Del latín medieval postergare, derivado del latín post tergum “detrás de la espalda”
Hacer sufrir atraso, dejar atrasado algo, ya sea respecto del lugar que debe ocupar, ya del tiempo en que había de tener su efecto.
La postergación es una de las formas de actuar ante el miedo. Para mí es un eufemismo ya que en lugar de reconocer el pavor que me causa enfrentarme a un hecho o persona, decido aplazar la resolución del “conflicto” en espera del momento idóneo u adecuado.
La realidad es que pocas veces se presenta esta ocasión apropiada, habitualmente solemos esperar hasta el límite, apuramos hasta vernos obligados por las circunstancias.
Es posible que durante mucho tiempo no demos excesiva importancia a este modo de actuar; he oído justificaciones de todo tipo al respecto:
“Sólo aplazo lo que no me motiva”
“Es mi manera de funcionar, siempre espero al último momento”
“Para que esforzarme más si así lo consigo igual”
“Ya lo haré, no corre prisa”
Puede tardar más o menos, pero siempre llega el momento en que los mecanismos de defensa (ver Ciclo de necesidades 1 y 2) dejan de ser útiles, es entonces cuando debes tomar una decisión: esperar que se solucionen solos o ponerle remedio.
Al principio utilizamos los mecanismos de defensa sin ningún tipo de duda, forman parte de nuestro bagaje y en absoluto nos cuestionamos su utilidad. Sin embargo, conforme nuestra vida avanza, empezamos a percatarnos de que su uso empieza a ser más perjudicial que productivo. Llegados a este punto, todos sin excepción queremos solucionar esta coyuntura, el problema es ¿qué estoy dispuesta a hacer para conseguirlo?
Desde una perspectiva totalmente racional y cognitiva, la solución es fácil: ¡Ponte las pilas YA! Ponte en acción, no hay más! Desgraciadamente, seguir las instrucciones de nuestra mente a veces no es tan simple, ya que nuestro organismo se rige por tres centros: mental, emocional y visceral o instintivo.
Mientras el centro mental puede estar bombardeándonos con mensajes implacables sobre lo que debemos o no hacer y el centro visceral, se queda quieto, inamovible. ¿Qué pasa con mi centro emocional? ¿Qué dice? ¿Qué hace?
Tenemos una obra con tres actores, el mental que sabe lo que hay que hacer(a veces solo cree saber) y lo repite constantemente, el instintivo que sigue haciendo lo de siempre porque esa es la costumbre (mi patrón de comportamiento) y, el emocional, el gran desconocido, es un actor en la sombra, actuando invisiblemente pero de manera perceptible. Hasta que este tercer actor no sea iluminado por todos los focos del escenario y se haga totalmente visible, no hay ninguna posibilidad de superación. Es difícil gestionar aquello que no veo, aquello que tengo “tras la espalda”.
Darse cuenta y aceptar lo obvio es el primer paso. Luego puedes esperar a que venga un hada, te toque con su varita y sin esfuerzo te “reconstruya”. O puedes aceptar que no hay hada ni hado, que la única capaz de solventar tus problemas eres tú misma y poco a poco aprender (con ayuda terapéutica o no…) a gestionar tus emociones para encauzar tu vida.