Seguiré tomando como punto de partida la respuesta mayoritaria (“Lo que haga falta”) que damos a esta pregunta y, como en el anterior artículo, la utilizaré como punto de inflexión.
El giro sigue siendo el mismo: en lugar de hacer, no hacer. En esta ocasión me centraré en la educación; en qué es lo que solemos hacer los padres en pos de educar bien a nuestros hijos y cómo en ocasiones sería más conveniente dejar de hacer. Dicho de otro modo, mejor inhibirse en lugar de actuar.
Tomaré como ejemplo gráfico una situación que se dio en la consulta. Se trata de una familia promedio: los padres con carreras universitarias que trabajan fuera de casa y dos hijos, un niño preadolescente y una muchacha de 20 años. El conflicto es la relación bastante crispante que han mantenido durante bastante tiempo padres e hija. Los padres querían a toda costa conseguir que su hija estudiara y la muchacha parecía que intentaba, de todas, todas, llevarle la contraria a sus progenitores.
En las sesiones pudieron empezar a mantener charlas entre ellos sin que los ánimos se crisparan, pudieron aprender a escucharse y comprender qué le sucedía a cada uno de ellos con el tema. Al cabo de unos meses, la situación se estabilizó y lo que había sido una guerra se convirtió en una apacible concordia: la muchacha cambió de carrera (se había dejado matricular en una simplemente para hacer callar a sus padres, lo que naturalmente creó mucho más conflicto), matriculándose y asistiendo a una que realmente le interesaba y los padres se relajaron en su trato con ella.
Otra vez apareció el conflicto cuando llegó el periodo estival y la muchacha finalizó sus clases. Aún no había transcurrido ni una semana y volvió a desencadenarse la beligerancia.
¿Cuál fue el motivo? Los padres consideraban que tenía demasiado tiempo libre e insistentemente la presionaban en que hiciese algo “productivo” durante el verano.
Volvimos a hacer sesiones conjuntas e individuales extrayendo las siguientes conclusiones:
1- Los padres, preocupados por lo vivido un año antes, se asustaron al ver a su hija dejar de madrugar, remolonear en la cama y salir por las tardes de parrandeo con sus amigos.
2- La hija se sintió presionada y, a pesar de que tenía claro que 3 meses sin hacer nada iban a ser tremendamente aburridos e insoportables, no podía soportar la insistencia de sus padres, no comprendía cómo no le permitían siquiera una semana de asueto y se rebelaba con fiereza a cualquier coacción, con lo que el intento de sus padres conseguía un efecto totalmente opuesto al deseado.
Los padres olvidaron, a raíz de contactar nuevamente con su miedo y con el ideal que tenían de cómo deseaban que fuese su hija, todo lo que se había conseguido y cómo lo habían logrado.
La hija olvidó, a raíz de su miedo a ser nuevamente controlada y empujada hacia un futuro que no era el elegido por ella, cómo comunicarse con ellos sin pelearse.
Una de las cosas que ayudó a deshacer este desaguisado fue el reconocimiento de los padres con respecto a intentar hacer de su hija esa HIJA que ellos habían deseado e idealizado. No veían a su primogénita tal cual era, con sus virtudes y defectos, deseos y aptitudes; durante mucho tiempo y a veces aún de vez en cuando, pretendían conseguir ese ideal que habían forjado en sus mentes y desde este lugar, hacían, hacían y hacían.
Ayudó el dejar de hablar generalizando (“esto es lo mejor”) para dar paso a la personalización y reapropiación (“yo haría esto…, a mí me gustaría…, a mí me hace sentir…”). Volver a ponerse cada uno en su lugar, explicando lo que sentía y lo que quería, ayudó nuevamente a que las aguas se calmaran y pudieran, si no entenderse, al menos respetarse y aceptarse.
Por otra parte, y a pesar de la edad que tenía, la muchacha estaba acostumbrada a que sus padres resolvieran cualquier inconveniente por nimio que fuera, eso también le creaba miedo a enfrentarse con el mundo y tener que salir a él.
Se dieron cuenta y aceptaron que pretendían tener una hija con una serie de requisitos (algunos los habían fomentado, otros se dieron cuenta de que más bien los habían obstaculizado) en lugar de ver qué características tenía su hija y cómo podían ayudarla a evolucionar, en lugar de querer convertirla en lo que ellos deseaban.
Con los hijos, a veces es mucho mejor parar y observar, escuchar y dejar que se den alguna bofetada que otra, para luego poder desde la comunicación llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos.
No dejar que los hijos resuelvan sus batallas les convierte en débiles. Si al crecer, de golpe queremos que salgan al mundo, se enfrenten a él y encima lo hagan como nosotros queremos, ya es excesivo.
¿Qué sería capaz de hacer por mis hijos? Lo que necesiten, sea hacer o abstenerme.