Tag Archives: salud emocional

Sobre la depresión

 
 
¿Qué es la depresión?
Empezaré por la entrada de la Real Academia Española que la define desde la vertiente psicológica:anke Merzbach la magia que me atrapa
“Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”.
Sin embargo, para mí, son mucho más esclarecedoras el resto de entradas:
“En un terreno u otra superficie, concavidad de alguna extensión”.
Período de baja actividad económica general, caracterizado por desempleo masivo, deflación, decreciente uso de recursos y bajo nivel de inversiones”.
Incluso la entrada que hace referencia a la meteorología resulta mucho más clara: Zona de baja presión atmosférica”
O la relacionada con la depresión barométrica: Descenso de la columna indicadora de la presión del aire en el barómetro”.
En definitiva, cualquier tipo de depresión es un descenso, un declive del estado considerado normal a otro más bajo. Creo importante resaltar lo del estado  considerado normal, ya que, ante ciertas circunstancias o situaciones, el estado normal o legítimo consistiría precisamente en estar deprimido, bajoneado, abatido, triste, hundido, decaído, desmoronado, desanimado…
Cuando se habla de depresión podemos encontrar un amplio listado: depresión grave o severa, distimia, trastorno posparto…
Aunque la clasificación más simple suele ser la más convincente:
Depresión endógena: “Que se origina o nace en el interior, como la célula que se forma dentro de otra” o “Que se origina en virtud de causas internas”.
Depresión exógena: “De origen externo”.
Todos hemos sufrido de estadios depresivos, son esos momentos en que parece que todo se desmorona a nuestro alrededor, el equilibrio se pierde dando a  la tristeza y la desidia el control; son estadios pasajeros, periodos cortos que pueden oscilar desde un día a varios. 
En mi caso, suelo tener periodos de 2 o 3 días que coinciden con el clima; los días grises y lluviosos me sirven de detonante para “descender” sutilmente a mis abismos.
Cuando estas situaciones suceden durante tiempo prolongado o se cronifican y además nos impiden realizar nuestras actividades cotidianas es cuando pasarían a ser una depresión.
Tal como he indicado, existirían estos dos tipos de depresiones básicas: por un lado las que se originarían como reacción a alguna situación externa (exógenas) y, por otro, las que simplemente aparecen sin ningún motivo aparente (endógenas).
El tratamiento de ambas no difiere; en ambos casos puede ser necesaria en un momento dado la ayuda farmacológica y en ambos casos es imprescindible un acompañamiento terapéutico. En casos tan severos como el trastorno bipolar es imprescindible una estrecha relación entre los diferentes especialistas: psiquiatras, psicólogos o psicoterapeutas. 
Cuando un familiar tiene una depresión, da igual el tipo, es imprescindible dejarle vivir el momento sin intentar presionarle para salir de él. Al deprimido ya le resulta bastante difícil sostener su estado como para tener que forzarse a realizar acciones para las que no se siente capaz. La tarea de cualquier familiar ha de ser la de acompañar, compartir espacios, escuchar, dar apoyo, cariño e invitarle a la búsqueda de ayuda profesional.
He oído demasiadas veces la frase: “Hazlo por tus hijos”.
Pedirle a alguien que se siente hundido e incapaz de hacer las cosas más sencillas que se esfuerce por otros, es añadir a su malestar una doble ración de culpa y dolor.
Hay situaciones vitales en que la depresión es la reacción legítima, es el duelo ante la muerte de un familiar, ante la ruptura de una relación, ante la pérdida de un hijo ya sea por fallecimiento o por distanciamiento…
Hay otras depresiones que son una herencia o un patrón de comportamiento aprendido que hace que nos focalicemos en ciertos aspectos y no sepamos gestionar nuestra vida con otro enfoque, con otras herramientas.
Como todo en nuestra vida, hay que aceptar la situación y las circunstancias en las que vivimos para poder poco a poco aprender a gestionarlas de un modo más satisfactorio.
Hay escritores que han utilizado su depresión como potenciador de su creatividad. Algunos son casos extremos con finales terribles, no es necesario llegar a tanto, pero tampoco querer salir corriendo de ese estado (quizás este artículo sobre Bukowski os interese).
Para salir de una depresión el primer paso es dejarse estar en ella.
 

Me he brotado

 

 

flor annaTenía una clienta que sufría constantemente de ataques muy virulentos de herpes y, en cada ocasión, se presentaba ante mí con la frase: “Me he brotado de nuevo”.

Aunque parezca extraño, considero que esta es la mejor manera de expresar la situación. Tal como he indicado en otras ocasiones (ver “Enfermedades, físicas, psíquicas o psicosomáticas”, “El cuerpo grita lo que la boca calla”, “Enfermedades alertas del cuerpo”, “El cuerpo el eterno olvidado”), no creo en la distinción que se hace de las enfermedades, la clasificación en físicas y psíquicas la considero totalmente inadecuada. Decir “me brotó el herpes” es como decir “tengo cabeza”, como si existiese la posibilidad humana de subsistencia sin la misma. Mi organismo consta de cabeza, corazón, estómago… Bien es cierto que puedo tener uno o dos pies, incluso un solo riñón o sufrir la extirpación del útero u otros órganos, pero sin algunos de ellos dejo totalmente de existir.

Opino que decir “me brotó el herpes” es como quien habla de los geranios de su balcón o de los rosales de su jardín. Si bien es cierto que puedo cuidarlos, abonarlos y favorecer su desarrollo, son algo ajeno a mí, mientras que cualquier dolencia es, temporal o permanentemente, algo mío, que emana y se desarrolla desde mí, como mis uñas o mi pelo. Por tanto, considero apropiada la personalización, ya que no todo el mundo que entra en contacto con una enfermedad la desarrolla, por lo tanto, hay algo en mí que favorece su arraigamiento, que la hace parte de mi organismo.

La apropiación, la responsabilidad de asumir que soy yo la que me he brotado, me da fuerza para afrontar la recuperación, me da poder en la resolución del conflicto; me ofrece una capacidad de determinación que me quita el “me brotó herpes de nuevo”, donde le estaría dando al virus la total capacidad de hacer y deshacer en mi persona.

El herpes es una enfermedad infecciosa inflamatoria de tipo vírico, que se caracteriza por la aparición de lesiones cutáneas formadas por pequeñas vesículas agrupadas en racimo y rodeadas de un halo rojo. Hay varios tipos de herpes: labial, genital y el herpes zóster, que lo causa el mismo virus de la varicela y puede contagiarse del mismo modo. En definitiva, es una dolencia de la piel en la que el virus permanece en el organismo durante el resto de la vida del individuo y, según los médicos alopáticos, no se sabe con certeza que ocasiona las sucesivas recidivas.

¿Qué hace que en concreto yo decida añadir a mi “bagaje” este virus?, ¿cómo favorezco su florecimiento? y, sobre todo, ¿qué está intentando decir mi organismo al hacerlo?

La piel tiene dos funciones, por un lado es una frontera que separa nuestros órganos internos del mundo exterior pero, al tiempo, con ella entramos en contacto con todo lo que externamente nos rodea, sean seres vivos u objetos.

La piel no sólo muestra al exterior nuestro estado orgánico interno sino que en ella y por ella se muestran también todos nuestros procesos y reacciones psíquicos (una persona se pone roja de vergüenza y blanca de susto, por ejemplo).

En las erupciones, algo atraviesa la piel, queriendo salir de nuestro interior hacia el mundo, algo que queremos expulsar, hacer o decir y, sin embargo, no nos atrevemos. En definitiva, algo que esta reprimido desea salir a la luz. La función de la piel es transpirar y desintoxicar las cosas interiores que salen. Cuanto más relajado estás, menos problemas tienes en la piel.

Según Eric Rolf, en su libro La medicina del alma, el herpes:

Simboliza sentir desgarraduras internas y falta de paz interior. No estar en conexión con tus sentimientos, emociones y deseos íntimos. También relacionado con tu visión de las cosas materiales y del mundo material en general, sintiendo su desconexión con tus ideas y creencias. Fantasías negativas sobre el mundo

Y Christian Flèche, en El cuerpo como herramienta de curación nos dice:

“La piel: está formada por tres capas. La epidermis, la capa más superficial, afectada por los conflictos de separación (eczema, soriasis). La dermis, que contiene la melanina; conflictos de deshonra, de ataques a la integridad. La hipodermis: desvalorización estética (acné, lipomas)”.

En definitiva, lo que estamos reprimiendo a nivel consciente lo somatizamos a causa de la necesidad de que emerja al exterior.

Como decía el doctor Bach: La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el alma yEl cuerpo grita lo que la boca calla”.

Fotografía cedida por mi amiga Anna Arroyo. Gràcies.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.

Síntomas

 

manosPara iniciar un proceso terapéutico suele ser necesaria la aparición de un malestar generalizado o un síntoma concreto y, aunque pueden parecer situaciones totalmente diferentes o dispares, la manera en que las trabajo es básicamente similar.

Las personas que acuden a mí con un malestar generalizado suelen estar más receptivas a mi enfoque terapéutico. Al no ser consciente de un aspecto concreto que les produzca esa sensación de insatisfacción, están más predispuestos a entender la necesidad de un proceso que, en primer lugar, les ayude a conocerse más profundamente y, más tarde, a aprender a irse gestionando de forma más saludable.

En el caso de las personas aquejadas por un síntoma concreto, su demanda inicial es conseguir que desaparezca. Cuando les explico que, desde la línea de trabajo que sigo, el síntoma tan solo sería la punta visible del iceberg y que, por tanto, es necesario trabajar en profundidad y de manera más extensa a su alrededor, a veces se sienten un poco preocupados, ya que realmente lo que buscan es una solución rápida y eficaz. 

Este es uno de los aspectos en los que me gusta incidir en la entrevista inicial: la terapia es un proceso y, por tanto, eliminar el síntoma no es el objetivo único o principal, sino trabajar desde él: explorándolo y averiguando todo lo que abarca, cómo se sustenta y de dónde procede, para conseguir así que no se “regenere” o se manifieste de otro modo la mala gestión que nos ha llevado a él.

Otro punto en el que también suelo hacer hincapié, es en la necesidad de descubrir cómo la mala gestión que ha originado el síntoma incide en muchos más aspectos de la vida de mi cliente de los que en apariencia él cree.

También es cierto que hay síntomas, dígase la vergüenza por ejemplo, cuya presencia, casi omnipotente, se hace palpable en la vida de la persona, mientras  que, por ejemplo los celos, a veces cuesta más darse cuenta cómo se cuelan en casi todas las situaciones, no sólo en nuestras relaciones de pareja.

Y no sólo eso, sino también cómo de alguna forma el síntoma no es algo que aparece de forma espontánea en nuestra vida, sino que su llegada se viene gestando desde muy atrás en el tiempo, incluso puede ser un patrón aprendido de nuestros familiares más allegados.

Todas las terapias buscan lo mismo: ayudar a desenvolvernos de manera más saludable y satisfactoria. Y todas ellas llegan a conseguir su objetivo si tanto terapeuta como cliente creen en aquello que están haciendo.

Recuerdo a una muchacha con la cual mantenía una primera entrevista, (informativa, gratuita y sin compromiso) que, en un momento dado de la sesión, se quedó fijamente mirándome y me preguntó:

“¿Pero esto sirve?”

-A mí me ha servido – Le respondí.

Cada uno de nosotros buscamos los zapatos que mejor se adapten a nuestro modo de andar: a mí me resulta imposible calzarme zapatos de tacón alto, alguna vez lo he intentado, pero subirme a esas alturas me causa vértigo y tengo la sensación de que caeré de semejante andamio y me romperé la crisma.

Lo mismo sucede con la terapia. Hay personas que sólo pretenden deshacerse de un síntoma, no les preocupa (al menos en ese momento de su vida) ninguna otra cosa. No desean indagar en su mundo interior, ni crecer, ni profundizar.

A estas personas les sugiero que busquen una corriente psicoterapéutica más acorde con su talante. Sin embargo, a aquellas a quienes mi argumentación les resuena o atrae, las invito a que me dejen caminar a su lado, acompañándolas temporalmente, compartiendo y apoyando su evolución.

Desde mi visión, el síntoma es una alerta sobre la que hay que recapacitar, es una señal inequívoca de que algo no anda bien y de que, quizás, llegó la hora de ponerse manos a la obra para afrontar y solucionar todas aquellas gestalts que tengo abiertas en mi vida.

Fotografía cedida por mi amiga Anna Arroyo. Gracias.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.

Historia saturada del problema.

 

 

Siguiendo el hilo del artículo en que hablaba sobre la Narrativa, la Historia saturada del problema sería, a raíz de la obsesión que un conflicto nos crea, cómo nos resulta casi imposible prestar atención a cualquier otra circunstancia de nuestra vida que no sea el “conflicto” en sí mismo.

paisageEs tal la obsesión que somos incapaces de ver más allá del problema y todo lo que él nos comporta. Sería un claro ejemplo de como “nuestra narrativa” nos impide salirnos o apreciar el resto de aspectos que inundan nuestra cotidianeidad.

De algún modo, nuestra atención y memoria se vuelven extremadamente selectivas y sólo somos capaces de atender a la información que se ajusta a la historia dominante y, por tanto, a recoger únicamente aquello que la confirma, obviando, sin ser conscientes, esas circunstancias, situaciones o aspectos que no la fundamenten.

Una historia que nos describa negativamente tiende a configurar de forma desfavorable los pensamientos y la conducta. Cuanto más atendemos a los defectos y a la disfunción, estos adquieren más fuerza y más intratable se vuelve la parte “negativa”.

Los juicios, las sentencias, los veredictos, actúan como cadenas que no permiten ninguna otra visión y, de este modo, el cambio puede parecer imposible, pese a los enormes esfuerzos de la persona por modificar su conducta.

Para clarificar lo anterior, os explico un experimento que se realizó en la década de 1960 con perros:

Se ponía a los perros en unas jaulas cuyo suelo era de malla metálica. Cada jaula estaba dividida en dos compartimentos, separados por una barrera que tenía un agujero por el que podía pasar el perro. El experimento consistía en aplicar una ligera descarga eléctrica en uno de los lados de la jaula. Cuando esto ocurría, los perros se iban rápidamente al otro lado de la jaula, donde no se había aplicado ninguna descarga. En un momento dado, los investigadores aplicaban descargas eléctricas en ambos lados. Los perros iban y venían de un lado a otro de las jaulas, intentando escapar. Pasado un tiempo, al darse cuenta de que no había escapatoria posible, se tumbaban y dejaban de intentarlo. En ese momento, los investigadores dejaban de aplicar descargas en uno de los lados, esperando a ver cuándo los perros se daban cuenta. La mayoría de los perros no lo hicieron nunca: habían aprendido que era imposible escapar de las descargas, así que ¿para qué intentarlo?

Algunos perros insistieron, a pesar de la evidencia en contra, y descubrieron que las descargas habían desaparecido y, por tanto, se pudieron refugiar en ese lado y escapar de ellas.

Hay personas cuyas organizaciones mentales se basan en historias de imposibilidad y, por tanto, creen que no tienen ningún poder para cambiar las cosas, que sus problemas son persistentes, duraderos, invasivos e inevitables. Al dejar de intentar superar sus conflictos, estas ideas de imposibilidad se convierten en profecías autorrealizadas.

La terapia puede ayudar a demostrar lo erróneo de dichas ideas.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

La ley del mínimo esfuerzo.

(Resistencias en la terapia)

 

Tal como indica el título, el ser humano se rige por “la ley del mínimo esfuerzo”, el hecho de automatizar muchas de nuestras acciones conscientes, como caminar o conducir, es un claro ejemplo. Si cada vez que tenemos que realizar cualquiera de ellas tuviésemos que poner el mismo empeño que las primeras veces, estaríamos empleando una gran cantidad de energía y tiempo. Sin embargo, una vez aprendidas, es como si funcionásemos en standby, al no tener que estar tan concentrados podemos diversificarnos y emplear el mayor caudal energético en otra actividad.

ResistenciasNuestro organismo utiliza este sistema de funcionamiento para todo; hay una parte de nosotros que no necesita de nuestra conciencia para ejecutar acciones: el corazón bombea, el estomago segrega sus jugos, los riñones filtran… También algunas de nuestras funciones psicológicas se ven afectadas por esta ley.

Por esta razón, cuando una persona decide hacer terapia, ya sea para solucionar un conflicto concreto o para su crecimiento personal, es fácil que se desencadenen pequeñas o grandes crisis en las que se cuestione hasta qué punto es válida la terapia y si está mejorando realmente, reacciones estas que suelen ser resistencias a cambiar.

Cambiar nuestro modo de responder ante un conflicto es sumamente difícil porque estamos, en primer lugar, interpretando las situaciones con un determinado prisma, a través del cual extraemos determinadas conclusiones y, posteriormente, actuamos específicamente. Es un proceso complejo y automático.

Complejo porque darnos cuenta de lo que sucede sólo es uno de los pasos, cierto es que fundamental, porque sin conciencia es imposible alterarlo, pero sólo con ella tampoco se puede conseguir.

Su complejidad también abarca el hecho de que situaciones similares desencadenan pensamientos y emociones concretas pero, a veces, situaciones aparentemente muy diferentes nos arrastran al mismo desenlace, lo cual puede dificultar la toma de conciencia.

Nuestro organismo para simplificar, a base de repetir pensamientos y emociones, por un lado, y respuestas a los mismos, por el otro, opta por convertir estas respuestas en reacciones automáticas, liberándonos del gasto energético que supone la atención consciente para poder, así, derivarla hacia cualquier otra actividad.

Por lo tanto, cuando el trabajo terapéutico empieza a movilizar nuestros esquemas, nuestro organismo a veces se resiste. Darse cuenta comportará variar el prisma, eso, a su vez, nos transformará pensamientos y emociones y, finalmente, el cambio repercutirá en nuestras acciones. Este es, por lo tanto, un nuevo proceso, lento y más o menos dificultoso, que requerirá de la energía que hasta ahora empleábamos en otros quehaceres y puesto que el hábito está tan instaurado, se resiste a su transformación.

Suele ser una rebelión inconsciente, aunque a veces no tanto, en ocasiones, la persona se da cuenta del esfuerzo que le supone y puede creerse no preparado para sostenerlo, ya que no sólo ocasionará cambios en sí mismo sino también en sus relaciones. En otras, simplemente es una negación a seguir en terapia, un “no sé, pero basta”.

Continuar o no es decisión del cliente, pero si se confía en el terapeuta y se sigue adelante, este obstáculo, que parece una gran montaña, se convertirá en un simple escalón y despacito se irá subiendo la escalera hacia el bienestar.

Cambiar no es fácil pero aprender a andar tampoco y todos acabamos consiguiéndolo, aunque a veces sigamos tropezando y cayendo.

 

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto, puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

Las emociones inútiles.


Existen dos emociones inútiles en nuestras vidas: la culpabilidad y la preocupación; aunque parezcan distantes, si te fijas atentamente, están interconectadas. Te diría más: son los extremos opuestos (polaridades) de una misma situación.

PreocupaciónLa culpabilidad se da cuando despilfarramos los momentos presentes al estar enganchados a una situación pasada, mientras que, la preocupación sería olvidar el presente por una intranquilidad hacia lo que sucederá en un futuro, sería como sentirte culpable por algo que aún no ha sucedido.

Ambas situaciones tienen en común la desconexión con el presente, con lo que realmente está sucediendo aquí y ahora; ambas, también, son situaciones sobre las que no tienes ningún control. Por muy mal que te sientas, no podrás alterar lo que sucedió y, por mucho que te intranquilice, la situación futura será como debe ser, no cambiará a causa de tu inquietud.

La culpabilidad y la preocupación son, quizás, las dos formas más comunes de angustia de nuestra cultura. ¿Qué podemos hacer para evitarlas?

Respira: No esas pequeñas inspiraciones que sueles hacer para sobrevivir. Expulsa todo el aire de tus pulmones y empieza un ciclo de respiraciones conscientes. Haz respiraciones abdominales, es decir, llena en primer lugar tu barriga y luego el pecho; para expulsarlo, sigue el camino inverso. Si persistes un poco, te calmaras.

Relativiza: Nada de lo que hayas podido hacer o puedas llegar a hacer es tan horrible. Todos cometemos errores, revísalos, aprende de ellos y sigue adelante. De los errores se aprende, de los aciertos nunca.

Suelta: Para soltar una situación es necesario prestar atención a lo que realmente sucede en ese momento inmediato. Fíjate en todo lo que te rodea, como objetos o personas; céntrate en ellos, obsérvalos realmente. Si se trata de una entrevista, de un examen o de cualquier cosa en la que hayas de intervenir, prepárala lo mejor que puedas y luego olvídate; sigue con tu día a día. Al principio te costará un poco pero, como todo en esta vida, la fluidez se adquiere con la práctica.

Prémiate: No te castigues. Siempre hay algo por lo que sentirse satisfecho. Diviértete, te lo mereces.

Ya conoces lo que es estar mal.  Intenta cambiar. ¿Qué puedes perder?

 

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.