El cuerpo, El eterno Olvidado
Hoy se lleva eso de hacer todo lo que te pida el cuerpo. O al menos lo decimos aunque verdaderamente sabemos muy poco de lo que nos pide y por tanto es limitado lo que podemos hacer para satisfacerle.
Escasas son las personas capaces de llevarlo a la práctica. Tal vez, solo los niños.
El ser humano necesita expresar sus emociones de una manera espontanea; es algo innato, que a causa de un aprendizaje tan convencional como represor, acabamos olvidando. Y luego, el cuerpo nos pasa factura.
En él, queda impresa toda nuestra experiencia vital. Guarda toda nuestra memoria emocional en la forma en la que nos vamos configurando físicamente, en el funcionamiento de nuestros órganos, en la manera en que nos movemos,…Nos relacionamos por dentro como nos relacionamos fuera. El cuerpo habla a través de las sensaciones, emociones, movimientos,…. La aceptación y comprensión de ellos nos proporciona bienestar y experiencia de unidad.
El individuo enferma por una serie de incongruencias entre lo que el cuerpo experimenta y todo cuanto piensa, siente y hace.
Somos cuerpo, es a través de él como podemos experimentar lo que somos, sentirnos nosotros mismos es una experiencia corporal.
Todas las emociones van acompañadas de una cierta conmoción o alteración somática. Es más, no existirían sin este aspecto corporal, es una condición sine qua non. Cada emoción se refleja en distintas partes del cuerpo. El miedo, por ejemplo, puede bloquearnos la respiración, aumenta la frecuencia cardiaca,… podemos llegar incluso a perder completamente el control de los esfínteres o el caso totalmente opuesto como seria contraerlos impidiéndonos un tránsito regular.
Durante la infancia recibimos el mensaje de que solo las emociones agradables o positivas pueden exteriorizarse (y estas aun controladas). El niño puede saltar y brincar alegremente ante una situación placentera pero recibe la consigna clara de controlarse cuando se trata de exteriorizar la rabia o la tristeza.
Aunque tratemos de ocultarlas, las emociones forman parte de nuestra manera de ser y vivir de forma autentica, es dejarse llevar por ellas. Cuando impedimos su expresión, no desaparecen, solo estamos consiguiendo que esa energía quede estancada dentro de nosotros con las distintas problemáticas que eso puede acarrearnos.(1)
Por mucho que nuestra mente se niegue a aceptarlas, el cuerpo seguirá viviendo esas emociones y deberá canalizarlas hacia algún lugar si no las dejamos salir libremente.
Los adultos creemos inaceptable mostrar la ira o el enfado en público y empleamos una gran cantidad de energía para contener toda esa rabia que pugna por salir. Solemos, por ejemplo, contracturarnos, o teniendo que usar una placa de descarga para dormir ya que nos destrozamos los dientes y las mandíbulas de tanto apretar, o nos aparecen ulceras estomacales,… En lugar de castigarnos, sería mucho mejor dejar salir la energía y liberarse de ella.
No digo que tengamos que ir montando escenitas en público o que nos volvamos unos descontrolados soltando nuestra ira por cualquier motivo; solo que si en primer lugar aceptamos la existencia de la emoción encontraremos el momento para deshacernos de ella. Ya hay personas que descargan sus emociones en objetos simbólicos, un cojín puede ser nuestro jefe y podemos decirle o hacerle lo que en realidad nunca podríamos.
Las emociones no entienden de conveniencias sociales ni de leyes penales. Son viscerales y como tales salen de nuestro lado más instintivo, más animal. Esas ganas locas de “matar” a alguien cuando nos hiere pueden dramatizarse matando a un almohadón a base de puñetazos, de patadas. Toda esta energía que en principio podría parecernos destructiva deja de serlo cuando la dejamos salir en un ambiente controlado y seguro.
Si uno llora, ríe o grita cuando tiene ganas, cuando lo necesita, nunca llega a una tristeza, una alegría o una ira histéricas. Seremos normales en la medida que normalicemos nuestras emociones.
La ira es considerada inadecuada; la tristeza y el dolor son demasiado desagradables para dejarnos embargar por ellos.
Vivimos en una sociedad que sigue reprimiendo muchos de nuestros impulsos expresivos como el llanto, la angustia o la excitación sexual
Hemos fabricado una coraza tras la cual nos escondemos y nos protege de todas estas emociones que no sabemos cómo manejar. Pero lo que no sabíamos cuando empezamos a forjarla, es que de la misma manera que nos aliena del dolor nos aleja también del placer. Ella encierra esa parte tierna y vulnerable de nosotros, esa parte que aun nos queda de niño y, nos protege tan bien, que no deja que nada la traspase.
La separación entre cuerpo y mente es una idea que nuestra sociedad arrastra y crea una fragmentación del individuo. La persona es un todo, pero ha llegado a vivir como si estuviera constituida en partes.
La enfermedad, es el resultado de esta escisión de uno mismo en partes y la mala identificación de una parte con el todo.
El holismo (2), nos invita a ver a la persona bajo una luz diferente de aquella que ha enfatizado nuestra cultura y nuestra ciencia.
Un enfoque integral de la persona tiene como objetivo reunir todos sus aspectos de manera que pueda vivir la experiencia de sí misma como un organismo unitario, más que como una mezcla de partes.
De manera más específica en la Gestalt como terapia integrada:
-El proceso psicológico que se expresa verbalmente (por ejemplo, conflictos o creencias) está explícitamente conectado a sus expresiones corporales.
-Procesos físicos como postura, contención muscular y perturbaciones somáticas, como expresiones significativas de la persona.
-Se considera que tanto los procesos físicos como psicológicos son aspectos del todo y las divisiones en partes, el problema de interés terapéutico.
Los conflictos tratados en terapia no son solo caracteriales o de relación, también tienen cabida las llamadas enfermedades físicas ya que desde la concepción holística no habría ninguna diferencia entre físicas y psíquicas ya que todas forman parte del mismo organismo (ya profundizaré este aspecto en otro momento). No estoy diciendo con ello que no sea necesaria la visita o el control médico, sino simplemente que la ayuda terapéutica puede favorecer la recuperación.
La finalidad de la terapia es la integración, la que perdimos en el proceso de construcción de la armadura, donde dimos más credibilidad a una mente que nos dice lo que debemos o no sentir.
Serge Ginger (terapeuta gestaltista francés) nos habla de otro aspecto muy interesante: la manera de conseguir que ciertos traumas queden atenuados. Él nos explica, que durante la noche y más en concreto durante los sueños, es cuando fijamos nuestros recuerdos; sobre todo los que están más cargados emocionalmente i también las experiencias importantes, tanto positivas como negativas de nuestra vida.
Una de las funciones de los sueños seria la revisión cotidiana del programa genérico y su puesta al día. Esta sería la hipótesis de la “reprogramación genérica” de Jouvert.
Ginger, dice que ante un trauma (accidente, violación, muerte súbita de un familiar,…) si antes de que llegue la noche se pudiese realizar una sesión de terapia, el conflicto podría ser desdramatizado, permitiendo la expresión profunda de la emoción en un ambiente tranquilizador como es la sesión terapéutica.
Ya que la “ex–presión” inmediata, evita la “im-presión” duradera en las estructuras profundas del cerebro.
(1) En su libro “El cuerpo tiene sus razones” Thérèse Bertherat lo explica muy bien
(2)Holismo: el enfoque holístico es aquel en que los objetos y en especial los seres vivos se perciben como totalidades. “El todo es más que la suma de las partes”. Todo existe y adquiere un significado dentro de un contexto determinado. Nada existe por si solo, aislado. Todo se relaciona con todo.