Por mucho que grites no te haré más caso.
¡Qué cierto, pero qué desesperante seguir calmado cuando pasan de ti!
Recuerdo que mis peleas de niña eran batallas campales. De constitución menuda y con poca fuerza, ante la desesperación y frustración opté por gritar, gritar mucho más que el otro. Y, a pesar de que nunca me llevó al desenlace deseado, seguí manteniendo durante muchísimo tiempo la costumbre de gritar como una energúmena siempre que mi nivel de frustración rozaba el límite de lo insostenible.
También recuerdo las sentencias con que mi padre me regalaba cada vez que se daba una situación de este tipo: “la ignorancia es la mejor ofensa” o “el mejor desprecio es no hacer aprecio”.
Durante años, he entendido perfectamente el significado y la realidad de estos preceptos; los sufría constantemente en propia piel pero, aun así, era incapaz de aplicarlos a “los otros”. Ahora tengo claro que tanto uno como otro… Continue reading