Aceptar es uno de los aspectos emocionales más difíciles con los que nos encontramos los seres humanos. Solemos confundirlo con la resignación y, a pesar de que la acción en ambos casos es la misma, el sentimiento desde el que parten es abismalmente opuesto.
Trabajaba estos días con una mujer adulta que se debatía inquieta entre dos emociones contradictorias. Tras muchos años de distanciamiento había retomado el contacto con su madre. Ambas mujeres son rencorosas, demandantes y de caracteres fuertes.
Por una parte, se sentía emocionada por tener la posibilidad de sanar esta antigua herida, por la perspectiva de cerrar por fin esta gestalt que lleva arrastrando desde hace más de veinte años y que ha influido notablemente en todas las relaciones importantes de su vida.
Por otro lado, se sentía defraudada y engañada, nuevamente, a causa de que la suavidad de su madre, hecho que ha posibilitado el acercamiento, se debiese (desde su interpretación) exclusivamente a la ancianidad de la mujer, la soledad y el abandono en el que se siente y que parece haberla hecho más receptiva. Habiéndole fallado todo su entorno, volver la mirada hacia la hija prodiga parece su única esperanza.
Ante esta situación, la pregunta que le hago es: ¿qué es más importante: lo que la ha traído hasta aquí o lo que vas a ser capaz de hacer a partir de este momento?
Creo que esta es la clave de todo. Si obviamos esta simple pregunta, si la apartamos de nuestro lado como quien aleja una mosca, si la saltamos como un atleta sortea las vallas durante la carrera de obstáculos, podemos caer irremediablemente en una espiral de pensamientos desestabilizantes y emociones confusas a la par que contradictorias.
Hacer hincapié sobre lo que mueve al otro a realizar tal o cual acción no debería ser nuestra prioridad. Lo que debe importarnos es “qué quiero”, “qué voy hacer para conseguirlo” y “qué no estoy dispuesto a sacrificar para ello”.
En este caso concreto es lo que decidimos trabajar. El lugar donde se encuentre la anciana madre es algo que no está a nuestro alcance modificar. El sentimiento, el deseo, la motivación que tenga “ella” para permitir, para favorecer este nuevo contacto le pertenece exclusivamente, es intransferible, personal y único.
Bastante tenemos cada uno de nosotros con intentar gestionarnos lo mejor posible como para pretender gestionar al “otro”.
Y, a pesar de esta verdad irrefutable, existe otro postulado igual de evidente: según yo actúe, según me comporte, el otro irremediablemente habrá de movilizarse.
A pesar de que mi campo de acción nunca han sido las ciencias, me voy a permitir una alegoría matemática:
A= yo B= el otro
A≥B= A≠B
En esta operación, A intenta influir directamente en B; pretende que B sea, se acomode, reaccione como le interesa a A y el resultado evidentemente es un fracaso, una partición, una desunión.
AB
(A≥A)+B=
A≠B
En este caso, A se preocupa de atenderse a sí mismo interaccionando posteriormente con B; desde esta propuesta existe la posibilidad de diversas soluciones: acercamiento o rechazo. Se abren opciones, mientras que en el primer caso no hay más que un solo resultado.
Ambas operaciones pretenden, teóricamente, conseguir el mismo producto: acercamiento, entendimiento, unión. Sin embargo, dependiendo de sobre quién se realice la primera operación, la fórmula está abocada al fracaso.
En el caso real, decidimos centrarnos en los deseos y sentimientos que movían a mi clienta a querer este acercamiento y descubrir los límites que no estaba dispuesta a superar.
Las personas sólo decidimos cambiar nuestras actitudes cuando apreciamos que las antiguas no nos resultan beneficiosas, es un aspecto totalmente individual.
Decir: “Cambiaré porque te quiero” es una falacia, una gran mentira y no porque no exista una verdadera intención en ello, simplemente porque no es posible. El cambio es en esencia egoísta, si no me afecta a mí directamente el perjuicio, me resulta imposible poner los medios para modificarlo.
Y si tomamos este mismo caso como ejemplo y aceptamos la interpretación de mi clienta como válida, el cambio en la actitud de la madre únicamente ha acontecido cuando esta ha sentido realmente que necesitaba modificarla, ya que la antigua no iba a proporcionarle lo que ahora anhela.
¿Por qué debería ser censurable en una persona y no en otra el momento y motivo del cambio?
Mi clienta lleva veinte años resignándose a una situación desagradable, emocionalmente insatisfactoria, luchando contra sus propios molinos creyendo que combatía contra los de su madre. Ahora le toca reconocer y aceptar lo que hay, para decidir qué quiere hacer con ello: acercarse o alejarse según su deseo, ofreciendo lo que posee, dándose cuenta de lo que va a recibir a cambio y, desde ahí, le tocará a su anciana madre aproximarse o retroceder.
Fotografía cedida por mi amiga Anna Arroyo. Gràcies.