Hay una frase que dice: “Ten cuidado con tus deseos, no sea que se cumplan”. Aunque no dudo ni por un instante de su veracidad, añado otra como su álter ego, que sería: “Cuidado, no tengas que arrepentirte por no haber intentado cumplirlos”.
Esta mañana, cómodamente en mi cama, terminé de leer el libro de Oscar Scott Card, “Calle de Magia”. Reconozco que para mi gusto no es de sus mejores obras y, aun así, como casi siempre que cae una novela en mis manos, le encuentro aspectos significativos que me hacen reflexionar o hacen incidencia en los momentos que vivo, a veces personales, a veces profesionales.
La historia en cuestión tiene que ver mucho con esta primera frase a la que hacía referencia: la realización de nuestros sueños o deseos. Cuando en ocasiones conseguimos que se materialicen, puede que no sea exactamente como quisiéramos y, en lugar de producirnos satisfacción, el resultado puede ser de gran desasosiego o angustia. De eso trata la obra, de cómo mágicamente un anhelo, una aspiración o pasión que ansiamos que se cumpla, al llevarse a cabo se convierte en una situación horrible, desmesurada o con una factura que abonar impensable.
El “deseo de independencia”, es uno de esos anhelos universales que tienen muchas de las personas a las que acompaño.
Ser independiente implica tener capacidad para decidir y ser responsable de ello. Para decidir necesito ser libre y esto implica no estar condicionada por mis miedos o fantasías.
Suelo encontrar dos situaciones:
a) La fantasía no incluye el esfuerzo. Habitualmente, cuando alguien en sesión me comunica que quiere ser independiente, libre de hacer o decidir, tan solo ve una cara de la polaridad. Al igual que en la novela, una cosa es el sueño, la fantasía que uno se crea en la mente de cómo será “eso”, y otra muy distinta cómo puede ser en realidad y todo lo que conlleva su paso.
b) Otra situación es la totalmente opuesta: la posible realización de nuestro sueño nos genera una fantasía catastrófica que nos bloquea e incapacita para empezar cualquier acción que nos lleve hacia su consecución. De este aspecto hablaré en el próximo post.
Una hermosa muchacha con la que he empezado a trabajar hace poco, me decía que ya le había llegado el momento de ser una adulta independiente, que no quería ni podía seguir viviendo de trabajos puntuales, de relaciones esporádicas y de sólo pensar en viajar. Que ya era hora de sentar un poco la cabeza, porque tanto movimiento sentía que la superaba y no quería seguir dependiendo de la ayuda de sus padres.
De repente, se le presentó una situación ideal: un trabajo en una compañía aérea, un sueño que no creía posible y de repente ¡zas! cristalizó.
Verse volando por el mundo es algo que le encanta, desde jovencita ha viajado constantemente y por tanto este trabajo le parecía el ideal para ella, pero nunca se imaginó que realmente la diferencia era tan grande. No es para nada lo mismo ser pasajero que azafata: uno descansa, la otra trabaja; uno realiza un viaje de ida o vuelta y, la otra, varias idas y vueltas en un mismo día. Ir vestida con un uniforme, estar bajo las órdenes (despóticas a veces) del o la supervisora de turno, sonreír a pesar de que el pasajero sea borde, cobrar un sueldo mísero y sufrir mareos y algunos inconvenientes físicos no entraban en su pensamiento.
Ser adulto independiente no sólo es tener dinero y capacidad de decidir en qué gastarlo, no sólo incluye tomar decisiones sin dar explicaciones. Ser adulto independiente significa ser responsable y eso tiene un coste.
Recuerdo cuando de niña me enfadaba con mis padres y me salía aquel: ¡qué ganas de ser mayor y hacer mi vida!
Hacer mi vida implica responsabilizarme de mis necesidades (tener casa, conseguir un trabajo que me aporte el dinero que me permita mantenerla, comprar comida…) y cumplir mis deseos o sueños es nada más y nada menos que una parte de hacer mi vida con una pequeña o gran factura que abonar para conseguirlo.
Como siempre, olvidamos que nuestra existencia tiene dos caras, dos aspectos, dos polaridades, y que la felicidad estriba en conseguir aceptarlas. El sueño, el deseo, se convierte en algo realmente hermoso cuando podemos equilibrar el coste con lo conseguido y eso se consigue cuando somos conscientes de que la factura es parte del regalo.