“Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él estaban latentes”.
O, dicho de otro modo, “el arte de ayudar a dar a luz conocimientos que uno posee pero de los que no era consciente”.
Aunque muchos de los terapeutas no nos consideramos en absoluto maestros, sí es cierto que la base de nuestro quehacer es conseguir que los clientes que vienen a nosotros en busca de ayuda y acompañamiento logren conseguir extraer de sí mismos las herramientas ocultas que les harán desenvolverse por el mundo de forma más beneficiosa.
El ser humano, como cualquier espécimen de este planeta, lleva impreso en su código genético todo lo necesario para desarrollarse y evolucionar de manera satisfactoria (equilibrio homeostático) y, por este motivo, aun a pesar de que nuestra neurosis nos impida a menudo darnos cuenta de ello, no necesitamos más de lo que ya poseemos.
Los maestros de escuela, al igual que los terapeutas, deberían utilizar este método para ayudar y acompañar a sus alumnos en su proceso de aprendizaje, pero, desgraciadamente, durante años el sistema empleado ha sido completamente diferente, ocasionando una grave confusión. Se han llegado a tergiversar algunos conceptos, llegando a confundir palabras como “ayudar” con “debes hacer” y “acompañar” con “empujar”.
Hace poco alguien colgó un comentario en uno de mis artículos en que me preguntaba si yo ayudaba o acompañaba. Pues ambas cosas. En realidad son acciones complementarias y para nada excluyentes.
Ayudar: “Prestar cooperación”. “Auxiliar, socorrer”.
Acompañar: “Estar o ir en compañía de otra u otras persones”. “Participar en los sentimientos de alguien”.
Me gustaría comparar la psicoterapia con un parto. En los albores de la humanidad, los partos solían ser una actividad más, las mujeres parían solas en medio del campo o en cualquier lado en que se encontrasen una vez llegada la hora.
La naturaleza nos ha dotado de una constitución determinada, de unos procesos fisiológicos que se activan sin necesidad de que conscientemente los programemos. A pesar de estar preparadas para llevar a cabo esta hermosa tarea, la civilización del ser humano nos ha aportado además de muchos beneficios más de un perjuicio. Uno de ellos es la pérdida de contacto con nuestra naturaleza más instintiva, esa que nos ayudaba y acompañaba para parir sin grandes dificultades.
Afortunadamente, estamos poco a poco intentando deshacer estos desaguisados: movimiento de maestros mayéuticos, conciencia holística (somos uno con el planeta y con el resto de seres vivos), partos naturales y en casa acompañados por doulas… Estamos volviendo a esa ayuda, a ese acompañamiento respetuoso que se basa en el principio de que la naturaleza es sabia.
Cada individuo sabe lo que quiere y lo que precisa para conseguirlo, aunque a veces para darse cuenta de ello necesite que le ayude y le acompañe otro ser humano.