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Postergar

Del latín medieval postergare, derivado del latín post tergum “detrás de la espalda”
Hacer sufrir atraso, dejar atrasado algo, ya sea respecto del lugar que debe ocupar, ya del tiempo en que había de tener su efecto.

Tempus fugit - Il tempo vola - Time flies

La postergación es una de las formas de actuar ante el miedo. Para mí es un eufemismo ya que en lugar de reconocer el pavor que me causa enfrentarme a un hecho o persona, decido aplazar la resolución del “conflicto” en espera del momento idóneo u adecuado.
La realidad es que pocas veces se presenta esta ocasión apropiada, habitualmente solemos esperar hasta el límite, apuramos hasta vernos obligados por las circunstancias.
Es posible que durante mucho tiempo no demos excesiva importancia a este modo de actuar; he oído justificaciones de todo tipo al respecto:
“Sólo aplazo lo que no me motiva”
“Es mi manera de funcionar, siempre espero al último momento”
“Para que esforzarme más si así lo consigo igual”
“Ya lo haré, no corre prisa”
Puede tardar más o menos, pero siempre llega el momento en que los mecanismos de defensa (ver Ciclo de necesidades 1 y 2) dejan de ser útiles, es entonces cuando debes tomar una decisión: esperar que se solucionen solos o ponerle remedio.
Al principio utilizamos los mecanismos de defensa sin ningún tipo de duda, forman parte de nuestro bagaje y en absoluto nos cuestionamos su utilidad. Sin embargo, conforme nuestra vida avanza, empezamos a percatarnos de que su uso empieza a ser más perjudicial que productivo. Llegados a este punto, todos sin excepción queremos solucionar esta coyuntura, el problema es ¿qué estoy dispuesta a hacer para conseguirlo?
Desde una perspectiva totalmente racional y cognitiva, la solución es fácil: ¡Ponte las pilas YA! Ponte en acción, no hay más! Desgraciadamente, seguir las instrucciones de nuestra mente a veces no es tan simple, ya que nuestro organismo se rige por tres centros: mental, emocional y visceral o instintivo.
Mientras el centro mental puede estar bombardeándonos con mensajes implacables sobre lo que debemos o no hacer y el centro visceral, se queda quieto, inamovible. ¿Qué pasa con mi centro emocional? ¿Qué dice? ¿Qué hace?
Tenemos una obra con tres actores, el mental que sabe lo que hay que hacer(a veces solo cree saber) y lo repite constantemente, el instintivo que sigue haciendo lo de siempre porque esa es la costumbre (mi patrón de comportamiento) y, el emocional, el gran desconocido, es un actor en la sombra, actuando invisiblemente pero de manera perceptible. Hasta que este tercer actor no sea iluminado por todos los focos del escenario y se haga totalmente visible, no hay ninguna posibilidad de superación. Es difícil gestionar aquello que no veo, aquello que tengo “tras la espalda”.
Darse cuenta y aceptar lo obvio es el primer paso. Luego puedes esperar a que venga un hada, te toque con su varita y sin esfuerzo te “reconstruya”. O puedes aceptar que no hay hada ni hado, que la única capaz de solventar tus problemas eres tú misma y poco a poco aprender (con ayuda terapéutica o no…) a gestionar tus emociones para encauzar tu vida.

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Elijo seguir sufriendo

Existe el pensamiento bastante generalizado que concibe la aceptación o el perdón como hechos totalmente filantrópicos que favorecen a quien los recibe más que a quien los otorga. Cada vez que nos resistimos a aceptar o a perdonar, tendríamos que añadir “elijo seguir sufriendo”, pues entender esta actitud conciliadora como un acto que realizamos en beneficio ajeno nos está perjudicando, quizás más, que la ofensa en sí misma

De algún modo, uno cree estarse dañando cuando de perdonar se trata, sentimos como si nos abandonásemos en beneficio del “culpable”. Por tanto, es conveniente destituir dicho juicio.

Solo hace falta fijarse en cómo estos sentimientos nos condicionan la vida: cuando me niego a aceptar lo que es, ya sea una faceta del carácter o una actitud o una acción de alguien porque no estoy de acuerdo o me molesta, me hiere, me duele o incluso considero que es un error grave, lo que estoy consiguiendo es entablar una guerra entre lo que querría y lo que es, o entro lo que quiero y lo que obtengo. La frustración y el dolor suelen cegarnos dando lugar a un cierto deseo de venganza (más o menos intenso, según el carácter, según la circunstancia) que nos empuja a querer castigar al otro no aceptándole tal cual es y no perdonándole por lo que “me” ha hecho.

Solemos ser demasiado egocéntricos para darnos cuenta de que no todo gira a nuestro alrededor, somos como los detractores de Galileo. Arrastramos una ceguera selectiva fruto de la educación y la costumbre. En una sociedad donde los errores son sancionados y el perdón supone, por tanto, una abolición del castigo, la extrapolación de esta creencia (o introyecto) al “daño” emocional es entendible.

En la Terapia Gestalt trabajamos para destruir los introyectos que nos dañan y este sería uno de ellos: el perdón beneficia al otro, ese otro al que visto con los ropajes de la maldad o del egoísmo.

El daño que sentimos, fruto de la interrelación con otros seres humanos, la mayoría de las veces no es un “daño moral”, es decir, no ha sido causado con intención, ni con malicia. Simplemente es un “daño colateral”, como dirían en las películas de acción. Los intereses de un individuo pueden oponerse totalmente a los de su vecino. Por ese motivo, a veces, la satisfacción de los mismos puede perjudicar al no beneficiado, aunque no se buscaba en absoluto ese resultado.

Cuando hablamos de alguien aplicándole el calificativo de “filántropo”, a nivel coloquial solemos entender que se trata de una persona volcada en los demás, cuyo principal objetivo es buscar el bienestar para sus congéneres.

Olvidamos que el amor por el ser humano, empieza por el amor a uno mismo. Si no me quiero a mi misma, si no me cuido y me protejo, es imposible que pueda hacerle esto a otro individuo. No se trata de egoísmo, más bien es sentido común: No podemos dar lo que no poseemos.

Este es uno de los motivos de las riñas, malos entendidos y disputas: olvidamos que el otro también tiene deseos y necesidades que no tienen por qué coincidir con los míos y, su satisfacción puede molestarme o incluso dañarme aunque ese no fuese el propósito. No es malo, simplemente es humano, como yo.

También es cierto, que pueden dañarnos simplemente por qué no les importa hacerlo. Hay personas que en busca de sus intereses son capaces de arrasar con todo aquello que encuentren a su paso.

Entonces ¿hay quien se merece el perdón y hay quién no?

Si pretendemos ser jueces impartiendo moralidad, decidiendo quién merece y quién no nuestra absolución, seguimos apegados a la persona o al suceso. No perdonar, implica seguir atado, impidiendo cerrar la herida, reviviendo el daño cada vez que el recuerdo hace acto de presencia y junto a él, la amargura del rencor nos agría la vida.

Perdonar, para mi entender, es soltar. No se trata de olvidar, ni poner la otra mejilla, se trata de dejar de preocuparme y darle vueltas al tema, de aceptar que esa persona quizás no es como yo había imaginado, admitir que la situación no se ha desenvuelto como deseaba, reconocer que no he conseguido lo que pretendía,…

Quizás el perdón implica un alejamiento, pero no desde el odio o el castigo. La distancia es la reacción que cualquier ser vivo tiene ante situaciones que no le convienen.

Si estar contigo me daña porque no me satisface como nos relacionamos, puedo alejarme enfadada queriendo con ello demostrarte lo malo que eres, no mereciéndote mi compañía por ello. O puedo alejarme respetuosamente, ya que no compartimos el mismo modo de ver o hacer, sin juicio ni agravio. Aunque no siempre es necesario el alejamiento.

Si intento recordar que el otro no es una extensión de mí mismo, que no tiene por qué hacer lo que hace con la intención que yo lo haría, que tiene derecho a sus propios sentimientos y pensamientos por contrarios que sean a los mismos, si respeto las diferencias, puedo llegar a encontrar un lugar común.

Si quiero sufrir puedo seguir intentando cambiar lo imposible: convertir mi entorno en como yo quiero.

Perdónate a ti mismo por pretender que el mundo gire a tu alrededor, así después podrás aceptar que a los demás les pase lo mismo y encontrar un lugar desde donde relacionaros o no…

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Aceptación, resignación, autoindulgencia.

La diferencia entre ellas es la actitud con que nos encaramos a la situación.

Resignación: Aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial.

Implica derrota.” No hay más remedio

Autoindulgencia: es el sentimiento de pena hacía uno mismo que experimenta un individuo en situaciones percibidas como adversas cuando dicha situación no ha sido aceptada y no se tiene la confianza o la habilidad para adaptarse a ella.

A efectos prácticos, es cuando nos permitimos “algo” por no oponernos a ello. Es una posición cómoda en el aspecto que no nos invita al cambio

“No pasa nada” Aunque interiormente sabemos “que sí pasa”

Aceptación: Acción de aceptar.

Aceptar: Recibir [una persona] voluntariamente algo que se le ofrece o propone.

Integrar que existen las diferencias y que pueden existir desde el respeto. Yo lo siento así, tu asa. Y ambos son válidos.

De los tres, el más dificultoso de conseguir es la aceptación, ya que implica un alto grado de desapego y no estamos acostumbrados a ello.

Aceptar es reconocer la validez de algo o alguien desde su diferencia, mientras que la resignación es soportarlo y la autoindulgencia es hacer la vista gorda.

¿Cómo podemos llegar a diferenciarlas y, realmente es conveniente hacerlo?

Cuando trabajamos en terapia una situación conflictiva en este aspecto, intento que el cliente se dé cuenta de los pensamientos, sensaciones y sentimientos que le acompañan. Cuando existe malestar, cuando aparece el dolor o la rabia aunque sean camufladas por un tono amable o por frases aparentemente inocuas, cuando el cuerpo reacciona con ciertos movimientos involuntarios o expresiones faciales que no coinciden con el lenguaje verbal, son indicativos de que no hay aceptación todavía.

La aceptación es ligera, nos permite vivir en armonía; con las otras dos no nos sentimos satisfechos.

Estamos acostumbrados a resignarnos ante lo que no nos gusta, desgraciadamente aun nos cuesta entender y apreciar la variedad. De manera inconsciente seguimos creyéndonos con derecho a conseguir lo que deseamos del modo que queremos. Olvidamos que nuestros congéneres tienen el mismo derecho y que la sana convivencia necesita de un acuerdo, no de una guerra. No existen ganadores ante la batalla, sólo hay sufrimiento.

Podemos permitirnos los errores (auto-indulgencia) y soportarlos (resignación), sin embargo apreciarlos como diferencias (aceptación) implica reconocer y dar espacio a la pluralidad, lo cual puede entrañar ceder en beneficio global.

Para llegar a aceptar en lugar de resignarse o ser autoindulgente simplemente hay que mirar al otro como me gusta ser mirado y antes, es conveniente y sano dejar de juzgarse uno mismo, ya que las diferencias supuestamente irreconciliables empiezan en mí.  Así el primer trabajo consiste en conocerme más, integrando poco a poco mis diferentes facetas.

Por tanto, desde mi punto de vista, la respuesta a la pregunta es:

SÍ podemos llegar a diferenciarlas y SÍ es conveniente hacerlo, ya que es otro paso hacia el bienestar.

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De lo que me preocupo no me ocupo.

Hay muchos refranes, proverbios o simplemente pensamientos que nos recuerdan lo desgastantes y muchas veces ineficaces que son las preocupaciones:

Las preocupaciones se pierden con el tiempo.

Hoy es el mañana por el que te preocupabas ayer.

llunaSi un problema puede solucionarse, si la situación es tal que puedes hacer algo al respecto, entonces no hay necesidad de preocuparse. Si no puede arreglarse, entonces preocuparse no tiene utilidad alguna.

Un día de preocupación es más agotador que un día de trabajo.

Algunas de las entradas la RAE sobre el significado de “preocuparse” son:

Ocupar antes o anticipadamente algo.

Dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: Producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud.

Dicho de una cosa: Interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas.

Al igual que las dudas, existen dos tipos de preocupaciones: aquellas que sirven para rectificar o mejorar nuestra situación o las que simplemente mantienen nuestra cabeza dentro de un bucle infructuoso que desgasta nuestra energía gratuitamente.

Las ideas que viven para siempre en nuestro imaginario sin llegar a convertirse en acciones tan solo sirven para mantenernos en situaciones insatisfactorias. Darle vueltas una y otra vez a una acción que ya pasó, pensando cómo podría haberla gestionado de otro modo, tan solo tiene sentido si estoy dispuesta a realizar un cambio la próxima vez que se dé un caso parecido. Si el pensamiento sirve para descubrir los errores y aprender de ellos, la preocupación se convierte en ocupación y una vez se llega a una conclusión clara, pierde todo el sentido seguir anclada en esa misma idea. La única respuesta sana es la nueva acción.

Preocupación   =   análisis        conclusión        nueva acción.

En otras ocasiones, la situación no se ha dado, pero como nos sentimos incapaces de reaccionar ante ella de manera conveniente, dejamos que el miedo nos invada. Dicha emoción, en lugar de utilizarla desde su vertiente más sana, que es la de mantenernos alerta ante una situación desconocida o incluso peligrosa, se convierte en un peso muerto que nos amarra sin opción en la inacción.

Cuando un cliente me pregunta qué puede hacer ante este tipo de tesituras, que cómo puede evitar la aparición de este tipo de pensamientos, siempre les digo lo mismo: es imposible hoy por hoy impedir que la idea aparezca, lo único que está en mi mano es evitar engancharme a ella de manera consciente.

Se trata de realizar un ejercicio de musculación: apartarla una y otra vez, volcar mi atención en cualquier otra cosa, no dejar que me gane la partida pegándome a ella. Se trata de no darle de comer.

Si la acción ya ha sucedido no puedo cambiar lo que aconteció, por lo tanto, una vez realizado el acto de contrición, si es oportuna alguna acción inmediata que enmiende lo acontecido, se realiza y, si no ha lugar, sigo avanzando predisponiéndome de otro modo ante un nuevo hecho similar.

Si la preocupación es sobre una situación que aún no ha sucedido, poco se puede hacer al respecto. Por mucho que desarrollemos en nuestra mente los posibles marcos en que creamos se pueda dar, no estaremos mejor preparados para resolverla, no estamos elaborando una estrategia, estamos fomentando la angustia.

El pasado se fue y el futuro aún no ha llegado, el presente es lo único que existe, si sufro por lo que fue o por lo que es posible, me pierdo lo que estoy viviendo. Por lo tanto, lo más conveniente es concentrarse en lo que estoy haciendo en cada momento. Focalizarme en la acción, no en el pensamiento.

Hay personas que vienen a terapia dispuestas a mejorar la gestión de sus emociones desde la preocupación. Es lo que se ha dado en llamar “el síndrome del autoestop”: consistiría en esperar pasivamente que sea el médico o terapeuta quien resuelva mi problema. Es decir, le doy vueltas al tema, me lamento, me siento frustrado y, sin embargo, no hago nada diferente que me ayude a resolverlo de forma distinta.

Hacer algo diferente no quiere decir llevar a cabo acciones drásticamente contrarias, a veces simplemente se trata de realizar pequeños ejercicios o propuestas que el terapeuta sugiera. Lo más importante es aprender de nuestro modo de funcionar y ver a dónde nos lleva ese pequeño movimiento. Observar lo que me sucede pondrá otra luz a cómo me veo, a tomar consciencia de cómo soy, ya que somos mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver de nosotros mismos.

“La fuerza que se encuentra en cada uno de nosotros es nuestro mejor médico” decía Hipócrates hace aproximadamente unos 2500 años. También se reconocía incapaz de tratar a las personas que no habían decidido curarse y para ello es necesario “ocuparse” no “preocuparse”.

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Ciclo de necesidades (2)

 

Ya os empecé a hablar en el anterior post del hecho de que cada fase del ciclo es en sí misma un pequeño ciclo que puede o no ser llevado a término.

Los elementos que provocan que en el ser humano este proceso sea muchas veces perturbado, son lo que llamamos RESISTENCIAS, MECANISMOS DE DEFENSA o MECANISMOS NEURÓTICOS.

Este sería el cuadro de los diferentes mecanismos y del lugar desde donde se sitúan, interrumpiendo el desarrollo del ciclo:

 Perturbaciones ciclo.

Represión: Es un mecanismo que no deja emerger la sensación. Hay una desensibilización de las emociones y de las sensaciones físicas. Todo lo que no es aceptado, se reprime. La indiferencia es un no sentir. De hecho, sería un introyecto muy fuerte. Su antídoto sería la sensibilización corporal.

 Introyección: Hacer tuyas las ideas o principios de otros (padres, sociedad…) sin haberlas asimilado de forma personalizada. De hecho, alrededor de este mecanismo se estructuran todos los demás. Antídoto: la asimilación.

 Deflexión: Consiste en evitar el contacto desviando la sensación hacia una zona mental (intelectualizando: verborrea, generalizaciones) o camuflando la agresividad (humor o ironía). Es una manera de enfriar el contacto. Antídoto: darse cuenta y sostener.

 Proyección: Sería la polaridad de la introyección. Consiste en atribuirle al otro lo que es tuyo. Es hacer responsable al mundo de lo que se origina dentro de uno. Antídoto: reapropiarse del proyectado.

 Retroflexión: Hacerse uno mismo lo que querría hacer a los demás (masoquismo o somatizaciones) o lo que querría que los otros le hicieran (alabarse). Antídoto: expresión de los sentimientos, deseos y necesidades.

 Confluencia: Es la pérdida de los límites entre uno y el entorno. Se confunde identidad con unión, por ejemplo, sería el caso de los integrantes de una secta. Antídoto: diferenciación.

 Desvalorización: Sacarle valor al contacto. Es no llegar a la consumación y, por tanto, no disfrutar de la realización del contacto. Antídoto: sostener lo positivo sin buscar el “pero”.

 Los mecanismos, como estructuras ya instauradas, hay que aprovecharlos en sus aspectos saludables.

Represión – Limitar la expresión en determinadas circunstancias.

Introyección – Tradición, cultura.

Deflexión – Evitar conflictos.

Proyección – Pistas de conocimiento de lo que tienen en común el proyectado y lo que proyecta.

Retroflexión – Disciplina.

Confluencia – Trascendencia; ir más allá del ego.

Esta clasificación de las interrupciones del ciclo en el funcionamiento cotidiano no es tan precisa y concreta, más bien algunos mecanismos se superponen o incluso aparecen en fases no especificadas en este cuadro. Esto es una imagen teórica y fácilmente comprensible, que nos ayuda a hacernos una idea de la dificultad que entraña la gestión de nuestros deseos y necesidades.

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El ciclo de necesidades (I)

Un proceso terapéutico no consiste en iluminarse o dejar de ser neurótico, se trata de poder realizar sin excesiva dificultad los ciclos de necesidades.

¿Qué es o en que consiste un ciclo de necesidades?

En la Gestalt, llamamos “ciclo de necesidades” al proceso que realizamos desde la detección (consciente o no) de una necesidad hasta su realización, bloqueo o represión.

Dicho de otro modo, el proceso que transcurre desde la identificación de una necesidad hasta su satisfacción o intento de satisfacción. Podremos entenderlo como una explicación de la dinámica que sigue una gestalt (término alemán, sin traducción directa, pero que aproximadamente significa “forma”, “totalidad”, configuración”) en su tendencia a completarse y explicaría, al mismo tiempo, como dicha gestalt puede quedar inconclusa.

La neurosis se manifiesta mediante diferentes tipos de interrupción de este ciclo, que incluye lo que podríamos llamar una fase del darse cuenta, de identificación de la necesidad, y otra de contacto, satisfacción de la necesidad.

Cuando hablamos de necesidades, no sólo nos referimos a las orgánicas, sino también a todas las necesidades de tipo psicológico y social.

Según el autor que consultemos, podemos encontrar desde las 4 fases con que Perls y Goodman dividían el proceso (precontacto, toma de contacto, pleno contacto y postcontacto), a las 5 de Ginger (precontacto, compromiso, contacto, descompromiso y asimilación) y a las 7 de Zinker. Utilizaré esta última clasificación:

ciclo de necesidades

Partiendo de una situación de REPOSO, aparece una necesidad en forma de SENSACIÓN. La registramos en forma de señales sensoriales, que indican un déficit del organismo. Pueden ser tanto sensaciones físicas (incomodidad, vacío en el estómago, escalofríos…) como sentimientos (tristeza, alegría, dolor, placer…).

El siguiente paso es el darse cuenta, la toma de CONCIENCIA, que no es más que ponerle nombre a la sensación (hambre, sed, necesidad de compañía…).

La movilización de energía o energetización, es el estado de excitación corporal, que nos prepara para pasar a la acción; es la disposición de todos los sentidos hacia la consecución del contacto. Sería como un calentar motores.

La respiración es un elemento muy importante que hay que tener en cuenta en esta fase, ya que el bloqueo de la misma nos llevaría a la frustración del proceso.

El cuarto paso es la ACCIÓN, comienza el movimiento o la conducta dirigidas a satisfacer la necesidad. Implica la conciencia de cómo me dirijo hacia el contacto. A nivel neurótico, este inicio a la acción puede coincidir con una desenergetización, es decir, dejo de activarme, de movilizarme para no ir hacia lo que deseo.

Sigue el CONTACTO propiamente dicho, donde la necesidad del organismo se resuelve interactuando con el entorno. Es el encuentro que implica la resolución de la acción iniciada: como, cojo, hablo o me relaciono…

Y el último paso es la RETIRADA. Una vez satisfecha la necesidad, vuelvo al estado de reposo hasta que vuelva a emerger una nueva necesidad, un nuevo ciclo. Aquí reconocemos el límite del encuentro mediante el sentimiento de satisfacción y bienestar que nos dispone hacia nuevas necesidades.

Habría otro autor, Katzeff, que añadiría otro paso entre el contacto y la retirada, que sería la CONSUMACIÓN, que es la celebración del contacto.

A efectos operativos, el ciclo tiene dos estadios claros: uno de preparación (sensación, conciencia, energetización) y el otro de resolución (acción, contacto, retirada).

En cada una de estas mitades de ciclo, la Terapia Gestalt acentúa una especie de intervención:

– En la primera, la conciencia (Terapia del darse cuenta).

– En la segunda, el contacto (Terapia de contacto).

Ambos aspectos son claves fundamentales del modelo de terapia gestáltica y dos de los nombres con los que se la denomina.

Cada parte del ciclo genera un ciclo en sí misma, ya que para avanzar en el proceso y pasar de una fase a otra, tenemos que darnos cuenta de lo que sucede en concreto, energetizarnos y llevar la acción pertinente de ese momento a cabo. Tomaremos como ejemplo la fase de toma de CONCIENCIA. Tal como os decía, la respiración juega un papel fundamental. El mini ciclo que representa esta fase, empezaría con la denominación precisa de lo que me sucede, si dejo de respirar, que es la forma de desconectarme, dejaría de sentir y de darme cuenta exactamente de lo que es, al tiempo que no me cargaría de energía y frustraría la resolución de este ciclo, con lo que sería imposible seguir avanzando y llegar al siguiente paso, que sería ponerme en marcha.

En otro post os seguiré hablando del tema.

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Egotismo

Una de las críticas, con razón, que se hacen a la Terapia Gestalt como proceso de crecimiento personal, es el “imbuir” en el cliente ese afán por respetarse a sí mismo por encima del resto de individuos de su entorno.

Tal como decía en el artículo “Todo lo que empieza por ego”, preocuparse por uno mismo está cargado de connotaciones negativas. Solemos perder la perspectiva y nos confundimos, costándonos encontrar el equilibrio entre “el yo” y “los otros”.familia

No voy a negar que, durante el inicio de un proceso terapéutico, se suele invitar al cliente a experimentar sus deseos como oposición a la polaridad hasta ese momento vivida por él, cuando esa ha sido la resignación, la confluencia o cualquier otra actitud en la que haya supeditado al medio antes que a su propia necesidad o aspiración.

Puede parecer a ojos externos una posición muy egoísta, aunque quizás sería conveniente también observar qué cambios significativos se están ocasionando en el entorno y si tan solo al cliente se le puede adjudicar dicho calificativo, ya que seguramente “algo” estarán perdiendo la o las personas que se quejan de lo que antes les favorecía.

Volviendo al cliente, puede parecer una actitud egoísta, ciertamente, incluso puede en ocasiones llegar a serlo en el sentido más estricto, pero ¿cómo puede alguien aprender a nadar si no se introduce dentro del agua? Dicho más claramente, ¿cómo puede encontrar el equilibrio entre dos opciones si no prueba o se informa de ambas?

Hace poco también hablaba del concepto “vivenciar”, este sería un claro ejemplo del mismo: racionalmente puedo comprender la necesidad del equilibrio entre “respetarme a mí mismo sin olvidar al otro” o, lo que sería la ecuación inversa, “respetar al otro sin olvidarme de mí mismo”. Si tan solo he experimentado una vivencia, resulta necesario inmiscuirme en la otra para finalmente encontrar mi propio término medio.

Es una manera de trabajar el sentido de la responsabilidad, teniendo en cuenta lo que deseo, aceptar o no lo que he de perder o dejar para obtenerlo me hace ser consciente y decidir hasta dónde y cómo quiero llegar.

En absoluto invitamos a realizar cambios drásticos, ni siquiera instigamos a ello, simplemente abrimos la puerta a la prueba: ¿y si en lugar de hacer lo de siempre te planteas probar otra cosa?, ¿qué pasaría?, ¿qué es lo peor que puede pasar?, ¿estarías dispuesto a sostenerlo?

Estas son algunas de las preguntas, estas son las “influencias” que ejercemos, animamos a probar y este probar muchas veces no llega a hacerse efectivo porque el cliente se da cuenta de que el resultado no estaría dispuesto a sostenerlo; en otras ocasiones, se percata de que ha estado inhibiéndose de acciones o situaciones cuando la consecuencia no sería en absoluto peor de lo que tiene, más bien todo lo contrario.

Los cambios a medio y largo plazo no beneficiarán tan solo al cliente, sino a todo su entorno, pero como en todo hay que esperar un tiempo. Incluso cuando las decisiones acaban siendo drásticas, lo que indican es que la relación del cliente con su entorno no era satisfactoria y, por lo tanto, a largo plazo será una buena opción para todos.

Un buen caldo no se hace en media hora, ni un estofado en cinco minutos. Puede ser que el cliente descubra que quiere caldo mientras que su entorno prefiere estofado; ahí estará su responsabilidad de decidir lo que quiere seguir cocinando.

Tal como dice Serge Ginger:

“En efecto, cualquier cliente en terapia se interesa mucho en sí mismo y en sus problemas, consagrando largas horas a autoobservarse, a encontrarse o a ponerse en escena, a tener expectativas, a sacrificar tiempo y dinero para su propio desarrollo y su bienestar; se trata efectivamente de un tiempo de egotismo o de egocentrismo ¡y las familias de los clientes en terapia no dejan de quejarse!”

El proceso terapéutico tiene varias fases, una sería esta del egotismo del cliente, para poco a poco ir dando paso a una actitud más equilibrada y conciliadora con el entorno.

La famosa oración gestáltica ha sido objeto de bastantes críticas por ver en ella solamente esta parte egoica.

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Sin embargo, si vamos más allá de la primera impresión y nos adentramos en el texto extrapolándolo a la vida, ¿qué sucede cuando las desavenencias aparecen, cuando los objetivos ya no son comunes o cuando los proyectos terminaron sin aparecer de nuevo? Nada más y nada menos que seguimos caminos distintos agradeciendo (si se puede) los beneficios de lo vivido.

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Vivenciar

 

Hands print with wedding rings on sand.Wedding travel, marriage.

Una de las principales características que distinguen a la terapia Gestalt de otras corrientes psicoterapéuticas es lo que se ha dado en llamar “vivenciar”.

En el diccionario de la Real Academia no existe este verbo como tal, pero su significado proviene de “vivencia”: Hecho de experimentar algo, y su contenido. Por tanto, sería experimentar holísticamente lo que sucede.

Como descendientes del psicoanálisis (no podemos olvidar los orígenes de la Gestalt), esta fuerza en la vivenciación y experimentación de lo que le sucede al cliente la interpreto como el resultado de la búsqueda por encontrar un nuevo camino más acorde para cubrir las deficiencias que veían en la corriente de la cual procedían.

Vivenciar es no separar lo que sentimos de lo que pensamos, de lo que hacemos.

La Terapia Gestalt es considerada una psicoterapia. He encontrado dos definiciones de este concepto que me resultan interesantes:

RAE: Psicol. Tratamiento de las enfermedades, especialmente de las nerviosas, por medio de la sugestión o persuasión o por otros procedimientos psíquicos

“Vocabulario de Psicoanálisis” de Laplanche y Pontalis: En su sentido más amplio, psicoterapia es cualquier método de tratamiento de los desórdenes psíquicos o corporales que utilice medios psicológicos y, de una manera más precisa, la relación del terapeuta y del enfermo (…)

En la primera, interpreto esa separación entre lo mental y lo corporal (especialmente de las nerviosas), además de un componente directivo (por medio de la sugestión o persuasión o por otros procedimientos psíquicos). En la segunda, unifica ambos aspectos por el modo de tratarlos (cualquier método de tratamiento de los desórdenes psíquicos o corporales), aunque sigo interpretando en el texto esta visión dualista. Sin embargo, estoy en total acuerdo en la incidencia en la relación terapéutica como base del tratamiento, aunque discrepo en la utilización del vocablo “enfermo” para designar al cliente.

Uno de los postulados de la Gestalt es el enfoque holístico del mundo. El ser humano es considerado como un organismo unificado, donde no existe separación ni fragmentación, donde la división mente/cuerpo no tiene cabida. Por ello, según las definiciones académicas, enmarcarnos como Psicoterapia me chirría en cierto modo, prefiero enmarcarla como Terapia de crecimiento personal, donde la experimentación y vivenciación del cliente con y en su entorno, ya sea con el terapeuta o con el resto de individuos que le rodean, serán su método para aprender a gestionarse de manera más conveniente.

¿Qué significa a nivel práctico esta vivenciación?

Es la forma en cómo recogemos la información. Cuando vivenciamos un hecho, la información nos llega a través del cuerpo y de este pasa a la mente. Cuando pretendemos hacer lo mismo mediante la racionalización y las explicaciones, esta nos llega a través de la mente, pero el cuerpo queda al margen y ajeno a ella.

Y siendo como somos un “todo” integrado ¿no debería dar lo mismo por donde entra la información?

Esto sería lo mismo que decir: si la comida entra en el cuerpo, hará el mismo efecto si la introduzco por la oreja en lugar de por la boca. Es evidente que funcionar como un organismo unificado no quiere decir que cada órgano pueda hacer exactamente lo mismo que otro, sino más bien que el buen o mal funcionamiento de una parte u otra de nuestro cuerpo influye indiscutiblemente en el resto del organismo en su totalidad.

Esta separación tan drástica de la medicina alopática, donde los problemas psicológicos y físicos del cuerpo humano se han tratado como si fuesen fruto de organismos distintos, no está dando un buen resultado.

Conflictos como depresiones, angustias o ataques de pánico si sólo se tratan desde un lugar mental necesitan de la ayuda química para ser paliados. Si no existe paralelamente un proceso de experimentación, de vivenciar lo que a uno le sucede, es muy probable que el individuo sea incapaz de llegar a gestionarse sin ayuda farmacológica.

Parece que hemos buscado paliar nuestras deficiencias y conflictos por un camino diferente de por donde adquirimos nuestras vivencias cotidianas y habituales. La Gestalt no dice nada nuevo, simplemente pretende utilizar el mismo canal de entrada de información que usamos de manera innata.

Tal como dice Serge Ginger en su libro “La Gestalt: una terapia de contacto”:

“…la comprensión de un fenómeno o de un objeto no proviene generalmente ni del análisis de sus causas o de su estructura, ni de la búsqueda hipotética de sus causas, sino, al contrario, de la síntesis (generalmente intuitiva) en su conjunto así como de la concepción de su utilidad teleológica “*

Cuando nacemos, resulta imposible recibir informaciones a base de explicaciones y razonamientos. Cuando queremos cambiar algo ya establecido dentro de nuestro organismo, es bueno imaginarnos como naciendo nuevamente y vivirlo plenamente es iniciar este nuevo aprendizaje, es volver de nuevo a colocarnos en cuerpo y alma en ello, no sólo racionalmente.

*Teleológico: del griego telos (fin)= orientado hacia un fin, una finalidad.

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Resistencias

 

Sobre la resistencia, una de las acepciones de la RAE dice:

“En el psicoanálisis, oposición del paciente a reconocer sus impulsos o motivaciones inconscientes”.

enredadoColoquialmente, yo la defino como esa fuerza interior que nos frena y nos impide avanzar de manera fluida. Y no siempre es inconsciente.

A pesar de que hace algún tiempo abordé este tema (ver “La ley del mínimo esfuerzo”), siento la necesidad nuevamente de adentrarme en él, teniendo en cuenta sobre todo la resistencia consciente.

Ya expliqué en ese artículo cómo se crean las resistencias, que no dejan de ser formas de actuar que, gracias al constante uso, se han establecido como habituales y automáticas. Cuando nos adentramos en un proceso terapéutico, básicamente vamos a trabajar para deshacer estos automatismos y volvernos poco a poco más conscientes de lo que hacemos y, por tanto, con más capacidad para decidir cómo actuar.

Las resistencias no son fuerzas que aparecen solamente al inicio de los procesos. “Ojala fuese así”—decía una de mis amigas— “las jodidas siempre aparecen. Al principio parecen insalvables pero esas no son nada, espera y verás.”

Ella es un poco exagerada en sus expresiones, aunque su extremado discurso no deja de tener un toque más verídico de lo que quizás quisiéramos todos. Al menos a mí me sucedió, cuando inicié mi proceso creía que esa época inicial iba a ser la más difícil pero, tal como explico a todas las personas que vienen a trabajar conmigo, no siempre es así. Cada proceso terapéutico es diferente, ya que todos nosotros lo somos y por tanto cada trabajo individual llevará nuestra propia impronta.

Algunos mejoran rápidamente y, debido a ello, quieren espaciar las sesiones o terminar “porque todo se ha solucionado”. La experiencia me ha enseñado que es un hermoso espejismo, que la mejora desaparece para dar paso al viejo mecanismo si se abandona el proceso tan prontamente. Un río hace su cauce gracias a las miles de veces que pasa por el mismo lugar. ¡Cuántas riadas inundan pueblos por intentar encauzar los ríos fuera de sus lechos habituales! ¡Cuán difícil  es conseguir un buen cambio!

Esto es una resistencia inconsciente; nuestro organismo, tras realizar un pequeño esfuerzo, nos dice: “ya está, ¿para qué más?, lo conseguiste”. Queremos seguir cómodamente funcionando sin tener que gastar energía esforzándonos. Es humano, es habitual, pero en este caso no es sano.

Lo cierto es que, conforme vamos sanando, vamos limpiando y arrancando lo que los gestálticos llamamos otra capa de la cebolla, el esfuerzo necesita más de nuestra voluntad y nuestra intención, ya que nos vamos encontrando con el núcleo y este esenredaderas denso y espeso.

Cuando yo era pequeña, mi abuelo materno tenía un huerto y algunos fines de semana iba a ayudarle. Bueno, esa era la intención, porque cuando ya había excavado un poco en la tierra y empezaba a encontrar piedras y tierra compacta, cualquier excusa era buena para dejarlo.

Algo parecido pasa con algunos procesos, depende de lo profundamente arraigados de algunos de nuestros mecanismos, depende de lo nucleares que sean las heridas que estén cubriendo, las resistencias serán más fuertes y el esfuerzo por deshacerlas deberá ser más constante y ejercerse con gran brío. Quedarse en la superficie da una mejora aparente y temporal, profundizar es excavar en la piedra y eso implica ser tenaz (“firme, porfiado y pertinaz en un propósito”) y constante (“persistente”). En estos momentos es cuando suele aparecer la resistencia consciente, es como un freno de mano al que uno se agarra con fuerza y no suelta porque sabemos lo que “perderemos” si lo hacemos. A estas posibles “perdidas” nosotros las lamamos “las ventajas secundarias”.

¿Qué es pues una “ventaja secundaria”?

Uno de los ejemplos más claros podemos verlo en esas parejas que siguen casadas cuando ya hace tiempo dejaron de ser felices juntos, sin embargo, la posición social o la solvencia económica de la que se favorecen, desaparecería, al menos inicialmente, si se separaran. Mantener esta posición seria la “ventaja secundaria” que les hace preferir seguir infelices. Es el miedo a perder lo que ya tengo por un futuro incierto. Sin embargo, este “lo que ya tengo” implica mantener una infelicidad cada vez más profunda.

Podría dar la impresión al leer lo escrito hasta este momento, que iniciar un proceso terapéutico es peor que ir a las Cruzadas, que es una guerra cada vez más cruenta y sin cuartel. Tampoco hay que exagerar. Puede ser si uno quiere un camino sin retorno, si trabajamos durante un cierto tiempo con ahínco, ganaremos herramientas para gestionar mejor nuestra vida y voluntariamente podemos evitar olvidarlas. Es como aprender a ir en bicicleta, una vez aprendiste nunca olvidas, eso sí, puedes dejar de practicar.

Si sigues practicando, puedes irte adentrando cada vez más en un proceso de sanación que te permita ser más libre (“que tiene la facultad de obrar o no obrar”) pero, como todo en esta vida, tiene un coste y en este caso es decidir adentrarte en lo desconocido voluntariamente y soltar, conscientemente, las ventajas secundarias.

Hay personas que deciden vivir con su neurosis toda la vida, es su decisión. Toma la tuya.

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Pelando la cebolla

 

Nunca me canso de repetir que la tendencia neurótica de cada uno de nosotros nunca acaba de desaparecer, con el trabajo personal lo que conseguimos es rebajar su fuerza, gracias a lo cual podemos maniobrar de otro modo. En lugar de sentirnos arrastrados por el tsunami devastador que es una neurosis descontrolada, pasamos a vivir con un oleaje más o menos intenso según la temporada y eso nos permite poder mantenernos a flote durante más tiempo y “pescar” lo que antes nos parecía imposible.

En Gestalt se habla mucho de “pelar la cebolla”. Como imagen simbólica me parececebolla acertada, en primer lugar, por la construcción en sí de esta planta herbácea bienal, ya que su estructura de capas superpuestas presenta similitudes clarísimas con nuestro funcionamiento: envoltura sobre envoltura que cubre el núcleo de la misma, que no deja de ser una capa más interna y más pequeña, más esencial. Además, siendo este un enfoque mucho más personal e íntimo, porque el proceso de limpieza me hace llorar.

Como persona muy emocional, mi forma de ver el mundo ha sido muy intensa y extremista: llorar o reír mucho, depende de mi momento y de la situación.

Aun hoy, después de tantos años de trabajo, sigo poniendo “mi cebolla gestáltica” bajo el grifo para no llorar excesivamente cuando vuelvo a empezar un nuevo ciclo y me veo intentando limpiar una capa más.

Lo repito una y otra vez: la neurosis no desaparece. Soy lo que era más todo lo nuevo que voy añadiendo. Por tanto, si fui emocionalmente intensa, esa intensidad sigue viviendo en mí, aunque actualmente he aprendido a manejar mejor “mi barca y mis remos” impidiendo que el oleaje me haga volcar.

cebolla2Hoy, durante una sesión, compartía con mi clienta un mismo sentimiento: “otra vez lo mismo”. Su desesperación me recordaba la que fugazmente me atacó hace unos días cuando percibí, con nítida claridad, que volvían a surgir mis viejos hábitos.

Entonces, ¿qué has ganado? La respuesta a esta pregunta es como un arma de doble filo, según conteste seguiré avanzando o me quedaré encallada, siendo lo segundo un claro retroceso si no le pongo remedio.

Hacer muchos talleres de crecimiento personal y llevar muchos años haciendo terapia no son sinónimo de mejor desarrollo emocional. Incluso haber realizado la formación de terapeuta, ya sea de psicólogo tradicional o de psicoterapeuta alternativo, tampoco significa estar a salvo.

Lo único que nos mantiene a flote es seguir una y otra vez, arrancando suavemente las capas muertas de esta cebolla nuestra. La tendencia al dramatismo, a la negatividad, a la exigencia o a la flagelación existe en mí y resulta imposible erradicarla. Cada vez que nuevamente se inicia un ciclo, ella hace acto de presencia y me recuerda que si bajo la guardia me arrastrará sin remedio.

¿Qué he ganado pues? Clarividencia. Lo que antes era un quehacer cotidiano, incontrolable, incuestionable e irremediable, ahora se ha convertido en una alerta. Sé que si le pongo empeño soy capaz de evitar la tormenta, bien es cierto que no puedo conseguir que salga el sol si el día amaneció nublado y, aun así, he aprendido que no todas las nubes van cargadas de agua, nieve o hielo.

El encuentro con cada nueva capa es el inicio que dará paso a un enriquecimiento de bagaje si, en lugar de ver mis mecanismos como debilidades, los observo como llamadas de atención; ellos me alertan de mi tendencia y me avisan para evitar que la barca se hunda. Si los acepto como amigos, navegaré. Si me peleo, renegando de su existencia, seguramente perderé pie y me hundiré en las aguas oscuras.

La cebolla soy yo, pero yo soy mucho más que la cebolla

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