Frustración: estado del que queda privado de una satisfacción que cree que le corresponde y se siente defraudado en sus esperanzas.
Es una respuesta emocional a situaciones que se resuelven de manera opuesta a nuestros deseos o expectativas y que muchos individuos tienen problemas en gestionar adecuadamente.
Leía hace poco un artículo, intrínsecamente relacionado con este tema (http://smoda.elpais.com/articulos/las-ventajas-de-ver-el-vaso-medio-vacio/1855); en él se hacía referencia a la tendencia actual de buscar o convencerse de lo positivo de todas las situaciones.
No niego en absoluto que es bueno canalizar la energía en pensamientos positivos, pero también reconozco que a veces este positivismo exagerado puede esconder una ausencia de aceptación de la realidad.
Vivimos en la sociedad de la inmediatez: queremos esto y lo queremos ahora. Da igual en el ámbito en que nos encontremos, la paciencia, el encaminarse progresivamente hacia una meta, no es algo que nos estimule, no vemos los obstáculos como posibilidades, sino como grandes escollos, sobrellevamos la situación cuando no nos queda otra opción pero, si podemos hacer cualquier triquiñuela para hacer de la espera el menor tiempo posible, no lo dudamos.
Ante los contratiempos nos sentimos invadir por la frustración, inconscientemente tenemos la convicción de que “el mundo” debe satisfacer nuestros deseos y, en lugar de aceptar de manera tranquila que no siempre ha de ser así, nos dejamos embargar por esta emoción de manera “desesperante”. Muchas personas viven la frustración como una emoción negativa y horrible, hundiéndose en ella más profundamente cuanto más quieren desterrarla de sus vidas.
Como todos los sentimientos y emociones, es pasajera, sin embargo, nos negamos a aceptar esta verdad. La frustración nos enfrenta al hecho de que no podemos controlar nuestra vida y eso nos resulta difícil de sostener. Nos han educado de tal modo que arrastramos la falsa creencia de que podemos dominar con nuestra voluntad o nuestro deseo lo que nos rodea.
Aquí es donde aparece, para mí, la relación con el artículo que os comentaba. Si creo que pensando en positivo todo saldrá como yo quiero, estoy negando una realidad básica e innegable: la vida escapa a mi control y no todo sucede según mis deseos.
En el único aspecto que realmente podemos influir es en cómo vivir las situaciones: si acepto que mi capacidad de influencia es relativa podré esforzarme en conseguir mis propósitos al tiempo que, si no finalizan como hubiese deseado, aprenderé de lo sucedido y seguiré adelante sin muchos aspavientos. Si, además, reconozco la temporalidad de todas las situaciones, la circularidad de los procesos (“tras la calma siempre viene la tempestad” y al revés) y que las polaridades existen (“no hay bueno sin malo, ni luz sin oscuridad”) entenderé que no conseguir mis pretensiones no es nada más ni nada menos que una consecuencia lógica más del proceso vital.
Nuestro umbral de tolerancia a la frustración es bastante bajo y la educación, desgraciadamente, ha contribuido mucho a ello: dar a nuestros hijos todo lo que deseen inmediatamente no los prepara para llevar una vida sana.
Si te das cuenta de que la frustración es una emoción que se instaura en ti de manera feroz ante cualquier contratiempo, sería conveniente solicitar ayuda terapéutica, pues cuanto más te resistas a ella, más te abrazará la desesperanza.