Existe el pensamiento bastante generalizado que concibe la aceptación o el perdón como hechos totalmente filantrópicos que favorecen a quien los recibe más que a quien los otorga. Cada vez que nos resistimos a aceptar o a perdonar, tendríamos que añadir “elijo seguir sufriendo”, pues entender esta actitud conciliadora como un acto que realizamos en beneficio ajeno nos está perjudicando, quizás más, que la ofensa en sí misma
De algún modo, uno cree estarse dañando cuando de perdonar se trata, sentimos como si nos abandonásemos en beneficio del “culpable”. Por tanto, es conveniente destituir dicho juicio.
Solo hace falta fijarse en cómo estos sentimientos nos condicionan la vida: cuando me niego a aceptar lo que es, ya sea una faceta del carácter o una actitud o una acción de alguien porque no estoy de acuerdo o me molesta, me hiere, me duele o incluso considero que es un error grave, lo que estoy consiguiendo es entablar una guerra entre lo que querría y lo que es, o entro lo que quiero y lo que obtengo. La frustración y el dolor suelen cegarnos dando lugar a un cierto deseo de venganza (más o menos intenso, según el carácter, según la circunstancia) que nos empuja a querer castigar al otro no aceptándole tal cual es y no perdonándole por lo que “me” ha hecho.
Solemos ser demasiado egocéntricos para darnos cuenta de que no todo gira a nuestro alrededor, somos como los detractores de Galileo. Arrastramos una ceguera selectiva fruto de la educación y la costumbre. En una sociedad donde los errores son sancionados y el perdón supone, por tanto, una abolición del castigo, la extrapolación de esta creencia (o introyecto) al “daño” emocional es entendible.
En la Terapia Gestalt trabajamos para destruir los introyectos que nos dañan y este sería uno de ellos: el perdón beneficia al otro, ese otro al que visto con los ropajes de la maldad o del egoísmo.
El daño que sentimos, fruto de la interrelación con otros seres humanos, la mayoría de las veces no es un “daño moral”, es decir, no ha sido causado con intención, ni con malicia. Simplemente es un “daño colateral”, como dirían en las películas de acción. Los intereses de un individuo pueden oponerse totalmente a los de su vecino. Por ese motivo, a veces, la satisfacción de los mismos puede perjudicar al no beneficiado, aunque no se buscaba en absoluto ese resultado.
Cuando hablamos de alguien aplicándole el calificativo de “filántropo”, a nivel coloquial solemos entender que se trata de una persona volcada en los demás, cuyo principal objetivo es buscar el bienestar para sus congéneres.
Olvidamos que el amor por el ser humano, empieza por el amor a uno mismo. Si no me quiero a mi misma, si no me cuido y me protejo, es imposible que pueda hacerle esto a otro individuo. No se trata de egoísmo, más bien es sentido común: No podemos dar lo que no poseemos.
Este es uno de los motivos de las riñas, malos entendidos y disputas: olvidamos que el otro también tiene deseos y necesidades que no tienen por qué coincidir con los míos y, su satisfacción puede molestarme o incluso dañarme aunque ese no fuese el propósito. No es malo, simplemente es humano, como yo.
También es cierto, que pueden dañarnos simplemente por qué no les importa hacerlo. Hay personas que en busca de sus intereses son capaces de arrasar con todo aquello que encuentren a su paso.
Entonces ¿hay quien se merece el perdón y hay quién no?
Si pretendemos ser jueces impartiendo moralidad, decidiendo quién merece y quién no nuestra absolución, seguimos apegados a la persona o al suceso. No perdonar, implica seguir atado, impidiendo cerrar la herida, reviviendo el daño cada vez que el recuerdo hace acto de presencia y junto a él, la amargura del rencor nos agría la vida.
Perdonar, para mi entender, es soltar. No se trata de olvidar, ni poner la otra mejilla, se trata de dejar de preocuparme y darle vueltas al tema, de aceptar que esa persona quizás no es como yo había imaginado, admitir que la situación no se ha desenvuelto como deseaba, reconocer que no he conseguido lo que pretendía,…
Quizás el perdón implica un alejamiento, pero no desde el odio o el castigo. La distancia es la reacción que cualquier ser vivo tiene ante situaciones que no le convienen.
Si estar contigo me daña porque no me satisface como nos relacionamos, puedo alejarme enfadada queriendo con ello demostrarte lo malo que eres, no mereciéndote mi compañía por ello. O puedo alejarme respetuosamente, ya que no compartimos el mismo modo de ver o hacer, sin juicio ni agravio. Aunque no siempre es necesario el alejamiento.
Si intento recordar que el otro no es una extensión de mí mismo, que no tiene por qué hacer lo que hace con la intención que yo lo haría, que tiene derecho a sus propios sentimientos y pensamientos por contrarios que sean a los mismos, si respeto las diferencias, puedo llegar a encontrar un lugar común.
Si quiero sufrir puedo seguir intentando cambiar lo imposible: convertir mi entorno en como yo quiero.
Perdónate a ti mismo por pretender que el mundo gire a tu alrededor, así después podrás aceptar que a los demás les pase lo mismo y encontrar un lugar desde donde relacionaros o no…