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Sobre los conflictos familiares

Violencia de género

 

(Mi opinión es fruto de mis vivencias personales y profesionales, entiendo por ello que quizás muchas personas puedan discrepar)

Tema en pleno debate, espinoso y controvertido, aunque desgraciadamente es evidente su  actualidad, entre los distintos especialistas no existe un claro acuerdo sobre cuando un acto es puramente violencia de género, o la violencia entre géneros es resultado de otra sintomatología.

¿Que entendemos como violencia de género?:

 Se trata de una violencia que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo. Constituye un atentado contra la integridad, la dignidad y la libertad de las mujeres, independientemente del ámbito en el que se produzca.

Ahora, ¿todo acto contra las mujeres es violencia de género?

Es aquí donde yo discrepo.

Ciertamente vivimos en una sociedad donde el papel de la mujer ha sido menospreciado y, aunque actualmente ha ido cambiando a mejor, aun ciertos sectores de población (y en algunos países más que otros) esta manera disgregadora de ver a los individuos sigue vigente.

La cultura y sociedad patriarcal en la que basamos todo nuestro funcionamiento ha propiciado este tipo de actitudes: el hombre era amo y señor, de bienes materiales e individuos; teniendo el uso y disfrute de ambas cosas por igual.

Los terapeutas sabemos que dejar atrás una actitud o comportamiento por obsoleto, no significa hacerlo rápida y satisfactoriamente. En el ámbito personal, esta situación crea confusión en el individuo: sabe que lo antiguo no le sirve pero aún no sabe cómo desenvolverse.

maltrato

Viéndolo desde un aspecto más social, aunque el cambio se está produciendo desde hace tiempo, en ciertas situaciones se enfrentan la antigua postura representada por el hombre machista (Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres) y la nueva, por la mujer que no quiere seguir manteniéndola.

Esta sería la violencia de género por excelencia, sin embargo, creo que se está haciendo apología sobre el tema, simplifican la situación sin apreciar el daño que pueden estar haciendo con ello.

Hay diferentes aspectos que es conveniente tener en cuenta:

-¿no hay mujeres que también hacen violencia de género? ¿Cuándo se habla de ello? Las mujeres somos más propensas a causar daño psicológico (cuando se trata de daño físico, solemos ser más sibilinas, utilizando el envenenamiento). Los hombres maltratan psicológicamente y físicamente (el más visual y evidente)

adicción

-¿Cómo influyen las drogas en este tipo de situaciones?

-¿la violencia domestica (la que incluye o es exclusiva a los hijos) se considera también de género?

Cuando un individuo, indistintamente de su género, utiliza su fuerza (ya sea física como psicológica) contra otros seres incapaces de oponer resistencia, ya sea por su condición corporal (algunas mujeres, niños, incluso otros hombres) como por suestado emocional o psicológico, debería ser tratado con el mismo peso de la ley, ya sea la llamada violencia de género o simplemente violencia. Todo ser humano debe ser protegido.

niños

Cuando una mujer es maltratada por un hombre, antes de empezar a utilizar etiquetas, sería más conveniente instaurar medios de protección y estudiar cada caso de manera personalizada.

Estamos utilizando el término “violencia de género “con demasiada facilidad, incluso creo que políticamente clasificar a todos los conflictos en los que un hombre daña a una mujer con esta etiqueta, puede ocasionar una perpetuación de situaciones, ya que se aplican las mismas soluciones a problemas de distinta índole.

Bastantes de los hombres maltratadores tienen problemas de adicción, normalmente de alcoholismo; sin embargo no se enfoca este tema. Es muy diferente tratar a un hombre machista que a un adicto.

Se suele hablar de la necesidad imperiosa de que las víctimas de malos tratos reciban ayuda psicológica para poder seguir con sus vidas. Olvidamos, que todos los maltratadores, no sólo deben pagar ante la ley por los abusos cometidos, sino que tanto para su propio bien, como para el del resto de la sociedad, ellos también deberían acceder a terapia psicológica. No sólo debemos castigar si no rehabilitar. Por nuestro futuro y el de nuestros hijos, empieza a ser ya hora de tratar cada caso como lo que es.  Muchos de ellos se podrían solucionar poniendo en tratamiento a estas personas y para ello, deben estudiarse todos los casos, no etiquetar y punto.

Si tienes alguna duda o quieres tratar algún tema en concreto no dudes en contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

¿Qué harías por tus hijos?(2)

 

 

Seguiré tomando como punto de partida la respuesta mayoritaria (“Lo que haga falta”) que damos a esta pregunta y, como en el anterior artículo, la utilizaré como  punto de inflexión.

El giro sigue siendo el mismo: en lugar de hacer, no hacer. En esta ocasión mepor tus hijos centraré en la educación; en qué es lo que solemos hacer los padres en pos de educar bien a nuestros hijos y cómo en ocasiones sería más conveniente dejar de hacer. Dicho de otro modo, mejor inhibirse en lugar de actuar.

Tomaré como ejemplo gráfico una situación que se dio en la consulta. Se trata de una familia promedio: los padres con carreras universitarias que trabajan fuera de casa y dos hijos, un niño preadolescente y una muchacha de 20 años. El conflicto es la relación bastante crispante que han mantenido durante bastante tiempo padres e hija. Los padres querían a toda costa conseguir que su hija estudiara y la muchacha parecía que intentaba, de todas, todas, llevarle la contraria a sus progenitores.

En las sesiones pudieron empezar a mantener charlas entre ellos sin que los ánimos se crisparan, pudieron aprender a escucharse y comprender qué le sucedía a cada uno de ellos con el tema. Al cabo de unos meses, la situación se estabilizó y lo que había sido una guerra se convirtió en una apacible concordia: la muchacha cambió de carrera (se había dejado matricular en una simplemente para hacer callar a sus padres, lo que naturalmente creó mucho más conflicto), matriculándose y asistiendo a una que realmente le interesaba y los padres se relajaron en su trato con ella.

Otra vez apareció el conflicto cuando llegó el periodo estival y la muchacha finalizó sus clases. Aún no había transcurrido ni una semana y volvió a desencadenarse la beligerancia.

¿Cuál fue el motivo? Los padres consideraban que tenía demasiado tiempo libre e insistentemente la presionaban en que hiciese algo “productivo” durante el verano.

Volvimos a hacer sesiones conjuntas e individuales extrayendo las siguientes conclusiones:

1- Los padres, preocupados por lo vivido un año antes, se asustaron al ver a su hija dejar de madrugar, remolonear en la cama y salir por las tardes de parrandeo con sus amigos.

2- La hija se sintió presionada y, a pesar de que tenía claro que 3 meses sin hacer nada iban a ser tremendamente aburridos e insoportables, no podía soportar la insistencia de sus padres, no comprendía cómo no le permitían siquiera una semana de asueto y se rebelaba con fiereza a cualquier coacción, con lo que el intento de sus padres conseguía un efecto totalmente opuesto al deseado.

Los padres olvidaron, a raíz de contactar nuevamente con su miedo y con el ideal que tenían de cómo deseaban que fuese su hija, todo lo que se había conseguido y cómo lo habían logrado.

La hija olvidó, a raíz de su miedo a ser nuevamente controlada y empujada hacia un futuro que no era el elegido por ella, cómo comunicarse con ellos sin pelearse.

Una de las cosas que ayudó a deshacer este desaguisado fue el reconocimiento de los padres con respecto a intentar hacer de su hija esa HIJA que ellos habían deseado e idealizado. No veían a su primogénita tal cual era, con sus virtudes y defectos, deseos y aptitudes; durante mucho tiempo y a veces aún de vez en cuando, pretendían conseguir ese ideal que habían forjado en sus mentes y desde este lugar, hacían, hacían y hacían.

Ayudó el dejar de hablar generalizando (“esto es lo mejor”) para dar paso a la personalización y reapropiación (“yo haría esto…, a mí me gustaría…, a mí me hace sentir…”). Volver a ponerse cada uno en su lugar, explicando lo que sentía y lo que quería, ayudó nuevamente a que las aguas se calmaran y pudieran, si no entenderse, al menos respetarse y aceptarse.

Por otra parte, y a pesar de la edad que tenía, la muchacha estaba acostumbrada a que sus padres resolvieran cualquier inconveniente por nimio que fuera, eso también le creaba miedo a enfrentarse con el mundo y tener que salir a él.

Se dieron cuenta y aceptaron que pretendían tener una hija con una serie de requisitos (algunos los habían fomentado, otros se dieron cuenta de que más bien los habían obstaculizado) en lugar de ver qué características tenía su hija y cómo podían ayudarla a evolucionar, en lugar de querer convertirla en lo que ellos deseaban.

Con los hijos, a veces es mucho mejor parar y observar, escuchar y dejar que se den alguna bofetada que otra, para luego poder desde la comunicación llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos.

No dejar que los hijos resuelvan sus batallas les convierte en débiles. Si al crecer, de golpe queremos que salgan al mundo, se enfrenten a él y encima lo hagan como nosotros queremos, ya es excesivo.

¿Qué sería capaz de hacer por mis hijos? Lo que necesiten, sea hacer o abstenerme.

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Cultivando las relaciones

Releía el artículo “Relaciones” y, mientras lo hacía, tenía la sensación de que algo obvio faltaba por decir, como que algún aspecto fundamental e imprescindible había omitido. Existe una teoría psicológica, “La pirámide de Maslow”, también llamada “Jerarquía de las necesidades humanas”, propuesta por Abraham Maslow, en la que dicho psicólogo propone la existencia de una graduación de necesidades; conforme los individuos van satisfaciendo las más básicas, desarrollan necesidades y deseos más elevados.

Pirámide de MaslowSi observamos el gráfico, podemos darnos cuenta de que la necesidad de Afiliación, ocupa un tercer lugar en esta escala de prioridades, estaría pues ocupando un lugar intermedio en esta jerarquía de cinco, en que las inferiores son las más básicas e imprescindibles y las superiores las que se persiguen cuando las otras están solventadas.

Me parece importante señalar la posición de determinados ítems:

1- Sexo, en el primer escalón, Fisiología, entendido como la necesidad física de placer que nos empuja a la reproducción de la especie.

2- Familia, en el segundo, Seguridad, cuyo amor y cuidado nos protege del mundo.

3-Amistad e Intimidad sexual, ambos en el tercero, Afiliación.

Por tanto, según el señor Maslow, tanto el amor de pareja como la amistad formarían parte de esas necesidades más propias de nuestra naturaleza social que perseguimos cuando ya sentimos cubierta la subsistencia. Como mamíferos, la protección y el cuidado de la familia son básicos para nuestra supervivencia ya que durante muchos años somos totalmente dependientes de nuestros progenitores.

No voy a entrar a enzarzarme aquí en una discusión bizantina sobre si tienen o no razón las personas que creen que el amor de pareja o el de amistad están por encima del de la familia; cada cual tiene derecho a opinar y a creer determinados postulados, siendo su verdad para él indiscutible e irrebatible. Lo significativo desde mi punto de vista es la gradación en sí misma y la importancia para el ser humano de las relaciones, tanto del segundo como del tercer grado de la clasificación, ambos niveles inferiores.

Relacionarnos entre nosotros es mucho más que un deseo, es un aspecto necesario para nuestra sana evolución como seres vivos. Por este motivo es tan imprescindible que nuestros vínculos sean lo más satisfactorios posible, aprendiendo a gestionarnos tanto mientras los lazos estén plenamente activos como cuando los finalizamos.

Todas las relaciones necesitan ser cultivadas ya que, si no se cuidan, se marchitan y disipan.

Utilizo el vocablo cultivar en el sentido estricto que aplica la RAE en una de sus acepciones:

“Poner los medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la amistad”.

Al igual que el resto de las facetas de nuestra vida es necesario favorecer, ejercitar, mantener, conservar y desarrollar nuestras relaciones, desde las más íntimas a las más públicas, no sólo porque son fuente de apoyo, distracción y disfrute, sino porque son origen de salud, evolución y prosperidad.

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Las relaciones

 

Dedicarme a la psicoterapia es para mí una fuente inagotable de experiencias maravillosas que me ayudan a seguir trabajándome. Los clientes me hacen de “espejo”, es decir, me suelen poner delante de temas míos, algunos resueltos, otros en proceso y bastantes más veces de las que quisiera reconocer (el ego no se pierde por mucho que una haga de terapeuta), algunos irresueltos.

Cómo gestionar de manera satisfactoria nuestras relaciones diría que es un “tema universal”. Sea cual sea el conflicto inicial que nos empuja a buscar ayuda, el proceso de crecimiento personal inevitablemente nos conduce a cuestionarnos qué nos pasa con “el otro/los otros”. Necesariamente cualquier problemática que me afecte repercutirá en mi modo de comunicarme y relacionarme con el resto de individuos. Y en este contacto “yo/tú”, aparece el amor, acompañado indiscutiblemente por su socio, el desamor.

¿Qué me ha empujado a empezar el texto hablando de mí? Naturalmente el hecho de que este es y será siempre un asunto en proceso en mi vida. Creo, aunque quizás aquí alguien pueda considerar que peco de profeta mesiánico, que este es un tema que no se resuelve nunca: las relaciones humanas son un proyecto en constante evolución que nunca puede ser zanjado. Podemos cerrar relaciones concretas o temas concretos de ciertas relaciones, pero nuestro “modo de relacionarnos” es algo que nunca puede darse por terminado.

relaciones

Los clientes me enseñan a que cada día hay que seguir aprendiendo, que la idea loca de “esto es así” no existe y lo que funcionó una vez, no tiene por qué funcionar con otras personas, a veces ni con la misma; que sólo partiendo de mí puedo llegar al otro y en ese andar cada uno con lo suyo y con su propio vaivén podemos llegar a encontrarnos.

Más de una vez he oído hablar de verdadero amor refiriéndose únicamente al vínculo existente entre la pareja, incluso verbalizar que la amistad no es amor, que es cariño y que a la familia, sí, la quieren, pero no es lo mismo.

Hay quien considera que mientras en su vida exista una relación de pareja, el resto de lazos son secundarios. La familia de origen, los amigos, los compañeros, son para ellos como adornos de ese gran engranaje que supone la pareja.

Otras veces, que el amor verdadero es el que se tiene a los hijos, o incluso de algunos hijos sólo hacia sus padres. Y alguna vez, aunque menos, que el verdadero amor es la amistad, ya que “es la familia que uno elige”.

El cómo cada individuo interpreta los lazos que le unen al resto de seres es único e individual y hace que su comunicación hacia el otro sea de un modo peculiar y determinado. Esta visión, junto con la que tenga el otro u otros implicados, configurará el tipo de dinámica con la que maniobrarán.

Y aún más, teniendo en cuenta cómo se han desarrollado ciertas relaciones, más concretamente cómo han terminado, podemos de manera consciente intentar cambiar nuestra interpretación, destronando al tipo de relación que considerábamos hasta ese momento como estrella de nuestro elenco y como la más fundamental, convirtiéndola en innecesaria, dejando de cultivarla. Olvidamos que si es el despecho, el enfado, en definitiva, el dolor que sentimos quien nos empuja a desear este cambio, nuestro inconsciente seguramente hará caso omiso de esa pretensión.

Erigir como “amor verdadero” a uno determinado de nuestros afectos, necesariamente nos está llevando por un camino peligroso. Le estamos otorgando un poder con el que desposeemos al resto de nuestros vínculos y puede ocasionarnos desasosiego cuando los obstáculos aparecen y hacen zozobran nuestros sentimientos.

El amor verdadero, es el amor en sí mismo.relaciones 1

Si conseguimos aceptar que el amor es el vínculo que nos une con todo ser humano, el desastre de cualquier relación concreta se convierte simplemente en una piedra en el camino, no en la montaña inexpugnable que a veces creemos ver.

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¿Qué harías por tus hijos?(1)

En relación con el /la ex.

Por casualidad, al poner en marcha el televisor, apareció en pantalla un programa desconocido para mí hasta ese momento: “Ex, ¿qué harías por tus hijos?”. Me sorprendió el título y decidí esperar un tiempo para saber de qué se trataba.

No sé por qué creía que quizás era un programa serio, aun así aguante media emisión del mismo para poder decir con exactitud y conocimiento: ¡Vaya fiasco!

De todos modos, saqué (siempre intento aprender de todas las situaciones) algo productivo: un tema sobre el que reflexionar.

Ante una pregunta de este calibre, la respuesta que casi todos los padres damos es “lo que haga falta” y ahí es donde encontré el punto de inflexión. Utilizo esta expresión partiendo de la siguiente explicación (encontrada en este blog):

«La expresión implica también, que en el punto de inflexión, hay que buscar el sentido a las cosas en ese mismo punto, considerando que el punto donde se produce el giro inesperado, es el lugar de partida para otra nueva situación completamente diferente».

Aquí es donde el giro inesperado hace, para mí, acto de presencia, ¿qué pasa con tanto hacer?, ¿a veces lo que haga falta no es quizás el “no hacer nada”?

Cuando una pareja con hijos se separa, empieza un largo periplo donde se intentafamily sunset mediante conversaciones llegar a un acuerdo. Muchas veces, ya no se parte de buenas intenciones, aunque digamos continuamente que: “SÍ, que vamos a buenas”. Como diría mi abuela se dice “con la boca pequeña”, vamos, se dice pero no se siente.

Otras veces, las buenas intenciones existen, sin embargo, nos resulta difícil dialogar con la otra persona y, en otras, los acuerdos se pactan y nunca se cumplen.

Una vez, me contaba una clienta el problema que sostenía con el padre de sus hijos desde el día que se separaron. Por problemas que no vienen al caso, el ex marido tenía una situación económica bastante precaria y ella, teniéndolo en cuenta, nunca le apremiaba con la pensión, incluso cuando dejó de pagarla no insistió ni interpuso demanda alguna. Sabía que era una guerra inútil y decidió no desgastarse en la batalla.

El problema surgió cuando tuvo que empezar a pagar los desplazamientos de su hijo menor para que este pudiese visitar a su padre. Aquí empezó una larga andadura de rencor y resentimiento. Por un lado, no quería hacer daño a su hijo impidiendo verle mientras que, por el otro, se sentía utilizada y manipulada, ya que más de una vez el muchacho se había quedado en la estacada (con los billetes ya comprados) porque su padre había cambiado de planes por “obstáculos imprevistos”.

Comprendió, al irse trabajando el tema en las sesiones, que la relación padre/hijo no era un tema en el que ella debiese intervenir o interceder, era un aspecto íntimo de ambos del que ella debía permanecer al margen. El comportamiento, en este caso del progenitor, sería visto por su hijo tal cual era, sin tapujos ni apaños por parte de la madre, y no se trataba de demostrar que el hombre era un mal padre, sino más bien de evitar que la madre se convirtiera en una bruja perversa que sintiese la necesidad de dañar al hombre por su actitud hacia ambos: ella y su hijo.

Si el padre quería ver al chico, tenía que ser él quien se ocupase de toda la logística. Aquí aparece el giro inesperado, este punto de inflexión del que hablaba, se trata de que ese “hacer lo que haga falta” se convierta en “no hacer nada” porque, seguramente, en este momento es mucho mejor que seguir haciendo.

A veces creemos como padres que hemos de volcar todas nuestras energías haciendo, cuando en bastantes de estas ocasiones sería mucho más sano invertir dichas energías en sostenernos y dejar que las situaciones sigan su curso sin empujarlas, aunque lo hagamos con la mejor de nuestras intenciones.

Seguiré con el tema…

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Maternidad invernadero

 

 

maternidad invernaderoHace unos meses dediqué unos cuantos artículos a hablar sobre ciertos aspectos importantes, desde mi punto de vista, sobre la maternidad y cómo la vivíamos algunas mujeres.

Ayer, mientras leía el libro La mujer y el deseo” de Polly Young-Eisendrath, me reencontré con el concepto de Maternidad invernadero, que me devolvió de nuevo a esos artículos (ver Maternidad y otros) y a las ideas que en ellos exponía.

No volveré a hacer hincapié en todo aquello que ya declaré, pero sí me pareció interesante retomar el tema para recordar un hecho sobre el cual en su momento no incidí.

Existe actualmente un grado de motivación elevado por parte muchas familias de consagrar la vida de la mujer exclusivamente a sus hijos mientras estos son pequeños. Me parece una opción muy legítima y, aun así, también me parece conveniente analizar los motivos que empujan a ella.

Hay personas (hombres y mujeres) que están convencidas de que la dedicación y cariño que puede prestar una madre a sus hijos es la más acertada y conveniente, que la mejor opción es que sea ella quien dedique toda su atención y esfuerzo a la crianza. En un lenguaje más duro: que sea madre y sólo madre.

En esta sociedad patriarcal en la que aún estamos inmersos, la mujer puede ser “el objeto del deseo” del hombre o “la madre idealizada” que sólo vive por sus hijos, es decir, otro “objeto de deseo” (para entender mejor los conceptos os remito al libro arriba indicado, es una conveniente lectura para todos). El hecho es que, bajo la idea de volver a lo que “es natural” y que era lo que se hacía “antes” (tendríamos que analizar con detalle de donde sale esto de natural y antes), muchas mujeres deciden ser durante un largo periodo de su vida madre y sólo madre.

Por lo que sé, en épocas remotas, mientras los hombres se dedicaban a la caza, las mujeres cuidaban a los hijos y se dedicaban a otras tareas comunitarias, este creo que es el hecho que olvidamos, el carácter comunitario.

Las mujeres actuales se encuentran solas ante esta situación, se dedican exclusivamente a sus hijos y a las tareas familiares sin otro contacto adulto. Algunas, a pesar de querer estar con sus hijos, se sienten desmotivadas, les falta algo. Y más aún, se sienten frustradas por no ser lo suficiente buenas, por no dar todo lo que se espera de ellas, por no ser “como creen deben ser”.

Las mujeres victorianas son un referente también importante en cuanto a esa imagen de madre amorosa y amantísima, dedicada a sus hijos por entero. Pero también se olvida, a veces, que los retratos de esas madres son los de esas mujeres más o menos adineradas que tenían ayuda gracias a amas de cría.

No estoy diciendo, ni siquiera insinuando, que no sea sana esta dedicación al niño, lo que pretendo exponer es el hecho de qué pasa con la mujer adulta que se siente de golpe aislada del resto del mundo ejerciendo una única tarea, que además no puede compartir.

Ser madre es una faceta más y, si la dedicación exclusiva a esta tarea ha de aportarnos frustración y malestar, ¿realmente es tan sana esta situación para nuestros hijos, para nuestras familias, para nosotras?

Ser madre las 24 horas del día para algunas mujeres no es suficiente, algunas necesitamos algo más para sentirnos plenas; sería bueno que cada una se pregunte cuál es ese complemento y donde puede hallarlo. Y para las que aun sintiéndose plenamente convencidas y satisfechas de que ese es su cometido en este momento de su vida, siguen peleándose con ese ideal de ser las más amorosas y mejores madres, sería conveniente no olvidar que la perfección no existe.

Quizás este artículo os interese: http://www.huffingtonpost.es/bunmi-laditan/estoy-harta-de-hacer-que-_b_5117045.html

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Es lo que hay.

 

en paz Aceptar es uno de los aspectos emocionales más difíciles con los que nos encontramos los seres humanos. Solemos confundirlo con la resignación y, a pesar de que la acción en ambos casos es la misma, el sentimiento desde el que parten es abismalmente opuesto.

Trabajaba estos días con una mujer adulta que se debatía inquieta entre dos emociones contradictorias. Tras muchos años de distanciamiento había retomado el contacto con su madre. Ambas mujeres son rencorosas, demandantes y de caracteres fuertes.

Por una parte, se sentía emocionada por tener la posibilidad de sanar esta antigua herida, por la perspectiva de cerrar por fin esta gestalt que lleva arrastrando desde hace más de veinte años y que ha influido notablemente en todas las relaciones importantes de su vida.

Por otro lado, se sentía defraudada y engañada, nuevamente, a causa de que la suavidad de su madre, hecho que ha posibilitado el acercamiento, se debiese (desde su interpretación) exclusivamente a la ancianidad de la mujer, la soledad y el abandono en el que se siente y que parece haberla hecho más receptiva. Habiéndole fallado todo su entorno, volver la mirada hacia la hija prodiga parece su única esperanza.

Ante esta situación, la pregunta que le hago es: ¿qué es más importante: lo que la ha traído hasta aquí o lo que vas a ser capaz de hacer a partir de este momento?

Creo que esta es la clave de todo. Si obviamos esta simple pregunta, si la apartamos de nuestro lado como quien aleja una mosca, si la saltamos como un atleta sortea las vallas durante la carrera de obstáculos, podemos caer irremediablemente en una espiral de pensamientos desestabilizantes y emociones confusas a la par que contradictorias.

Hacer hincapié sobre lo que mueve al otro a realizar tal o cual acción no debería ser nuestra prioridad. Lo que debe importarnos es “qué quiero”, “qué voy hacer para conseguirlo” y “qué no estoy dispuesto a sacrificar para ello”.

En este caso concreto es lo que decidimos trabajar. El lugar donde se encuentre la anciana madre es algo que no está a nuestro alcance modificar. El sentimiento, el deseo, la motivación que tenga “ella” para permitir, para favorecer este nuevo contacto le pertenece exclusivamente, es intransferible, personal y único.

Bastante tenemos cada uno de nosotros con intentar gestionarnos lo mejor posible como para pretender gestionar al “otro”.

Y, a pesar de esta verdad irrefutable, existe otro postulado igual de evidente: según yo actúe, según me comporte, el otro irremediablemente habrá de movilizarse.

A pesar de que mi campo de acción nunca han sido las ciencias, me voy a permitir una alegoría matemática:

                                                                                           A= yo     B= el otro

                                                                                                 A≥B= A≠B

En esta operación, A intenta influir directamente en B; pretende que B sea, se acomode, reaccione como le interesa a A y el resultado evidentemente es un fracaso, una partición, una desunión.

                                                                                                                AB

                                                                                        (A≥A)+B=

                                                                                                               A≠B

En este caso, A se preocupa de atenderse a sí mismo interaccionando posteriormente con B; desde esta propuesta existe la posibilidad de diversas soluciones: acercamiento o  rechazo. Se abren opciones, mientras que en el primer caso no hay más que un solo resultado.

Ambas operaciones pretenden, teóricamente, conseguir el mismo producto: acercamiento, entendimiento, unión. Sin embargo, dependiendo de sobre quién se realice la primera operación, la fórmula está abocada al fracaso.

En el caso real, decidimos centrarnos en los deseos y sentimientos que movían a mi clienta a querer este acercamiento y descubrir los límites que no estaba dispuesta a superar.

Las personas sólo decidimos cambiar nuestras actitudes cuando apreciamos que las antiguas no nos resultan beneficiosas, es un aspecto totalmente individual.

Decir: “Cambiaré porque te quiero” es una falacia, una gran mentira y no porque no exista una verdadera intención en ello, simplemente porque no es posible. El cambio es en esencia egoísta, si no me afecta a mí directamente el perjuicio, me resulta imposible poner los medios para modificarlo.

Y si tomamos este mismo caso como ejemplo y aceptamos la interpretación de mi clienta como válida, el cambio en la actitud de la madre únicamente ha acontecido cuando esta ha sentido realmente que necesitaba modificarla, ya que la antigua no iba a proporcionarle lo que ahora anhela.

¿Por qué debería ser censurable en una persona y no en otra el momento y motivo del cambio?

Mi clienta lleva veinte años resignándose a una situación desagradable, emocionalmente insatisfactoria, luchando contra sus propios molinos creyendo que combatía contra los de su madre. Ahora le toca reconocer y aceptar lo que hay, para decidir qué quiere hacer con ello: acercarse o alejarse según su deseo, ofreciendo lo que posee, dándose cuenta de lo que va a recibir a cambio y, desde ahí, le tocará a su anciana madre aproximarse o retroceder.

Fotografía cedida por mi amiga Anna Arroyo. Gràcies.

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El silencio es la forma más elocuente de mentir.

 

 See no evil, hear no evil, speak no evil ...

He tomado prestada esta frase de una canción (“Tu silencio” de Bebe) para reflexionar sobre el silencio como parte de la comunicación.

Muchas personas tienen la idea de que permanecer en silencio es una forma de no participar, de mantenerse al margen y de no manifestar sus intenciones sobre el asunto tratado. Y aunque en parte es cierto, olvidan que esta ausencia de compromiso es información y que, con ella, están mostrándose ante los que les rodean.

Tal como dice la canción, el silencio puede ser la forma más elocuente de mentir, ya que podemos interpretarlo como una manera de otorgar la razón, aunque también puede ser una negación encubierta y, como no, una señal de indecisión y duda sobre el tema tratado.

Entonces, ¿cómo podemos interpretar el silencio? Y lo que es peor, ¿qué nos hace interpretarlo de una u otra manera?

Permitidme que haga un pequeño repaso sobre lo que es la comunicación.

La comunicación es el acto mediante el que un individuo establece con otro un contacto que le permite transmitir información.

La comunicación depende de tres cosas: lo que digo, cómo lo digo y mi postura o expresión corporal. La palabra va dirigida a la razón, a la mente. El cómo, al corazón, es la emoción y la postura es la acción. La congruencia de las tres dará veracidad a la información.

De la misma manera que no sólo hay un canal de comunicación, tampoco hay una única manera de escuchar o un único mensaje en una conversación.

Escuchar no sólo es hacerlo con los oídos, también es sentir. Utilizamos todos los sentidos para completar la información que recibimos con el lenguaje.

Escuchar con los sentidos:

Oídos: Palabras, tono de voz, timbre, potencia de voz, emoción…

Ojos: Gestos, movimientos, miradas, respiración…

Tacto: Rigidez, relajación…

Gusto: Mal sabor de boca con la presencia de alguien…

Olfato: Transpiración, nervios, feromonas…

¡De cuántas maneras escuchamos y qué poca atención prestamos la mayoría de las veces!

Hay personas que interpretan las preguntas como acusaciones, no como recogida de información y, como no, hay quien interroga en lugar de pedir información. Otros pueden interpretar un consejo como una orden o viceversa.

Algunos de nosotros tenemos como programas internos que nos hacen recordar sólo parte de lo que oímos. Quien busca críticas, las oirá por todos lados. Para quien quiere oír opiniones favorables, las críticas pueden pasarle desapercibidas. De algún modo nos especializamos en escuchar lo que “queremos”.

Sí, oigo a alguno de vosotros decir: “no es que quiera oírlo, es que lo oigo”. Claro que lo oímos, porque de algún modo estamos esperando encontrar “justo ese mensaje y no otro

Esta es una de las razones por las que podemos interpretar de una u otra forma la información que nos llega y el silencio no es más que una más de estas formas de comunicarnos.

Si empezamos a prestar más atención a todos nuestros sentidos, aprenderemos a detectar o hacer más caso de esas sensaciones que nos indican que “algo no cuadra”, sea silencio, sea palabra, sea expresión.

Ante la duda, pregunta. Las interpretaciones suelen llevar a confusión y a malos entendidos, mientras que las aclaraciones pueden no gustar, pero gracias a ellas sabremos a qué atenernos.

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La Inteligencia emocional

 

 

La Inteligencia emocional es la capacidad de darse cuenta de las propias emociones y las de las demás personas y tener la capacidad de gestionarlas.

Es necesario tomar conciencia de lo que uno siente para poder regularlo y no dejarse llevar por la impulsividad, ya que nuestra buena gestión emocional también influirá en la de los demás y viceversa.

La inteligencia emocional, como lo es también la inteligencia cognitiva (relacionada con la educación académica), es un aspecto social del individuo; dependiendo de la capacidad de gestión será más fácil afrontar y superar los retos que presenta la vida.

Cuando se habla de la educación emocional, se abarca un concepto mucho más amplio: aportaciones de la neurociencia, investigaciones sobre el bienestar subjetivo (autoaceptación, relaciones positivas con los demás, autonomía, dominio del ambiente, propósito en la vida y crecimiento personal), el concepto de fluir…

Desde hace décadas se habla de la importancia de la educación emocional en los adultos. Profesionales de la educación, de la sanidad y de la psicoterapia hacen hincapié en la necesidad de enfocarnos hacia el ámbito infantil y juvenil para conseguir que realmente los individuos crezcan de manera sana y equilibrada.  Se detecta cada vez más un aumento de desequilibrios relacionados con la salud mental en los menores como son los trastornos de comportamiento (trastornos de conducta y déficit de atención e hiperactividad), la ansiedad, la depresión y la anorexia.

Aunque aún no de manera generalizada, existe ya una cierta implantación de la educación emocional en el sistema educativo y se van comprobando los beneficios de la misma: disminución de ansiedad, estrés, indisciplina, comportamientos de riesgo, conflictos… junto con un aumento de la tolerancia a la frustración, resiliencia ( la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro) y bienestar emocional.

Si enseñamos a nuestros hijos a manejar sus emociones, tendrán las herramientas para enfrentarse a las múltiples y diversas circunstancias de la vida de manera sana, consiguiendo con ello evitar en muchos de los casos:

1) Su implicación en el consumo de drogas.

El inicio del consumo muchas veces viene propiciado por el impulso gregario del joven. Como miembro de una pandilla, se introduce en ello al igual que el resto. A veces no es una decisión individual, sino un acto social al que no se sabe decir “no” por miedo al rechazo, o por falta de autoestima al no saber sostener las propias decisiones. Otras veces el motivo es un sentimiento autodestructivo originado por la insatisfacción que acompaña a la desconexión y mala gestión emocional. Una vez iniciado el consumo, si desgraciadamente el joven es adicto (la adicción es una enfermedad), será muy difícil la vuelta atrás.

2) Violencia y delincuencia.

Cuando no se saben reconocer las emociones, se bloquean hasta que el organismo no puede soportarlas por más tiempo y entonces surgen de manera descontrolada. Además, al no gestionarlas correctamente se pierde la capacidad empática.

3) Comportamientos de riesgo: conducción temeraria, sexo indiscriminado…

La insatisfacción emocional origina una búsqueda de “placeres intensos y momentáneos”.

Como padres tenemos la obligación de educar a nuestros hijos para que puedan vivir de la manera más sana y feliz. Aprender a gestionar nosotros en primera instancia las emociones es el paso inicial, paralelamente a nuestro ejemplo deben también participar el resto de los estamentos sociales para poder instruirles a ellos.

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Familia: La pertenencia.

 

 familiaUno de los aspectos que pueden ocasionar el desfase conflictivo entre el ideal de familia y la familia real es el rol (“función que toca cumplir”) que ejecuta cada uno de sus miembros. En nuestra cultura existen ciertas ideas sobre cómo deben comportarse sus miembros y sus relaciones: fidelidad en el matrimonio; obediencia, respeto y agradecimiento por parte de los hijos; heterosexualidad como opción; guardar los secretos familiares; ser éticamente correctos… u otras tantas, generalizadas y extensamente compartidas algunas y otras específicas que dependerán de cada familia en concreto.

Todas estas normas marcan el funcionamiento de cada uno de sus miembros y cuando alguna de ellas es transgredida, por el motivo que sea, estalla la crisis.

La cohesión que mantiene unido a un grupo, abarca varias facetas. Por un lado, tenemos el poder ostentado por alguno de sus miembros que sirve como aglutinante. Por otro, los intereses comunes y, finalmente, encontramos la lealtad, que es el “Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”, es decir, el sentimiento de solidaridad y compromiso.

En el caso de la familia, por tanto, sería la lealtad el aspecto que con más fuerza mantiene cohesionados a todos sus miembros.

Según  Sterlin y Simon, terapeutas sistémicos, la lealtad puede entenderse como “la expectativa de adhesión a ciertas reglas y la amenaza de expulsión si se transgreden”.

Esta sería la principal razón por la que ante el desacuerdo o la rebeldía de alguno de los miembros de la familia, ante ciertas pautas o criterios, se vea a dicho individuo como a un extraño, siendo rechazado tanto emocional como físicamente según la ocasión o circunstancia.

Algunas de las transgresiones pueden escapar al control de sus miembros y hacerse públicas (problemas con la justicia o las drogas por ejemplo); quizás entonces el individuo o individuos desobedientes pueden ser apartados de manera temporal o definitiva, según sea la circunstancia.

En otros casos la disyuntiva puede aparecer de dos formas:

a) Para poder seguir perteneciendo a su familia, el individuo se siente obligado a mantener un rol con el que no está de acuerdo, es decir, debe dejar de ser él mismo.

b) Para poder ser él mismo ha de dejar de mantener relación con su familia.

En ambas circunstancias el individuo tiene un conflicto de lealtades: si elige ser él mismo, traiciona a su familia; si elige a su familia, se traiciona a sí mismo.

No sólo se siente un paria sino que, seguramente, su ideal de familia se habrá destruido. Si no consigue cerrar esta gestalt (entendida como asunto inconcluso) de manera satisfactoria, se produce entonces un desequilibrio emocional en el individuo que puede llegar a entorpecer su vida cotidiana.

Aunque estoy haciendo hincapié en este miembro de la familia, al que podría llamar sintomático por ser el aparente “causante” del síntoma o diferencia, el desequilibrio emocional ocasionado por la mala gestión de los sentimientos que un enfrentamiento entre lo ideal y lo real puede ocasionar, puede afectar a cualquier miembro, no sólo al rechazado, diferente o sometido. La tensión creada por este tipo de circunstancias, aunque a veces no consciente, es vivida por todos los miembros, cada uno desde su percepción.

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