos alerta ante una situación desconocida o incluso peligrosa, se convierte en un peso muerto que nos amarra sin opción en la inacción.

Cuando un cliente me pregunta qué puede hacer ante este tipo de tesituras, que cómo puede evitar la aparición de este tipo de pensamientos, siempre les digo lo mismo: es imposible hoy por hoy impedir que la idea aparezca, lo único que está en mi mano es evitar engancharme a ella de manera consciente.

Se trata de realizar un ejercicio de musculación: apartarla una y otra vez, volcar mi atención en cualquier otra cosa, no dejar que me gane la partida pegándome a ella. Se trata de no darle de comer.

Si la acción ya ha sucedido no puedo cambiar lo que aconteció, por lo tanto, una vez realizado el acto de contrición, si es oportuna alguna acción inmediata que enmiende lo acontecido, se realiza y, si no ha lugar, sigo avanzando predisponiéndome de otro modo ante un nuevo hecho similar.

Si la preocupación es sobre una situación que aún no ha sucedido, poco se puede hacer al respecto. Por mucho que desarrollemos en nuestra mente los posibles marcos en que creamos se pueda dar, no estaremos mejor preparados para resolverla, no estamos elaborando una estrategia, estamos fomentando la angustia.

El pasado se fue y el futuro aún no ha llegado, el presente es lo único que existe, si sufro por lo que fue o por lo que es posible, me pierdo lo que estoy viviendo. Por lo tanto, lo más conveniente es concentrarse en lo que estoy haciendo en cada momento. Focalizarme en la acción, no en el pensamiento.

Hay personas que vienen a terapia dispuestas a mejorar la gestión de sus emociones desde la preocupación. Es lo que se ha dado en llamar “el síndrome del autoestop”: consistiría en esperar pasivamente que sea el médico o terapeuta quien resuelva mi problema. Es decir, le doy vueltas al tema, me lamento, me siento frustrado y, sin embargo, no hago nada diferente que me ayude a resolverlo de forma distinta.

Hacer algo diferente no quiere decir llevar a cabo acciones drásticamente contrarias, a veces simplemente se trata de realizar pequeños ejercicios o propuestas que el terapeuta sugiera. Lo más importante es aprender de nuestro modo de funcionar y ver a dónde nos lleva ese pequeño movimiento. Observar lo que me sucede pondrá otra luz a cómo me veo, a tomar consciencia de cómo soy, ya que somos mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver de nosotros mismos.

“La fuerza que se encuentra en cada uno de nosotros es nuestro mejor médico” decía Hipócrates hace aproximadamente unos 2500 años. También se reconocía incapaz de tratar a las personas que no habían decidido curarse y para ello es necesario “ocuparse” no “preocuparse”.

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El “no” que es “sí”

Cuando me planteé escribir este artículo, me apareció en primer lugar la necesidad imperiosa de levantar una lanza a favor de todas las mujeres que durante mucho tiempo hemos tenido que escuchar y soportar la creencia de “las mujeres cuando dicen no, quieren decir sí”.

Como en muchos aspectos de mi vida, de entrada siempre me aparece la rebeldía y la queja; posteriormente, gracias al tiempo invertido en conocerme y aceptarme (vamos, a los años de trabajo y crecimiento personal), sin esfuerzo se hace figura la razón genuina donde se sustenta el deseo de abrazar este tema: existe verdaderamente un decir “no” cuando muy interiormente es el “sí” quien quiere faithhacer acto de presencia y su manifestación es más evidente para el que lo escucha que para el que lo está diciendo. Eso sí, esta actitud no es exclusiva de las mujeres aunque en ciertos temas podría ser más habitual.

Ya he explicado alguna vez que la sincronicidad es algo habitual en mi vida, actualmente este es uno de los temas en los que se hace patente. Últimamente me aparecen situaciones, personas en consulta, lecturas, películas que me hablan del tema. Por este motivo, cuando un aspecto se hace constantemente figura en mi vida, he aprendido a tomármelo en serio y explorarlo más detenidamente.

Adentrándome en él y sin esfuerzo, veo claramente que el miedo es la emoción básica que rige la mala gestión de esta polaridad.

¡Cómo no! ¡Don Miedo, el gran protagonista!

– El se apoya en las ganas de cumplir el deseo. No importa ahora mismo hacia quién o hacia qué, lo fundamental es esa aspiración, pretensión, avidez, sueño o apetencia que se tiene.

– El NO se asienta en el miedo a conseguirlo o satisfacerlo ya que alguna o algunas experiencias anteriores han sido difíciles de gestionar o nos han proporcionado gran dolor y conflicto.

El dolor ha sido tan grande que la única manera que nuestro YO cree tener para seguir adelante es bloquear el deseo y olvidarse conscientemente aunque, naturalmente, resulta imposible borrarlo completamente; permanece encubierto, aparentemente aletargado, esperando una oportunidad.

Hay una parte de nosotros que sigue luchando por conseguir lo anhelado, en un lugar oculto, escondido y difícil al que llegar si no queremos. Sin embargo, la energía que desprende atraviesa el velo con el que lo cubrimos y se hace sentir en el otro. Somos como aquel niño que se tapa los ojos mientras dice convencido: “no estoy”.

Al principio, el bloqueo puede ser tan profundo que cualquier situación que pudiese desencadenar su consecución es totalmente evitada, la fuerza nos empuja a decir con mucho convencimiento: “Esto no es lo que quiero, no me hace falta, estoy bien sin ello”. Nos posicionamos, reafirmamos y seguimos adelante sin detenernos.

Con el paso del tiempo, la parte oculta, el deseo escondido y no aceptado va cogiendo más peso, se hace más imperioso, ansioso, hambriento. Empieza a buscar las grietas de su cárcel y de manera sutil, casi imperceptible, gana terreno. Energéticamente empieza a hacerse presente. Se inicia el juego.

En este momento quizás no se busca la situación que nos podría llevar a la satisfacción, sin embargo, nuestra energía clama y el universo responde poniendo delante una circunstancia que lo facilitaría. Aparentemente, se sigue diciendo un no, aunque las acciones que lo acompañan pueden hacer dudar al respecto: frases con dobles sentidos, acciones dudosas, incapacidad para poner ciertos límites. Se busca de una manera inconsciente la confirmación de que eso sería posible y, sin embargo, nos da miedo llegar a conseguirlo.

Hombres y mujeres que se relacionan parecen querer estar juntos y, de golpe, uno de los dos desaparece asustado: ¿Qué ha pasado? ¿He hecho algo?

Hombres y mujeres que seducen en la distancia, que fomentan el acercamiento hasta que puede llegar a algo más y entonces se alejan. Información ambigua, que es difícilfingers in love - Valentine's Day de interpretar: ¿quieres o no quieres?

Es en las relaciones personales donde se da más este tipo de dualidad, en otros aspectos de nuestra vida solemos ser más conscientes de esa incapacidad de ir hacia lo que queremos. En el aspecto relacional, al ser algo tan nuclear y tan básico para el ser humano, es más difícil, necesitamos negárnoslo para impedirlo.

Podemos sobrevivir sin amor ni sexo, pero solo eso, sobrevivir. Las personas que viven con ese terror a la intimidad suelen estar inmersas en una tristeza constante.

Puede ser que en algún momento sientas que te metes en situaciones que no has buscado, o que malinterpretan tus acciones o palabras o te digan que no te aclaras, en lugar de darle una connotación negativa, párate, date cuenta de que algo se está despertando en ti y agradece la ambigüedad, ya que es síntoma de que buscas el equilibrio y ahondar en ese camino será la sanación. Busca ayuda y alégrate de estar despertando.

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Resistencias

 

Sobre la resistencia, una de las acepciones de la RAE dice:

“En el psicoanálisis, oposición del paciente a reconocer sus impulsos o motivaciones inconscientes”.

enredadoColoquialmente, yo la defino como esa fuerza interior que nos frena y nos impide avanzar de manera fluida. Y no siempre es inconsciente.

A pesar de que hace algún tiempo abordé este tema (ver “La ley del mínimo esfuerzo”), siento la necesidad nuevamente de adentrarme en él, teniendo en cuenta sobre todo la resistencia consciente.

Ya expliqué en ese artículo cómo se crean las resistencias, que no dejan de ser formas de actuar que, gracias al constante uso, se han establecido como habituales y automáticas. Cuando nos adentramos en un proceso terapéutico, básicamente vamos a trabajar para deshacer estos automatismos y volvernos poco a poco más conscientes de lo que hacemos y, por tanto, con más capacidad para decidir cómo actuar.

Las resistencias no son fuerzas que aparecen solamente al inicio de los procesos. “Ojala fuese así”—decía una de mis amigas— “las jodidas siempre aparecen. Al principio parecen insalvables pero esas no son nada, espera y verás.”

Ella es un poco exagerada en sus expresiones, aunque su extremado discurso no deja de tener un toque más verídico de lo que quizás quisiéramos todos. Al menos a mí me sucedió, cuando inicié mi proceso creía que esa época inicial iba a ser la más difícil pero, tal como explico a todas las personas que vienen a trabajar conmigo, no siempre es así. Cada proceso terapéutico es diferente, ya que todos nosotros lo somos y por tanto cada trabajo individual llevará nuestra propia impronta.

Algunos mejoran rápidamente y, debido a ello, quieren espaciar las sesiones o terminar “porque todo se ha solucionado”. La experiencia me ha enseñado que es un hermoso espejismo, que la mejora desaparece para dar paso al viejo mecanismo si se abandona el proceso tan prontamente. Un río hace su cauce gracias a las miles de veces que pasa por el mismo lugar. ¡Cuántas riadas inundan pueblos por intentar encauzar los ríos fuera de sus lechos habituales! ¡Cuán difícil  es conseguir un buen cambio!

Esto es una resistencia inconsciente; nuestro organismo, tras realizar un pequeño esfuerzo, nos dice: “ya está, ¿para qué más?, lo conseguiste”. Queremos seguir cómodamente funcionando sin tener que gastar energía esforzándonos. Es humano, es habitual, pero en este caso no es sano.

Lo cierto es que, conforme vamos sanando, vamos limpiando y arrancando lo que los gestálticos llamamos otra capa de la cebolla, el esfuerzo necesita más de nuestra voluntad y nuestra intención, ya que nos vamos encontrando con el núcleo y este esenredaderas denso y espeso.

Cuando yo era pequeña, mi abuelo materno tenía un huerto y algunos fines de semana iba a ayudarle. Bueno, esa era la intención, porque cuando ya había excavado un poco en la tierra y empezaba a encontrar piedras y tierra compacta, cualquier excusa era buena para dejarlo.

Algo parecido pasa con algunos procesos, depende de lo profundamente arraigados de algunos de nuestros mecanismos, depende de lo nucleares que sean las heridas que estén cubriendo, las resistencias serán más fuertes y el esfuerzo por deshacerlas deberá ser más constante y ejercerse con gran brío. Quedarse en la superficie da una mejora aparente y temporal, profundizar es excavar en la piedra y eso implica ser tenaz (“firme, porfiado y pertinaz en un propósito”) y constante (“persistente”). En estos momentos es cuando suele aparecer la resistencia consciente, es como un freno de mano al que uno se agarra con fuerza y no suelta porque sabemos lo que “perderemos” si lo hacemos. A estas posibles “perdidas” nosotros las lamamos “las ventajas secundarias”.

¿Qué es pues una “ventaja secundaria”?

Uno de los ejemplos más claros podemos verlo en esas parejas que siguen casadas cuando ya hace tiempo dejaron de ser felices juntos, sin embargo, la posición social o la solvencia económica de la que se favorecen, desaparecería, al menos inicialmente, si se separaran. Mantener esta posición seria la “ventaja secundaria” que les hace preferir seguir infelices. Es el miedo a perder lo que ya tengo por un futuro incierto. Sin embargo, este “lo que ya tengo” implica mantener una infelicidad cada vez más profunda.

Podría dar la impresión al leer lo escrito hasta este momento, que iniciar un proceso terapéutico es peor que ir a las Cruzadas, que es una guerra cada vez más cruenta y sin cuartel. Tampoco hay que exagerar. Puede ser si uno quiere un camino sin retorno, si trabajamos durante un cierto tiempo con ahínco, ganaremos herramientas para gestionar mejor nuestra vida y voluntariamente podemos evitar olvidarlas. Es como aprender a ir en bicicleta, una vez aprendiste nunca olvidas, eso sí, puedes dejar de practicar.

Si sigues practicando, puedes irte adentrando cada vez más en un proceso de sanación que te permita ser más libre (“que tiene la facultad de obrar o no obrar”) pero, como todo en esta vida, tiene un coste y en este caso es decidir adentrarte en lo desconocido voluntariamente y soltar, conscientemente, las ventajas secundarias.

Hay personas que deciden vivir con su neurosis toda la vida, es su decisión. Toma la tuya.

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Todo lo que empieza por ego

 

el arbol de las almas Roman Shatsky

Me gustaría iniciar el artículo definiendo ciertos conceptos.

Yo: m. Psicol. Parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad y de sus relaciones con el medio.

Ego: 1. m. Psicol. En el psicoanálisis de Freud, instancia psíquica que se reconoce como yo, parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior. 2.m. coloq. Exceso de autoestima.

Egotismo: 1.m. Prurito de hablar de sí mismo. 2.m. Psicol.Sentimiento exagerado de la propia personalidad.

Egoísmo: 1.m. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. 2. m. Acto sugerido por esta condición personal.

Ególatra: adj. Que profesa la egolatría.

Egolatría: f. Culto, adoración, amor excesivo de sí mismo.

Y para terminar, Amor propio: 1.m. El que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio. 2.m. Afán de mejorar la propia actuación.

¿Qué pretendo iniciando el texto con este listado? Deseo evidenciar como incluso en la evolución del lenguaje nos hemos polarizado y tenemos variados vocablos que van puntualizando el aspecto negativo de esta inclinación humana hacia la atención a uno mismo, obviando que no necesariamente siempre esta focalización en  “mí o desde mí” implica un olvido dañino hacia el resto del mundo. Para encontrar un concepto que refuerce esta necesidad de procurar por mí, he de remitirme a otras raíces etimológicas o a una combinación de palabras (amor propio o autoestima, por ejemplo)  porque parece ser que las que se han originado propiamente del “ego”  no han aceptado este matiz.

Recuerdo que, ya de pequeña, cuando hablaba y se me ocurría construir una oración con el yo delante (“Yo y mi amiga vamos a la playa”), siempre oía a alguien de mi familia que me replicaba irónicamente “El burro delante para que no se espante”. No discuto en absoluto que la gramática y la ortografía nos facilitan indiscutiblemente la comunicación, aunque difiero en que ciertas connotaciones sean originadas para conseguir una mejor información.

A pesar de que vivimos en un momento social dominado por la individualidad, donde la cooperación, la solidaridad, la colaboración, incluso la empatía son aspectos relativamente poco fomentados, cuando a nivel más íntimo y personal utilizamos expresiones como “necesito ser un poco egoísta”  nos sentimos juzgados tanto por nuestro entorno como por nosotros mismos. Me pregunto muchas veces cómo podría expresar,  a través del lenguaje, ese mismo sentimiento de partir de mí en primer lugar para luego dirigirme a los demás,  sin que se interprete como un acto infame.

Parece que el tenerse uno en cuenta, vigilar por las necesidades propias, intentar conseguir deseos o anhelos está penado.

Creo conveniente recordar que el desarrollo humano está regido por dos leyes:

Ley céfalo-caudal: El centro motor avanza desde la cabeza hasta los pies.

Ley próximo-distal: Se controlan en primer lugar las zonas más cercanas a la línea media del cuerpo y después las más alejadas de dicho eje corporal.

A nivel emocional sucede un proceso similar, para poder ir hacia el exterior, para poder participar, primeramente habrá sido necesario cubrir mis necesidades. Resulta imposible satisfacer al otro si mis propias necesidades no están satisfechas.

genteAquí está el origen de por qué muchas personas andan perdidas entre el “egoísmo” y la “confluencia” (mecanismo neurótico que ocasiona en el individuo una desconexión de sus necesidades dando prioridad al entorno, fusionándose con él, olvidándose de sí mismo).

El egoísmo, egotismo o cualquiera de estos conceptos implican la ceguera del otro. La confluencia implica la ceguera de mí mismo. Se trata pues de encontrar el equilibrio y creo no equivocarme cuando opino que la dirección siempre será de dentro para fuera.

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Pelando la cebolla

 

Nunca me canso de repetir que la tendencia neurótica de cada uno de nosotros nunca acaba de desaparecer, con el trabajo personal lo que conseguimos es rebajar su fuerza, gracias a lo cual podemos maniobrar de otro modo. En lugar de sentirnos arrastrados por el tsunami devastador que es una neurosis descontrolada, pasamos a vivir con un oleaje más o menos intenso según la temporada y eso nos permite poder mantenernos a flote durante más tiempo y “pescar” lo que antes nos parecía imposible.

En Gestalt se habla mucho de “pelar la cebolla”. Como imagen simbólica me parececebolla acertada, en primer lugar, por la construcción en sí de esta planta herbácea bienal, ya que su estructura de capas superpuestas presenta similitudes clarísimas con nuestro funcionamiento: envoltura sobre envoltura que cubre el núcleo de la misma, que no deja de ser una capa más interna y más pequeña, más esencial. Además, siendo este un enfoque mucho más personal e íntimo, porque el proceso de limpieza me hace llorar.

Como persona muy emocional, mi forma de ver el mundo ha sido muy intensa y extremista: llorar o reír mucho, depende de mi momento y de la situación.

Aun hoy, después de tantos años de trabajo, sigo poniendo “mi cebolla gestáltica” bajo el grifo para no llorar excesivamente cuando vuelvo a empezar un nuevo ciclo y me veo intentando limpiar una capa más.

Lo repito una y otra vez: la neurosis no desaparece. Soy lo que era más todo lo nuevo que voy añadiendo. Por tanto, si fui emocionalmente intensa, esa intensidad sigue viviendo en mí, aunque actualmente he aprendido a manejar mejor “mi barca y mis remos” impidiendo que el oleaje me haga volcar.

cebolla2Hoy, durante una sesión, compartía con mi clienta un mismo sentimiento: “otra vez lo mismo”. Su desesperación me recordaba la que fugazmente me atacó hace unos días cuando percibí, con nítida claridad, que volvían a surgir mis viejos hábitos.

Entonces, ¿qué has ganado? La respuesta a esta pregunta es como un arma de doble filo, según conteste seguiré avanzando o me quedaré encallada, siendo lo segundo un claro retroceso si no le pongo remedio.

Hacer muchos talleres de crecimiento personal y llevar muchos años haciendo terapia no son sinónimo de mejor desarrollo emocional. Incluso haber realizado la formación de terapeuta, ya sea de psicólogo tradicional o de psicoterapeuta alternativo, tampoco significa estar a salvo.

Lo único que nos mantiene a flote es seguir una y otra vez, arrancando suavemente las capas muertas de esta cebolla nuestra. La tendencia al dramatismo, a la negatividad, a la exigencia o a la flagelación existe en mí y resulta imposible erradicarla. Cada vez que nuevamente se inicia un ciclo, ella hace acto de presencia y me recuerda que si bajo la guardia me arrastrará sin remedio.

¿Qué he ganado pues? Clarividencia. Lo que antes era un quehacer cotidiano, incontrolable, incuestionable e irremediable, ahora se ha convertido en una alerta. Sé que si le pongo empeño soy capaz de evitar la tormenta, bien es cierto que no puedo conseguir que salga el sol si el día amaneció nublado y, aun así, he aprendido que no todas las nubes van cargadas de agua, nieve o hielo.

El encuentro con cada nueva capa es el inicio que dará paso a un enriquecimiento de bagaje si, en lugar de ver mis mecanismos como debilidades, los observo como llamadas de atención; ellos me alertan de mi tendencia y me avisan para evitar que la barca se hunda. Si los acepto como amigos, navegaré. Si me peleo, renegando de su existencia, seguramente perderé pie y me hundiré en las aguas oscuras.

La cebolla soy yo, pero yo soy mucho más que la cebolla

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