Hay muchos refranes, proverbios o simplemente pensamientos que nos recuerdan lo desgastantes y muchas veces ineficaces que son las preocupaciones:
Las preocupaciones se pierden con el tiempo.
Hoy es el mañana por el que te preocupabas ayer.
Si un problema puede solucionarse, si la situación es tal que puedes hacer algo al respecto, entonces no hay necesidad de preocuparse. Si no puede arreglarse, entonces preocuparse no tiene utilidad alguna.
Un día de preocupación es más agotador que un día de trabajo.
Algunas de las entradas la RAE sobre el significado de “preocuparse” son:
Ocupar antes o anticipadamente algo.
Dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: Producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud.
Dicho de una cosa: Interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas.
Al igual que las dudas, existen dos tipos de preocupaciones: aquellas que sirven para rectificar o mejorar nuestra situación o las que simplemente mantienen nuestra cabeza dentro de un bucle infructuoso que desgasta nuestra energía gratuitamente.
Las ideas que viven para siempre en nuestro imaginario sin llegar a convertirse en acciones tan solo sirven para mantenernos en situaciones insatisfactorias. Darle vueltas una y otra vez a una acción que ya pasó, pensando cómo podría haberla gestionado de otro modo, tan solo tiene sentido si estoy dispuesta a realizar un cambio la próxima vez que se dé un caso parecido. Si el pensamiento sirve para descubrir los errores y aprender de ellos, la preocupación se convierte en ocupación y una vez se llega a una conclusión clara, pierde todo el sentido seguir anclada en esa misma idea. La única respuesta sana es la nueva acción.
Preocupación = análisis conclusión nueva acción.
En otras ocasiones, la situación no se ha dado, pero como nos sentimos incapaces de reaccionar ante ella de manera conveniente, dejamos que el miedo nos invada. Dicha emoción, en lugar de utilizarla desde su vertiente más sana, que es la de mantenernos alerta ante una situación desconocida o incluso peligrosa, se convierte en un peso muerto que nos amarra sin opción en la inacción.
Cuando un cliente me pregunta qué puede hacer ante este tipo de tesituras, que cómo puede evitar la aparición de este tipo de pensamientos, siempre les digo lo mismo: es imposible hoy por hoy impedir que la idea aparezca, lo único que está en mi mano es evitar engancharme a ella de manera consciente.
Se trata de realizar un ejercicio de musculación: apartarla una y otra vez, volcar mi atención en cualquier otra cosa, no dejar que me gane la partida pegándome a ella. Se trata de no darle de comer.
Si la acción ya ha sucedido no puedo cambiar lo que aconteció, por lo tanto, una vez realizado el acto de contrición, si es oportuna alguna acción inmediata que enmiende lo acontecido, se realiza y, si no ha lugar, sigo avanzando predisponiéndome de otro modo ante un nuevo hecho similar.
Si la preocupación es sobre una situación que aún no ha sucedido, poco se puede hacer al respecto. Por mucho que desarrollemos en nuestra mente los posibles marcos en que creamos se pueda dar, no estaremos mejor preparados para resolverla, no estamos elaborando una estrategia, estamos fomentando la angustia.
El pasado se fue y el futuro aún no ha llegado, el presente es lo único que existe, si sufro por lo que fue o por lo que es posible, me pierdo lo que estoy viviendo. Por lo tanto, lo más conveniente es concentrarse en lo que estoy haciendo en cada momento. Focalizarme en la acción, no en el pensamiento.
Hay personas que vienen a terapia dispuestas a mejorar la gestión de sus emociones desde la preocupación. Es lo que se ha dado en llamar “el síndrome del autoestop”: consistiría en esperar pasivamente que sea el médico o terapeuta quien resuelva mi problema. Es decir, le doy vueltas al tema, me lamento, me siento frustrado y, sin embargo, no hago nada diferente que me ayude a resolverlo de forma distinta.
Hacer algo diferente no quiere decir llevar a cabo acciones drásticamente contrarias, a veces simplemente se trata de realizar pequeños ejercicios o propuestas que el terapeuta sugiera. Lo más importante es aprender de nuestro modo de funcionar y ver a dónde nos lleva ese pequeño movimiento. Observar lo que me sucede pondrá otra luz a cómo me veo, a tomar consciencia de cómo soy, ya que somos mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver de nosotros mismos.
“La fuerza que se encuentra en cada uno de nosotros es nuestro mejor médico” decía Hipócrates hace aproximadamente unos 2500 años. También se reconocía incapaz de tratar a las personas que no habían decidido curarse y para ello es necesario “ocuparse” no “preocuparse”.