Mientras se dirigía a matar a su madre, Angulima se encontró con Buda. Cuando le vio, decidió asesinarle a él en lugar de a su madre. Se acerco a Buda, que caminaba lentamente, en silencio y con paso firme; pero por mucho que corría Angulima, era incapaz de llegar a él.
Entonces le grito: “¡Detente, detente!”. Y Buda respondió: “No, detente tú”.
Buda, dejando de caminar le dijo: “Me he detenido hace mucho tiempo. Tú eres el que no se ha parado un instante. He detenido hace mucho las causas de mi sufrimiento: la ira, la violencia y la aversión. Tú no lo has hecho. Estás sujetando un cuchillo en la mano, y llevas a modo de guirnalda los dedos de las personas a las que has rebanado el cuello. Tu aspecto es feroz, pero no pareces muy contento: ya has matado a novecientas noventa y nueve personas y todavía quieres matar una más. No has dejado de producir daño y dolor. No debes pensar que por haber matado a tantas personas una más no supondría ninguna diferencia. Detente ahora”
A Angulima esas enseñanzas le parecieron muy profundas. Se dio cuenta de que si dejaba lo que estaba haciendo, podría cambiar.
Así que Buda repitió: “Detente”
Angulima dejó caer inmediatamente el cuchillo y los dedos, abandonando toda su carrera como asesino; pidiendo al mismo tiempo a Buda que lo aceptará como discípulo.
“Debes confesar tus acciones no virtuosas y con ello además de purificarte, aprenderás a practicar el perdón tanto para contigo mismo como hacia los demás”
Nuestras acciones pasadas no deben condicionar nuestro futuro: arrepiéntete, perdónate, cambia.
Piensa en ello si quieres…