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Uno encuentra lo que ha perdido dejando de buscar.

 

 Obsesión: Perturbación anímica producida por una idea fija.

                   Idea que con tenaz persistencia asalta la mente.

 

Las obsesiones son esas ideas que se han convertido en unas compañeras inseparables que tan solo sirven para alterar nuestro ánimo, entorpecer nuestra concentración y alterar nuestra percepción.

Desde mi punto de vista, uno de los pilares donde estas ideas repetitivas e improductivas se asientan es en el control (“Comprobación, inspección, fiscalización, intervención” o también “Regulación, manual o automática, sobre un sistema”). Entiendo el control como ese deseo de omnipotencia que tiene el ser humano que le hace creer que es capaz de dominar su entorno.

Aunque es indiscutible que cierto grado de organización es conveniente para llevar una vida estable, también es verdad que si no dejamos espacio para la espontaneidad y el caos, la organización deja de ser un medio, una herramienta que favorece nuestro funcionamiento, para convertirse en control, ese afán por hacer encajar nuestro entorno en un molde ideado por nuestra mente.

Hoy quiero hacer hincapié en esta faceta del control que abraza la obsesión por recordar o encontrar algo. Esta es, para mí, una de sus más banales  demostraciones.

Aparentemente, podríamos tildar esta “obsesión” de tenacidad, tozudez, o persistencia en no abandonar, aunque que sea temporalmente, la consecución de un objetivo. Visto así, no aparenta ser algo terriblemente negativo o nocivo, incluso podríamos interpretarlo como una cualidad, ya que sin perseverancia realmente hay muchas empresas que seríamos incapaces de llevar a término.

El conflicto aparece cuando somos incapaces de relajarnos y tomarnos un respiro. Bajo la falsa creencia de que “parar es abandonar”, de que “el descanso es una pérdida de tiempo” o incluso bajo esa premisa catastrófica de “necesito encontrarlo ahora”, a veces seguimos focalizando nuestra atención sin ningún tipo de variación.

Es decir, si tras un buen rato de buscar, por ejemplo, las llaves, soy incapaz de encontrarlas, seguir invirtiendo más tiempo, volviendo a recorrer la casa, revolviendo rincones y vaciando cajones, deja de tener sentido. Pasado un rato, nos quedamos pegados cual ratones enjaulados en un bucle. Es como si una espesa venda nos envolviera y, a pesar de tener la idea clara de lo que buscamos, nuestra percepción queda alterada y simplemente seguimos revolviendo prácticamente sin ver. 

Buscar un objeto, recordar un hecho o un nombre, en el fondo es como cualquier otra actividad, cada cierto tiempo hay que descansar, cambiar de labor para poderla reanudar posteriormente de forma eficaz. La perseverancia puede dar paso a la obcecación si no somos capaces de introducir pequeñas variables. Es como haber tomado un camino creyendo que era el adecuado y persistir en él a pesar de darnos cuenta de que va hacia el sur, cuando queríamos ir al norte.

Es igual que cuando me ofusco por recordar el nombre de un libro, de una película o de ese amigo de la infancia. Si tras intentarlo soy incapaz, por mucho que me siga diciendo “¡Ay!, ¿Cómo se llamaba?”, no lo conseguiré. En el fondo he trazado una ruta para llegar a ello que no es la adecuada y, a pesar de darme cuenta de lo infructuosa que es, sigo por esa sinapsis nerviosa sin soltarla y, por tanto, impidiendo que se realice correctamente la conexión apropiada.

Retirarse y descansar, nos desconecta. En ocasiones, el recuerdo aparece de repente, el nombre viene a nosotros como una exhalación, sin previo aviso. En otras, es la clara intuición de dónde está el objeto perdido, que a veces simplemente aparece como si tuviera vida propia.

Nuestro afán por “seguir, seguir y seguir” es un engaño más de nuestra mente, que nos hace creer que sin nuestro esfuerzo consciente nada es posible. Sin embargo, somos más parecidos a una máquina recalentada que necesita enfriarse para volver a funcionar correctamente.

Por eso, tengo una vecina que tiene mis llaves de casa. Si las pierdo y no las encuentro, dejo de preocuparme, cojo las que tiene ella y a la vuelta, tengo dos juegos. Y esto no es dejadez, es prevención.

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Apego


Los codependientes somos personas apegadas, es un rasgo de la enfermedad

 Apegarse es involucrarse en exceso, a veces de una manera desesperadamente intrincada.

El apego puede adoptar varias formas:

– Podemos preocuparnos en exceso por una persona o un problema (en cuyo caso el apego es de nuestra energía mental).Apego

– O podemos acostumbrarnos y comenzar a obsesionarnos con la gente y los problemas que existen en nuestro ambiente y tratar de controlarlos (en cuyo caso nuestra energía mental, física y emocional está dirigida al objeto de nuestra obsesión).

– Podemos volvernos reactivos en vez de actuar auténticamente por voluntad propia (el apego es de nuestra energía mental, física y emocional).

– Podemos volvernos dependientes emocionalmente de las personas que nos rodean (entonces sí estamos verdaderamente apegados).

– Podemos volvernos niñeras (rescatadores, ayudadoras) de las personas a nuestro alrededor (apegándonos firmemente a la necesidad que tienen de nosotros).

Preocuparse, obsesionarse y controlar son ilusiones. Sentimos que estamos haciendo algo para solucionar nuestros problemas, pero no es así.

 

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Ser hijo de adictos.

Los hijos de un adicto pueden también convertirse en coadictos (llamamos coadicción a la codependencia, en el caso concreto, de los familiares de adictos a tóxicos).

Cuando el progenitor adicto abandona sus responsabilidades como tal, siendo el otro progenitor quien se hace cargo de las mismas, hace que sus hijos por mimetismo sigan su ejemplo. También suele ocurrir que alguno de los hijos se ve forzado a asumir el papel dejado por su padre o madre coadicta, con lo que en cualquiera de las dos opciones, está responsabilizándose de un rol que no le corresponde.

CoadicciónLa pareja del adicto, sin darse cuenta, compromete a sus hijos en esta lucha: insiste en que sean modelos de buena conducta cuando el progenitor adicto está presente, o  no les permite actuar como niños alegando que pueden molestarle (sobreprotegen al adicto por encima de las necesidades de los menores), o si son un poco mayores les impiden hablar de la enfermedad, o que no intervengan… Esto hace que se responsabilicen de la enfermedad y aumente su sentimiento de culpabilidad. Llegan a creer que la enfermedad se origina por  no seguir ellos las consignas, que suelen ser directrices a veces ambiguas, a veces incongruentes y, que ocasionan en el hijo la sensación de no hacer nunca lo correcto, hagan lo que hagan.

El progenitor coadicto puede establecer alianzas con sus hijos, haciéndoles participes de confidencias, creando vínculos de complicidad y llenándoles de preocupaciones y responsabilidades que no les corresponden; ya que hacen ocupar al hijo o hijos un lugar jerárquico inadecuado dentro del sistema familiar. Las confidencias son propias entre esposos, teniendo estos una relación horizontal, mientras que en una relación sana con los hijos se establece una relación vertical que no incluye confidencias en esta dirección (de arriba abajo). Si se establecen, es de los hijos hacia los padres (de abajo a arriba) no a la inversa.

Este tipo de acciones, más los posibles malos tratos de los que pueden llegar a ser víctimas, crea en los hijos lo que se ha dado en llamar la indefensión aprendida (ver artículo). La autocompasión del progenitor coadicto se transmite creando en los hijos sentimientos de minusvalía, privándoles con ello, de la adquisición de coraje y valentía para enfrentarse a la realidad.

Es necesario que los hijos puedan reconocer, aceptar, y expresar sus sentimientos negativos. Cuando esto es posible y se busca una vía de desahogo que no haga daño a nadie (grupo de apoyo y terapia), las personas se sienten mucho más capacitadas para gestionar sus problemas. Aceptar actitudes sumisas por su parte, no validar su enfado y no dejarles mostrarlo, va en contra de su amor propio y daña su sentimiento de valía.

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La coadicción

La coadicción (o también llamada codependencia) es una enfermedad tan cruel como la del mismo adicto, y aunque no conozco ningún estamento oficial que ofrezca asistencia a los afectados mediante un protocolo claro y preciso, empieza a ser reconocida como tal y se la cataloga como disfunción.

EsposasEn realidad, la codependencia no es exclusiva de personas relacionadas con enfermos toxicómanos, puede “contraerla” toda aquella persona que esté en contacto por su trabajo o por la convivencia: con personas perturbadas, con problemas de conducta o trastornos compulsivos destructivos.

Hablaré aquí refiriéndome a los codependientes como coadictos, es decir los adictos a los adictos.

Es una enfermedad de la persona más allegada al adicto, que ocasiona una relación enfermiza entre ambos, ayudando con ella a convertir al adicto en un inválido psicológicamente. Es decir: minusvaliza su personalidad, fomentando su inmadurez, su incapacidad por valerse por sí mismo, para tomar según que decisiones y ejercer responsabilidades. El adicto, gracias a esta conducta sobreprotectora, se convierte en un parásito.

A veces, para conseguir la recuperación del adicto, primero hay que conseguir que sus allegados acepten la existencia de la enfermedad, ya que el codependiente se vuelve tolerante a la conducta cada vez más destructiva y anormal del adicto.

Estas conductas permisivas son las que impiden que el adicto asuma la responsabilidad de sus acciones, obstaculizando la recuperación.

La coadicción genera: obsesión, conductas inapropiadas de rescate, de compulsión y control, falta de límites: deseos de hacer cambiar a la persona adicta dejando de vivir la propia vida para vivir la del adicto, falta de autoestima, sensación de impotencia y fracaso…

En su obsesión constante hacia la conducta del adicto, se pierden los límites del propio yo, confundiéndolos con los del otro; y se siente, se piensa y se actúa en función del adicto, olvidándose de las propias necesidades y deseos.

Se entra en un estado de compulsión pretendiendo salvarlo, llegando a conductas inapropiadas de rescate que pueden ser, por ejemplo: acompañar o seguir al adicto en sus correrías con la intención de protegerlo para que no le pase nada, o llamar a todos los hospitales y centros de salud buscándolo, prestarle dinero, sacarlo de la cárcel, ceder a sus amenazas, madres que compran droga para el hijo,… Existen casos, que se han dado en llamar en algunos ámbitos “toxicómanos consortes”, que son aquellas parejas de adictos, que sin ser ellos propiamente enfermos, toman las mismas sustancias, simplemente por el hecho de acompañarles. Estas personas padecen una pérdida total de identidad.

También es importante señalar la función controladora común a todo coadicto, ya que toma bajo su cargo las responsabilidades tanto familiares como profesionales del adicto. Todo ello, por un convencimiento de que es lo adecuado, debido a su complejo de salvadores.

El adicto toma sustancias y el coadicto vive enganchado a la ilusión de que su comportamiento y cuidados salvaran al adicto de su enfermedad. A la persona coadicta le cuesta mucho aceptar que la recuperación está en manos del propio adicto, y no en las de ella, ya que al no existir limites internos claros, permite que la conducta de la otra persona la afecte.

Las personas coadictas forman el grupo más íntimo del enfermo. Suelen ser los padres y la pareja, aunque los hijos u otros familiares que convivan con él también pueden serlo, según la edad y las circunstancias que les envuelvan.

Son los adictos al adicto, que a pesar de haber perdido la confianza e incluso a veces temerle, siguen a su lado, incapaces de abandonarlo a su suerte.

Por un lado, no  pueden alejarse de él porque se sienten culpables de dejarles en ese estado. Por el otro, su sentimiento de autoconmiseración (vanagloriarse y enorgullecerse de su posición de víctima inocente  y sufrida) también se lo impide; ya que al carecer de autoestima y de intereses propios, solo este sentimiento les hace creer importantes.

A veces es la muerte del adicto la que rompe el lazo; ya que tanto algunos padres, parejas e incluso hijos son incapaces de abandonarlo a pesar de sus  negativas hacia un tratamiento de rehabilitación o las múltiples recaídas.

Para que la recuperación sea exitosa, es tan importante la recuperación del adicto como de todo su entorno. Si una de ambas partes sigue enferma, la recaída es más probable.

Sólo con terapia es posible superar la codependencia. La alteración emocional creada no se soluciona porque el adicto se recupere; las deficiencias, tanto psíquicas como emocionales, deberán ser tratadas para poder ser recuperadas y así desarrollarse como una persona equilibrada que puede hacer frente a las vicisitudes de la vida.

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