Una de las asignaturas más difíciles para mí ha consistido en aprender a escuchar mi cuerpo y por ende, entender que me decía.
Llevo dos días en casa reponiéndome de no sé qué exactamente
Descubrir que mi organismo se guía por tres centros: cognitivo o mental, emocional e instintivo; a nivel puramente teórico no represento un gran descubrimiento.
Como hija de la época en que me ha tocado nacer, comprender el significado de los conceptos, las ideas y las estructuras de funcionamiento del mundo no ofrece para mí un excesivo problema; siempre y cuando la comprensión no lleve aparejada la experimentación de esos mismos constructos.
Llevar a la práctica impulsos que no puedo en principio razonar ha sido realmente algo apasionante y a veces muy desestabilizante. Ya que aprender a confiar en algo que no puedo racionalizar, ha requerido mucha fe.
He estado acostumbrada a actuar desde mi cabeza, escuchando sus indicaciones (no siempre acertadas), sin tener en cuenta que la información podía empezar en otro lugar, vamos que no sólo existe teoría y que incluso esta necesita una práctica, porque si no, sólo es eso, humo.
Una de estas ocasiones se dio hace dos días. Empecé a sentirme extraña, súbitamente el cansancio se apodero de mí y me mareaba como si mi tensión arterial se hubiese descompensado abruptamente.
Me cuestione si era cierto (¡que locura!). Me sentía descompuesta y mi única pregunta era: ¿es de verdad?, ¿me lo estaré imaginando?
Me costó varias horas decidir que no hacía falta entender qué era sino reconocer qué algo me estaba pasando y actuar en consecuencia.
No me preocupaba tanto mi estado como lo que suponía permitírmelo: anular todas las sesiones del día y por tanto dejar tirados a mis clientes (juicio).
¿Dónde estaba yo en esa ecuación? ¿Eran más importantes ellos que yo? Y si decidía seguir adelante con las sesiones ¿realmente seria hacer un buen trabajo tal como estaba?
Todas estas cuestiones no aparecieron claramente en mi conciencia. Simplemente sentía que algo no funcionaba y no quería escucharlo, sólo decía, “sigue, sigue, no importa”
Vengo de una época de mucho trabajo, no sólo profesional, sino también resolviendo asuntos familiares. Así pues hace dos días, tenía ante mí una larga jornada laboral y mi cuerpo se rebeló, dijo basta y yo no quería escucharle.
Cuidarme es también una forma de cuidar a la gente que me rodea, ya que me permite estar con ellos de manera más íntima y completa.
Cuando al fin me permití anular todo el trabajo, apareció todo el dolor y el desgaste que no me permitía sentir.
Ando ahora como de resaca, mis músculos están doloridos como si hubiese participado en una dura sesión de gimnasio, sigo aun mareada y desestabilizada, con ganas de relax y de comida suave. Creí estar con fiebre, cuando realmente lo que tenía era una leve hipotermia. No estoy resfriada, ni tengo gripe, ni infección ninguna, simplemente ando limpiando lo que rígidamente agarre durante todo este tiempo.
Cuidarme amorosamente es tan importante como acompañar a mis clientes, resolver gestiones familiares o terminar proyectos.
Mi cuerpo me hablaba y no quería escucharlo, cuando esto sucede, al final, abrupta y radicalmente me para.
Sigo aprendiendo a escucharle, aunque a veces tenga que gritarme para que le haga caso.