Una de las críticas, con razón, que se hacen a la Terapia Gestalt como proceso de crecimiento personal, es el “imbuir” en el cliente ese afán por respetarse a sí mismo por encima del resto de individuos de su entorno.
Tal como decía en el artículo “Todo lo que empieza por ego”, preocuparse por uno mismo está cargado de connotaciones negativas. Solemos perder la perspectiva y nos confundimos, costándonos encontrar el equilibrio entre “el yo” y “los otros”.
No voy a negar que, durante el inicio de un proceso terapéutico, se suele invitar al cliente a experimentar sus deseos como oposición a la polaridad hasta ese momento vivida por él, cuando esa ha sido la resignación, la confluencia o cualquier otra actitud en la que haya supeditado al medio antes que a su propia necesidad o aspiración.
Puede parecer a ojos externos una posición muy egoísta, aunque quizás sería conveniente también observar qué cambios significativos se están ocasionando en el entorno y si tan solo al cliente se le puede adjudicar dicho calificativo, ya que seguramente “algo” estarán perdiendo la o las personas que se quejan de lo que antes les favorecía.
Volviendo al cliente, puede parecer una actitud egoísta, ciertamente, incluso puede en ocasiones llegar a serlo en el sentido más estricto, pero ¿cómo puede alguien aprender a nadar si no se introduce dentro del agua? Dicho más claramente, ¿cómo puede encontrar el equilibrio entre dos opciones si no prueba o se informa de ambas?
Hace poco también hablaba del concepto “vivenciar”, este sería un claro ejemplo del mismo: racionalmente puedo comprender la necesidad del equilibrio entre “respetarme a mí mismo sin olvidar al otro” o, lo que sería la ecuación inversa, “respetar al otro sin olvidarme de mí mismo”. Si tan solo he experimentado una vivencia, resulta necesario inmiscuirme en la otra para finalmente encontrar mi propio término medio.
Es una manera de trabajar el sentido de la responsabilidad, teniendo en cuenta lo que deseo, aceptar o no lo que he de perder o dejar para obtenerlo me hace ser consciente y decidir hasta dónde y cómo quiero llegar.
En absoluto invitamos a realizar cambios drásticos, ni siquiera instigamos a ello, simplemente abrimos la puerta a la prueba: ¿y si en lugar de hacer lo de siempre te planteas probar otra cosa?, ¿qué pasaría?, ¿qué es lo peor que puede pasar?, ¿estarías dispuesto a sostenerlo?
Estas son algunas de las preguntas, estas son las “influencias” que ejercemos, animamos a probar y este probar muchas veces no llega a hacerse efectivo porque el cliente se da cuenta de que el resultado no estaría dispuesto a sostenerlo; en otras ocasiones, se percata de que ha estado inhibiéndose de acciones o situaciones cuando la consecuencia no sería en absoluto peor de lo que tiene, más bien todo lo contrario.
Los cambios a medio y largo plazo no beneficiarán tan solo al cliente, sino a todo su entorno, pero como en todo hay que esperar un tiempo. Incluso cuando las decisiones acaban siendo drásticas, lo que indican es que la relación del cliente con su entorno no era satisfactoria y, por lo tanto, a largo plazo será una buena opción para todos.
Un buen caldo no se hace en media hora, ni un estofado en cinco minutos. Puede ser que el cliente descubra que quiere caldo mientras que su entorno prefiere estofado; ahí estará su responsabilidad de decidir lo que quiere seguir cocinando.
Tal como dice Serge Ginger:
“En efecto, cualquier cliente en terapia se interesa mucho en sí mismo y en sus problemas, consagrando largas horas a autoobservarse, a encontrarse o a ponerse en escena, a tener expectativas, a sacrificar tiempo y dinero para su propio desarrollo y su bienestar; se trata efectivamente de un tiempo de egotismo o de egocentrismo ¡y las familias de los clientes en terapia no dejan de quejarse!”
El proceso terapéutico tiene varias fases, una sería esta del egotismo del cliente, para poco a poco ir dando paso a una actitud más equilibrada y conciliadora con el entorno.
La famosa oración gestáltica ha sido objeto de bastantes críticas por ver en ella solamente esta parte egoica.
Sin embargo, si vamos más allá de la primera impresión y nos adentramos en el texto extrapolándolo a la vida, ¿qué sucede cuando las desavenencias aparecen, cuando los objetivos ya no son comunes o cuando los proyectos terminaron sin aparecer de nuevo? Nada más y nada menos que seguimos caminos distintos agradeciendo (si se puede) los beneficios de lo vivido.