El terapeuta gestaltico Pedro de Casso nos habla sobre la Terapia Gestalt.
El terapeuta gestaltico Pedro de Casso nos habla sobre la Terapia Gestalt.
Cuando por fin aceptamos racionalmente que una relación ha terminado, lo que resulta verdaderamente dificultoso para algunas personas, es el hecho en sí de romper definitivamente y distanciarse. Es como que la cabeza va por un lado, sabiendo perfectamente que “eso” ya no nos conviene y por tanto no nos interesa y, por el otro, el sentimiento que nos impide alejarnos de la otra persona, por mucho que sepamos que más que amor es dolor lo que sentimos a su lado.
En algunas ocasiones, el enfrentamiento de la pareja es visible y ostentoso, siendo ambos miembros conscientes; en otros casos, simplemente se trata de una sensación de insatisfacción, de apatía o malestar que al final aboca a uno de ellos a obtener la nítida visión de que se acabó.
Suelo encontrarme en terapia personas con esta sintomatología y leyendo estos días el libro de Teresa Viejo Pareja ¿fecha de caducidad?, en concreto este párrafo, me recordó ambas situaciones y la problemática que cada una de ellas ocasiona a los componentes de la pareja y al tercero involucrado:
“Vaughan llama ‘persona transicional’ a ese ser que nos ayuda en el tránsito de liberarnos de la antigua relación pero no tiene por qué ser un amante; puede serlo un psicólogo o un miembro cercano de la familia en quien nos apoyamos y que nos ratifica en nuestro deseo de ruptura”.
Da igual si el descontento es evidente, incluso es posible que las disputas sean cotidianas, a veces, si no aparece “una ayuda externa”, ninguno de los miembros es capaz de ejecutar la acción definitiva y romper el vínculo.
Las personas que son incapaces de interrumpir una relación aun a pesar de su incomodidad suelen padecer lo que llamamos “dependencia emocional”. Este tipo de personas cuya sintomatología se caracteriza entre muchos otros aspectos por tener una autoestima baja, requieren de un “bastón” en el que apoyarse para finalmente acabar tomando esa decisión que llevan tanto tiempo ansiando.
Aquí incluyo esas relaciones en las que la aparición de un tercer miembro, del que supuestamente se enamora una de las partes, ocasiona a ojos externos la ruptura de la pareja. Sería lo que algunos llamamos “el hombre o la mujer de paso”. A veces no se trata de relaciones definitivas, aunque nos lo puedan parecer en un primer momento; más bien son ese empujón que nos ayuda a actuar.
Si las peleas eran continuas y evidentes, la situación puede entenderse, aunque no aceptarse, por la parte supuestamente despechada y abandonada.
El peor conflicto es cuando no existían ostentosas evidencias de la desavenencia, es ahí cuando la complejidad del asunto enturbia mucho más la visión y las proyecciones campan a sus anchas. En estas ocasiones, el miembro de la pareja despechado suele desresponsabilizarse de su implicación en la situación y cargar las culpas de lo sucedido en los otros miembros del triángulo.
Una de las críticas que leí hace algún tiempo que se hacía a la Terapia Gestalt es que era una rompedora de parejas, que los terapeutas formábamos parte de una secta que nos dedicábamos a conseguir que las parejas se separaran para así conseguir adeptos a nuestra ideología.
En un proceso terapéutico gestáltico no se pretende en absoluto que el individuo realice acciones determinadas que el terapeuta haya decidido de antemano. Lo que se procura es que esa persona pueda gestionar de manera más saludable su vida de lo que hasta ese momento había sido capaz. Del mismo modo, que pueda llegar a conseguir que sus ataques de angustia no le paralicen o que pueda aprender a confrontar de manera asertiva; también se pretende que tome sus decisiones sin sentirse condicionado por deseos externos y, si eso le conlleva a una separación de pareja, es su solución, nunca la nuestra.
Mi agradecimiento a Lia por hacerme llegar este libro.
Esta es la primera novela de Eugenia Rico que cae en mis manos. No conocía a esta autora; no es extraño, ya que llevaba unos años bastante volcada, nuevamente, en la ciencia ficción. Al igual que el resto de aspectos de mi vida, mis tendencias literarias son cíclicas y puedo estar años focalizada en un género determinado para luego, por azares del destino, dar una vuelta de tuerca y volcarme durante otro periodo de tiempo en un ámbito totalmente diferente.
Aunque seamos malditas relata la historia de dos mujeres, separadas cronológicamente por los siglos, unidas por la sangre, la adversidad y finalmente por la redención. Va de brujas, va de mujeres, va de patriarcado, de dependencia, de miedo y de superación.
Vuelvo a reencontrar en este libro ese concepto sobre el que también escribía Polly Young-Eisendrath en La mujer y el deseo sobre la sutil diferencia que separa el que la mujer sea considerada musa o santa o bien arpía o bruja:
“La furcia es la musa metamorfoseada en la vieja arpía.(…) Si se inmiscuye en el poder masculino de algún modo que interfiera en las reglas del juego ordinarias —tal como el patriarcado las ha establecido para proteger el poder masculino—se convierte entonces en una bruja monstruosa”.
Por su parte, Eugenia Rico nos dice:
“Los cazadores de brujas eran seres diabólicos. Como ocurre a menudo con los perseguidores, encarnaban todo lo que decían perseguir y se valían de la mezquindad, de la envidia, de lo pequeño, oscuro y vil que atesora el alma humana. Murieron, sin duda, las mejores, las más sabias. Bruja en inglés es witch, que tiene la misma raíz que wise y que significa mujer sabia. Lucharon contra el saber en las mujeres, sobre todo el saber médico porque la sabiduría es el poder”.
En este libro aparecen muchos de los conceptos o aspectos que trabajamos constantemente en un proceso de crecimiento personal, esos que cuanto más reconocemos y aceptamos en nosotros nos permiten avanzar de forma más sana y satisfactoria.
Nos habla de la proyección, ese rechazo sobre los aspectos de mí mismo que adjudico a otro. Un claro ejemplo sería esta cita anterior del libro de Rico, donde los llamados salvadores, los que decían librar a la humanidad de las brujas y demonios, eran en realidad los que personalizaban esas características contra las que supuestamente luchaban.
La confluencia, que es cuando no existe la diferenciación con el otro. En el libro es esa marea que arrastra a todos en una dirección de opinión aunque por separado quizás nunca se hubiesen inclinado hacia esa orientación. Los conciudadanos, los vecinos, incluso los amigos que se alzan contra una, el pueblo que quemaba a las brujas y acababa disfrutando con ello. Y más recientemente la televisión: “… es la gran cotilla de este mundo sin cotillas”.
La dependencia, ese aferrarnos a algo aunque sea nefasto y nocivo por el simple hecho de no saber sostener la herida que nos afecta. O por creer (introyecto: creencia que nos hemos tragado y hacemos nuestra sin digerir, sin analizar) que eso es a lo único que podemos aspirar. O aceptando lo sórdido como premio y castigo por lo que somos. Una combinación de todo esto es lo que vive Ainur, una de las protagonistas.
Toda la obra emite, a mi entender, un cierto halo de transpersonalidad, ese contactar sutil, imperceptible al principio y, conforme va avanzando la novela, cada vez más patente y palpable entre ambas protagonistas, esa conexión atemporal que se establece entre ambas y las hace participar de sus respectivas vivencias. Ese pensamiento que embarga a una de ellas reflejando una idea compartida por muchos individuos sobre:
“El cielo y el infierno están aquí y ahora y nosotros los construimos y los destruimos con cada respiración, con cada beso, con cada patada, con cada orgasmo, con cada miedo. El miedo guarda la puerta del infierno y protege la puerta del cielo. Miedo a ser feliz, miedo a ser libre, miedo a ser yo”.
Este párrafo podría aplicarse perfectamente a un manual sobre psicoterapia. Trabajamos en las sesiones de manera constante con este aquí y ahora, el único que nos permite vivir enteramente nuestra vida, la única vivencia real y plena. El miedo, esa futurización o recuerdo, que nos arrastra inexorablemente a vivenciar negativamente algo que ni siquiera sabemos si sucederá y aun así es tan real en nuestra imaginación que nos impide ver lo obvio: que no está ocurriendo. El infierno es este miedo que nos coge por los bajos y tira con fuerza, obstruyendo el paso del aire, contrayendo el cuerpo, cerrándonos a todo. Y del cielo, esa sensación de bienestar que ocurre cuando somos capaces de sentir lo bueno que cada momento nos aporta, respirando, abiertos a lo que hay.
Nos habla también del tema tan controvertido de la toma de sustancias. Por un lado, cómo la influencia de un trabajo con Ayahuasca consigue que uno de los personajes revierta su camino. Por el otro, cómo Selene, la llamada bruja o santa según quien hable y según el momento, se ayuda de ellas para hacer su muerte en la hoguera más llevadera y espiritual. Y cómo esa misma sustancia aúna a la marabunta que nuevamente, a través de los siglos, quiere hacer lo mismo con su descendiente Ainur, consiguiendo que revierta su confluencia asesina en capacidad orgiástica, al tiempo que esa sed de mal al antagonista de la obra le hace enloquecer.
Me ha gustado el libro, por él mismo y por todo en lo que me ha hecho reflexionar.
Para terminar, me gustaría añadir este párrafo (también la imagen) extraído de una página de Facebook del blog Luna Lunar Roja ( editado el 12 de agosto):
“Me gustó esta imagen porque es el mensaje perfecto de la liberación de nuestra mujer mística, nuestra mujer salvaje, nuestra mujer que expresa con todo el sentimiento sincero de ser alquimista de tener poderes de alta intuición y Psíquicos, ya no más podemos ocultar eso que somos, mujeres sanadoras del alma del corazón y me siento plena de ser la mujer que soy, danzando esta vida mística, conectada a la divinidad del padre y la madre, de la Diosa y de Dios en la armonía de la sagrada divinidad masculina y femenina; ya es hora de esa reconciliación de las energías del Sol y la Luna del Masculino y Femenino del patriarcado y el matriarcado para ser La Unidad”.
Este es el libro que he terminado hace tan solo unos minutos, aunque es más que eso, es la dieta que, a mi aire, todo hay que decirlo (mis desvíos son puntuales y mínimos), he decidido seguir desde hace unas semanas.
Que “somos lo que comemos” es una frase que está de total actualidad. Ya mucha gente está de acuerdo en que, estrechamente relacionado con lo que ingerimos, está lo que pensamos y sentimos; aunque sería bueno ampliar esta frase añadiendo que todo lo que entra en contacto con nuestro cuerpo, tanto sea mediante la ingestión como por inhalación o por la piel nos influye. No estoy diciendo nada nuevo, a pesar de ello y aun estando convencida de su veracidad a veces se me olvida, porque recordarlo me empujaría a hacer ciertos cambios en mi vida para los que ahora mismo aún no estoy preparada: comida totalmente ecológica, productos de limpieza y cosméticos determinados, incluso la eliminación total de ciertos productos.
No entiendo casi nada sobre nutrición; hablar de flavonoides, taurina, coenzima Q10 o metionina me resulta tan extraño como oír una conversación en japonés. Pese a ello, desde hace ya algunos años mi dieta ha cambiado por completo intentando seguir un poco la filosofía que entraña esa frase: algunos alimentos no me sientan bien y el malestar que me producen no sólo influye en la parte física de mi organismo, sino también en la emocional.
Aprendí, como muchos de los humanos de a pie, a raíz de una fuerte crisis. Sucedió aproximadamente hará unos 10 años, cuando a raíz de ciertos problemas familiares entré en depresión. El médico de cabecera me mandó al psicólogo y este al psiquiatra que, sin excesivos preámbulos, me medicó con antidepresivos. Afortunadamente, mi mejor amiga (Cala H. Cervera), que había estado viviendo en Londres más de una década, había regresado a Barcelona. Gracias a ella todo cambió, como especialista en Nutrición Ortomolecular, me aconsejo y guió en un cambio de dieta que desencadenó una serie de cambios en mi vida, entre ellos dedicarme a la psicoterapia.
La lectura de este libro no ha sido más que otra de sus grandes aportaciones.
Tras todo un año de bastantes más excesos de los que suelo permitirme, sentía que mi organismo andaba descompuesto: problemas de concentración, ánimo decaído, sentimiento de hinchazón y, para guinda, con la llegada del calor y los sudores estivales, un prurito insoportable. Me hice responsable finalmente de la situación y decidí ponerle remedio. Le comenté mi intención de hacer algún tipo de dieta para depurar y me aconsejó que hiciese una dieta de detoxificación, prestándome este libro como ejemplo.
A pesar de no seguirla estrictamente (soy un espíritu libre o una rebelde empedernida ya que he tenido alguna celebración y me he permitido alguna copa de vino o algún alimento no del todo recomendado) siento claramente sus beneficios: a los cuatro días había recuperado la capacidad de concentración y la motivación para volver a leer y escribir, la hinchazón ha remitido considerablemente y han empezado a desaparecer los picores.
Uno de los aspectos que más me ha gustado del libro es esa ausencia de mesianismo tan común en otros autores que se autodenominan como “la única verdad” o “el único método efectivo”. Alejandro Junger expone su experiencia y su método, pero lo deja abierto a que lo uses dentro de tus capacidades y de tu disposición, como si no quieres hacerlo y prefieres buscar otra dieta de detoxificación más afín a tus intereses.
Tanto Cala como yo somos conscientes, en nuestros respectivos trabajos, de que para conseguir una salud óptima es necesario estar equilibrados; ambas compartimos una visión holística al respecto. Trabajando desde la nutrición y desde la psicoterapia por separado muchas veces se consigue. En otras ocasiones, la acción ha de ser conjunta, por ello hay clientes de su consulta que acaban pasando por la mía y algunos de la mía son remitidos a la suya.
Nuestras especialidades están separadas, nuestra práctica, al igual que el funcionamiento del organismo, es conjunta.
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Hay una frase que dice: “Ten cuidado con tus deseos, no sea que se cumplan”. Aunque no dudo ni por un instante de su veracidad, añado otra como su álter ego, que sería: “Cuidado, no tengas que arrepentirte por no haber intentado cumplirlos”.
Esta mañana, cómodamente en mi cama, terminé de leer el libro de Oscar Scott Card, “Calle de Magia”. Reconozco que para mi gusto no es de sus mejores obras y, aun así, como casi siempre que cae una novela en mis manos, le encuentro aspectos significativos que me hacen reflexionar o hacen incidencia en los momentos que vivo, a veces personales, a veces profesionales.
La historia en cuestión tiene que ver mucho con esta primera frase a la que hacía referencia: la realización de nuestros sueños o deseos. Cuando en ocasiones conseguimos que se materialicen, puede que no sea exactamente como quisiéramos y, en lugar de producirnos satisfacción, el resultado puede ser de gran desasosiego o angustia. De eso trata la obra, de cómo mágicamente un anhelo, una aspiración o pasión que ansiamos que se cumpla, al llevarse a cabo se convierte en una situación horrible, desmesurada o con una factura que abonar impensable.
El “deseo de independencia”, es uno de esos anhelos universales que tienen muchas de las personas a las que acompaño.
Ser independiente implica tener capacidad para decidir y ser responsable de ello. Para decidir necesito ser libre y esto implica no estar condicionada por mis miedos o fantasías.
Suelo encontrar dos situaciones:
a) La fantasía no incluye el esfuerzo. Habitualmente, cuando alguien en sesión me comunica que quiere ser independiente, libre de hacer o decidir, tan solo ve una cara de la polaridad. Al igual que en la novela, una cosa es el sueño, la fantasía que uno se crea en la mente de cómo será “eso”, y otra muy distinta cómo puede ser en realidad y todo lo que conlleva su paso.
b) Otra situación es la totalmente opuesta: la posible realización de nuestro sueño nos genera una fantasía catastrófica que nos bloquea e incapacita para empezar cualquier acción que nos lleve hacia su consecución. De este aspecto hablaré en el próximo post.
Una hermosa muchacha con la que he empezado a trabajar hace poco, me decía que ya le había llegado el momento de ser una adulta independiente, que no quería ni podía seguir viviendo de trabajos puntuales, de relaciones esporádicas y de sólo pensar en viajar. Que ya era hora de sentar un poco la cabeza, porque tanto movimiento sentía que la superaba y no quería seguir dependiendo de la ayuda de sus padres.
De repente, se le presentó una situación ideal: un trabajo en una compañía aérea, un sueño que no creía posible y de repente ¡zas! cristalizó.
Verse volando por el mundo es algo que le encanta, desde jovencita ha viajado constantemente y por tanto este trabajo le parecía el ideal para ella, pero nunca se imaginó que realmente la diferencia era tan grande. No es para nada lo mismo ser pasajero que azafata: uno descansa, la otra trabaja; uno realiza un viaje de ida o vuelta y, la otra, varias idas y vueltas en un mismo día. Ir vestida con un uniforme, estar bajo las órdenes (despóticas a veces) del o la supervisora de turno, sonreír a pesar de que el pasajero sea borde, cobrar un sueldo mísero y sufrir mareos y algunos inconvenientes físicos no entraban en su pensamiento.
Ser adulto independiente no sólo es tener dinero y capacidad de decidir en qué gastarlo, no sólo incluye tomar decisiones sin dar explicaciones. Ser adulto independiente significa ser responsable y eso tiene un coste.
Recuerdo cuando de niña me enfadaba con mis padres y me salía aquel: ¡qué ganas de ser mayor y hacer mi vida!
Hacer mi vida implica responsabilizarme de mis necesidades (tener casa, conseguir un trabajo que me aporte el dinero que me permita mantenerla, comprar comida…) y cumplir mis deseos o sueños es nada más y nada menos que una parte de hacer mi vida con una pequeña o gran factura que abonar para conseguirlo.
Como siempre, olvidamos que nuestra existencia tiene dos caras, dos aspectos, dos polaridades, y que la felicidad estriba en conseguir aceptarlas. El sueño, el deseo, se convierte en algo realmente hermoso cuando podemos equilibrar el coste con lo conseguido y eso se consigue cuando somos conscientes de que la factura es parte del regalo.
“Juego de Tronos” y “El juego de Ender” son los dos libros que hoy tomo como punto de partida. ¿Cuál es el motivo que me impulsa a escribir sobre ellos? Aun a pesar de que quizás no los hayáis leído no os resultarán desconocidos; el hecho de haberse convertido en teleserie uno y en película cinematográfica el otro hace que su temática resulte familiar.
A pesar de sus múltiples diferencias, lo que más me llama la atención son sus similitudes y la asociación que generan en mí en relación con la educación y nuestro sistema de vida.
¿Qué creo que tienen ambos en común que los aúne? Podría empezar por los aspectos más evidentes:
1) Libros convertidos en películas, aspecto obvio y ya indicado, pero no por ello desdeñable.
2) Sus títulos contienen la palabra “juego”. Me parece conveniente detenerme aquí un poco, ya que es uno de los aspectos interesantes.
Observad algunas de las acepciones de esta palabra:
“Ejercicio recreativo sometido a reglas, y en el cual se gana o se pierde”
“Disposición con que están unidas dos cosas, de suerte que sin separarse puedan tener movimiento; como las coyunturas, los goznes, etc.”
“Habilidad o astucia para conseguir algo”
A pesar de que en “El juego de Ender” queda claramente reflejado en la trama la presencia de un juego lúdico, su importancia va mucho más allá de la que pueda tener cualquier distracción o pasatiempo. Por tanto, en ambos casos me inclino a aceptar como más válidas cualquiera de las otras dos opciones.
3) Los protagonistas infantiles o adolescentes juegan un papel tan importante y decisivo como los mismos adultos.
4) Los niños protagonistas no pueden desarrollarse y crecer según su edad, más bien al contrario: son empujados a madurar y a la realización de tareas de adultos.
5) Lo desconocido, ya sean los habitantes de “más allá del muro”, “los caminantes blancos” o “los insectores”, representa un peligro (con o sin fundamento) que hay que eliminar.
6) No hay adultos que ayuden a que las capacidades de los chicos se desarrollen libremente, en el caso de Ender se intenta manipular y obviar su telepatía. En el caso de Bran y el cuervo negro, se ve obligado a buscar respuestas sólo junto con otros menores y un adulto deficiente.
Como me suele pasar, me resulta difícil no encontrar las evidencias para relacionarlo con todo lo que nos rodea. Los niños son utilizados en ambas novelas como instrumentos para obtener el poder, ya sea mediante bodas, ya sea mediante la manipulación genética. La educación que reciben va encaminada a ese único objetivo: preservar o aumentar el estatus de sus familias o el de “la humanidad”. Y nosotros, al igual que en ambas obras, seguimos dando una educación a nuestros descendientes que busca proteger o salvaguardar un tipo de sociedad obsoleta.
Afortunadamente, los movimientos progresistas, tanto en educación como en cualquier otro ámbito social, están empezando a coger fuerza y, aunque su presencia social sigue siendo bastante marginal, cada vez somos más los que creemos y luchamos por un cambio.
Nosotros y algunos de nuestros infantes todavía hoy son educados bajo unos conceptos vetustos que buscan mantener un tipo concreto de sociedad, al igual que en El juego de Ender, no se escucha ni se da opción a los verdaderos interesados, a aquellos que deberán vivir en ese futuro que se está forjando. No les estamos proporcionando las herramientas para poder tomar sus decisiones y crear la sociedad que prefieran, simplemente se les fuerza a seguir manteniendo un estatus que beneficia a una parte envilecida y embrutecida de la sociedad, la del poder político y económico.
Nuestros monstruos no son “los insectores”, ni “los caminantes blancos”, pero sí todos aquellos de “más allá del muro”, siendo el muro esta cultura occidental y patriarcal que sigue fomentando y alimentando la discriminación y el racismo de cualquier tipo.
Ayudemos a nuestros hijos a crear su futuro, dejemos libre su imaginación y su creatividad para que puedan y decidan cómo quieren vivir.
Por casualidad cayó en mis manos este vídeo de Jorge Bucay, cuyo contenido me pareció realmente una perla que compartir.
Vivimos una vida muy polarizada, tan sesgada, desgajada, escindida y aparentemente tan contrapuesta que nos trae confundidos, haciéndonos sentir perdidos, desangelados y faltos de energía.
¡Qué exagerada! – Podéis pensar algunos.
¡Qué pesimista! – Quizás dirán otros.
Puede.
Es mi percepción, mi interpretación, mi sensación; pero, aun así, hay parte de razón en lo que digo.
Formamos parte de una sociedad competitiva donde nos pasamos corriendo desde que madrugamos hasta que decidimos pernoctar bien entrada la noche.
Trotando para conseguir llegar a todos lados y cubrir todos los huecos. Viviendo una vida acelerada donde el despertador, la alarma del móvil o cualquier otro aparato nos gobierna. Intentando que nuestra presencia cubra los vacíos que creemos estamos predestinados a ocupar: el trabajo, la familia, los viajes, hobbies, fiestas y encuentros sociales…
Nos dejamos arrastrar por la corriente, sentimos como la marea nos impele hacia determinados derroteros, la mayoría de las veces sin siquiera cuestionarnos SI ese lugar hacia donde voy es al que realmente me apetece ir o SI esta fuerza que me impulsa es realmente algo que me pertenece, que fluye de mi interior o por el contrario es simplemente un anclaje externo que me sujeta, remolcándome, como a tantos otros.
Nos dejamos llevar por la costumbre, por la convención social, por la herencia familiar, por aspectos o factores significativos e importantes, pero quizás no prioritarios para nosotros como individuos únicos.
Puede que sea el pasar de los años lo que a algunos les haga darse cuenta de lo insatisfactorio de su vida, de todo ese esfuerzo invertido en cosas que no le llenan. Puede que no haga falta que sea el paso del tiempo quien nos reafirme esta sensación, hay jóvenes que se sienten anodinos, desenraizados por falta de motivación, ilusión, alegría, se ven inmersos en un océano ajeno que les cubre y les ahoga.
¿Dónde quedaron las fantasías infantiles de un futuro maravilloso, cargado de posibilidades?, ¿dónde dejamos las ilusiones y esperanzas por convertirnos en astronauta, músico, pintor o saltimbanqui?, ¿dónde quedaron aparcadas las ganas de experimentar y de ser uno mismo?
Parece que adaptarnos a esta sociedad, a vivir de determinada manera, nos obliga a hacer ciertas concesiones y conlleva ciertos sacrificios; quizás no a todos, pero sí a bastantes.
Muchos de nuestros malestares podrían desaparecer si nos reencontrásemos con ese algo que dejamos aparcado u aplazado en espera de encontrar un mejor empleo, de una posición más acomodada. Con ese amor al que hemos renunciado por miedo a sentirnos heridos nuevamente. Con ese deseo, ese objetivo, ese don que poseemos y no nos atrevemos a dejar que florezca.
La manera de sentirse vivo a veces estriba en encontrar algo que te apasione: una persona, una actividad… Cualquier cosa que te despierte del letargo de la monotonía. Tener objetivos y proyectos en la vida hace que uno se sienta vital.
No es necesario que todos se cumplan, ni siquiera que salgan bien, simplemente se trata de levantarse una y otra vez, encontrando algo que de nuevo vuelva a presentar la vida ante mis ojos como algo hermoso y lleno de posibilidades.
Búscate un amante, tal como dice Bucay. Ese algo o alguien que te llene de pasión y de energía. Ese algo que te haga levantar por las mañanas con ganas de seguir adelante.
Cuando inculcamos a nuestros hijos que estudien una carrera por el simple hecho de “que quizás eso les asegurará un futuro económicamente mejor” o “una buena posición social”, les estamos impidiendo ser quienes quieran ser. Es como arrancarle las alas a la mariposa, como extraer los pies al ciempiés, como sacar un pez fuera del agua; no sólo les estamos impidiendo elegir, sino aprender y disfrutar al hacerlo.
Ir en busca de un objetivo nos impulsa hacia adelante, la consecución del mismo nos aporta experiencia, nos provee de un aprendizaje extrapolable a cualquier otro proyecto futuro, se trata de una enseñanza valiosísima que incorporamos sin sacrificio, quizás con esfuerzo pero no exento de placer.
Seguir abierto al amor, no negarse el disfrute del enamoramiento, de la convivencia en pareja, sólo porque no sea eterno, es negarse el mayor regalo. Dar amor y sentirse amado es la experiencia básica, fundamental para cualquier ser humano. Huir de ella por miedo al dolor de la pérdida es como desistir de seguir viviendo. Subsistir es fácil e insatisfactorio, vivir es a veces difícil pero apasionante.
Rebusca hasta que encuentres tu proyecto y cámbialo tantas veces como te apetezca, pero eso sí, APASIÓNATE y DISFRUTA.
Aquí os dejo una pequeña lista de películas que, al menos a mí, me han hecho reflexionar. Espero que os gusten.
“Encuentro con hombres notables (Gurdjeff)”
La historia de los años jóvenes de Gurdjeff
(un largo viaje a las profundidades del alma de uno de los más grandes espíritus librepensadores)
La película ahonda en el dilema de lo terrenal y lo divino, el punto de encuentro entre Oriente y Occidente
Cuando un hombre extraordinario que lo ha vivido todo ve acercarse su fin, decide llamar a su hijo para reunirse con él por última vez en su casa de la Toscana.
Su intención es compartir unas valiosas conversaciones sobre la vida que ha llevado como corresponsal de prensa en el sureste asiático, los cambios políticos y sociales de los que ha sido testigo, y la transformación espiritual que ha experimentado en sus últimos años. Pero lo más importante para él es transmitir a su hijo cómo prepara el terreno para la última gran aventura que le queda por vivir.
“Las cinco personas que encontraras en el cielo”
“Todas las cosas en nuestra vida tienen un sentido; todos los finales son también comienzos. Lo que pasa es que no lo sabemos en su momento…”
Sobre la vida y/o filosofía budista