Yo solo no puedo.

Parece que con la movida sociopolítica que tenemos actualmente, este sería un tema candente, aunque no nuevo en sí mismo.

Este “yo solo no puedo” o su similar “¿qué fuerza tengo yo?” son compañeros inseparables de “la culpa y la responsabilidad es de ellos”; sean estos “ellos”, según el caso, políticos, banqueros, empresas, sindicatos… No importa quienes son sino lo que descargamos en ellos.

Parece que hemos dado una  nueva vuelta de tuerca y estamos nuevamente en ese lugar conocido y gestante de muchos de nuestros conflictos: la aceptación de la responsabilidad ¿Sobre quién recae la autoría de los hechos y, por tanto, a quién corresponde su enmienda o resolución?

No es la primera vez que abordo este tema (ver “Lo que nos toca vivir”) y, aun así, siento nuevamente la necesidad de adentrarme en él.

Aunque, esta vez, quiero volver la vista atrás en el espacio y en el tiempo y tomar conciencia de cómo muchos nos apoyamos cómodamente en esta invalidación de nuestra fuerza y poder, achacando la responsabilidad a otros, tanto en temas puramente personales como sociales. La historia nos demuestra la poderosa energía de unos pocos individuos, gracias a los cuales se han modificado situaciones y aprobado leyes, en beneficio de muchos.

La responsabilidad de una situación o de un hecho no solo abraza a quien lo comete sino también a quien con su pasividad o su silencio deja que suceda.

Durante años me dediqué a la enseñanza y oía frecuentemente frases que en otro ámbito profesional e incluso a pie de calle se asemejan a las dichas actualmente y por ello siguen resonándome. Otros lugares, otras personas, mismas proyecciones, mismas irresponsabilidades.

Había en la escuela en aquel tiempo un muchacho encantador, simpático y al mismo tiempo rebelde e indisciplinado que siempre andaba metido en cualquier travesura al tiempo que vivía completamente despreocupado de sus estudios. Sus padres, pequeños empresarios locales, andaban siempre atareados, invirtiendo todo su tiempo en hacer florecer su negocio, del cual se alimentaban varias familias, incluida naturalmente la suya. La madre era la persona que se encargaba de hablar y responsabilizar a la escuela del carácter y de la total educación de su hijo, ya que, según ella: “es con vosotros con quien está más horas, es cosa vuestra”.

¿Cómo podemos dejar completamente en manos de otro la educación o la crianza de un hijo? ¿Cómo somos capaces de lavarnos las manos como Pilatos, intentando creer y hacer creer que este tema, es decir, mi hijo, es responsabilidad de un extraño?

Recuerdo las conversaciones (cortas, ya que siempre andaba con prisa), las sugerencias por parte de la escuela y la negativa a colaborar “no tengo tiempo”,” tengo mucho trabajo”, “con lo cansada que estoy cuando llego a casa, como para dedicarme a charlar con él”.

También recuerdo otra época. Trabajé durante un periodo en una fábrica. Coincidió mi periplo en esa empresa con la huelga general del año 2002. Muchos trabajadores, por no decir todos, andaban revueltos, los sindicatos alterados y la empresa amenazando muy sutilmente para evitar al máximo el absentismo laboral que dicho acto podía ocasionar. Recuerdo como, antes y después del paro, algunas de mis compañeras que no se sumaron a la huelga andaban quejándose de lo insostenible de la situación y de que alguien debería hacer algo para solucionarlo.

Aquí aparece ese “alguien” que irónicamente me recuerda al “Alien, el octavo pasajero”; ese ser ajeno a nosotros que se lleva por delante en la película a todo ser vivo. En este caso, el “alien o alguien” es ese individuo ajeno también a mí que debe hacerse cargo de la situación y resolverla.

A día de hoy, sólo escucho que hay que hacer algo para cambiar esto, pero son “ellos”: políticos, banqueros, empresarios, los del 15 M, los de la Plataforma antidesahucios, los… Es decir, cualquiera que no sea la persona que está hablando, cualquiera que no sea YO.

La madre andaba ocupada, las trabajadoras no podían participar en la huelga porque prescindir de un día de sueldo era imposible, los que tanto hablamos porque “¿yo solo que puedo hacer?”, todos, nos olvidamos de la fuerza del individuo, de la capacidad que tenemos cada uno de mover el mundo, de transformarlo aunque sea a pequeña escala, partiendo de mí, de mi entorno. De cómo según las circunstancias  «el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo». Olvidamos como las gotas de lluvia, cayendo una tras otra llegan a llenar un cubo, incluso un embalse. Como los minúsculos granos de arena, uno junto a otro, forman grandes playas o inmensos desiertos.

Olvidamos como algunos hombres y mujeres se han levantado contra viento y marea, cansados de dar la fuerza a “esos otros” para reclamar sus derechos.

En cada ocasión que sale por nuestra boca “¿qué puedo hacer yo?” o “yo solo no puedo”, estamos perdiendo el poder como individuo para convertirnos en un ser sin decisión ni libertad. No hace falta pelear, simplemente no dejar que sea otro el que haga mi tarea y si, aun así, decido ceder mi poder, aceptar que mi silencio o pasividad es tan generadora de lo que me envuelve como la acción de aquellos que se están moviendo.

Ser responsable simplemente quiere decir: Hacerme cargo de lo que es mío.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.