A pesar de llevar largos años hablando y trabajando sobre el tema de la igualdad entre los sexos, aun los coletazos que el desequilibrio y las diferencias entre ambos nos crean, nos mandan de un plumazo a cada uno a su esquina del cuadrilátero. Quizás porque estamos enfocando la cuestión desde un lugar erróneo.

“Somos iguales”

Con esta afirmación aun hemos complicado más la situación.

No somos para nada iguales, como tampoco deberíamos generalizar diciendo que “todos los hombres” o “todas las mujeres” lo son. Los miembros de cada género tenemos similitudes entre nosotros, pero de ninguna manera, podemos clasificarnos como iguales; las diferencias de caracteres, las emociones, los sentimientos, cómo vivimos…, nos hacen ser a cada uno seres únicos e irrepetibles.

“Tenemos los mismos derechos”

Este para mí es el verdadero principio, la idea base que ha de movilizar nuestra sociedad. Adultos: hombres y mujeres, jóvenes, adolescentes, niños, incluso el resto de los seres vivos… todo organismo que puebla nuestro planeta tiene el mismo derecho a la vida, al desarrollo de sus potencialidades, al bienestar.

Desde aquí podemos avanzar, desde el respeto de las diferencias y la empatía en las similitudes. Desde la complementariedad que nos favorece a todos.

Las diferencias entre todos los seres son más una ventaja que un inconveniente. Respetar las diferencias nos aporta un mundo lleno de opciones, de variedad, de pluralidad. La igualdad proporciona uniformidad, monotonía, aburrimiento…

Hemos de empezar aceptándonos a nosotros mismos, con nuestra gran variedad de registros: bueno aquí, divertido allá, rencoroso, vengativo… según el momento, según la persona con la que nos relacionamos.

No hay solo blanco o negro, existe la policromía. Si  aceptamos la variedad en nosotros podremos también hacerlo en los demás, en lo que nos rodea, y poco a poco apreciar la multitud de ventajas que nos proporciona la diversidad.

Igualdad de derechos, SÍ. 

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