Hiperia

 

 No hace mucho encontré un par de videos colgados en YouTube en los que el psiquiatra Javier Álvarez hablaba sobre su teoría sobre la hiperia. En primera instancia, al igual que comprobé posteriormente que le había sucedido a más de uno de los oyentes en la sala, creí que dicho término estaba relacionado con la famosa planta “hipérico”, también llamada “la planta de San Juan”, pero no, él decidió usar este vocablo atendiendo a su origen griego: hiper significa superioridad o exceso.

El doctor Álvarez dice que la Hiperia es una función cerebral, siendo las personas muy dotadas para ella las que sufren, padecen o viven determinada sintomatología. Actualmente, a causa de nuestro sistema de valores, educación y sanitario dicha capacidad se sufre y padece, su esfuerzo va encaminado a conseguir que lleguen a poder vivir las experiencias que ella les aporta desde un lugar menos traumático.

Para más información os aconsejo ver los vídeos: YouTube Preview Image

Lo que me lleva a hablar sobre el tema son  dos aspectos, desde mi perspectiva, fundamentales: por una parte, el hecho de diagnosticar como enfermiza cualquier sintomatología que aparentemente sobresalga de la llamada “normalidad” y, por el otro, y como consecuencia de esto primero, la excesiva medicalización de las personas que la poseen.

Tengo la impresión de que los seres humanos nos hemos acostumbrado tanto, a través de los siglos, a ponernos las cosas fáciles que cualquier aspecto que nos personalice o cualquier situación que nos empuje a discriminar, elegir o buscar otra manera de actuar que no sea la más habitual, nos supone tal esfuerzo que preferimos tildarla como nociva, enferma, tóxica o negativa, antes que darle el espacio suficiente para comprenderla y aceptarla.

Esto es lo que hacemos con nosotros mismos, estas partes alienadas que desplazamos a nuestro interior impidiéndolas emerger y que causan tanto daño simplemente por no ser aceptadas, por un juicio que nos empuja a creer que no son apropiadas. La llamada Sombra. Su “toxicidad” vendría por su negación, por nuestro deseo de impedirles la existencia más que por su mera presencia.

Aparece el ideal de cómo queremos ser, intrínsecamente relacionado con lo que se nos ha hecho creer al respecto, en esta educación que se basa en la dualidad y no en la polaridad.

En el caso de las personas dotadas para la hiperia, la situación es similar; experimentan toda una seria de sintomatología para la que no están preparados, ya que se considera anormal. Si juntamos la “excesiva” fuerza de las manifestaciones, el juicio negativo que se les da a las mismas, el deseo “ideal” de no ser así y la medicalización a la que se ven empujados, se consigue un escenario de lo más destructivo.

Para resolver esta situación, al igual que a nivel individual negamos u ocultamos la existencia de las características con las que no estamos de acuerdo, a nivel institucional se medicaliza por protocolo a todo aquel individuo que manifieste alguno o varios de los síntomas en mayor o menor medida. En lugar de permitir o propiciar la aceptación y la convivencia, se demoniza. La medicación como cualquier otra herramienta es útil, siempre que se utilice en el contexto y en la medida adecuada. Tal como dice el doctor Álvarez, en lugar de medicar por protocolo, debería ser el propio implicado quien decidiese si quiere o no, según su capacidad para sostener dichos síntomas.

Para normalizar a dichas personas, la sociedad tiene que empezar a aceptar que las visiones no tienen por qué ser fruto de un mal funcionamiento cerebral sino más bien una percepción que no todos tenemos; las personas mal llamadas esquizofrénicas (el doctor Álvarez habla sobre este aspecto también), bipolares o los numerosos niños diagnosticados con TDAH u otros muchos diagnósticos de enfermedades mentales, no son más que la exteriorización de una función cerebral que, si aprenden a gestionar,  puede llevarles a lo que llamamos un estado de genialidad, que no sería más que explotar un potencial que hasta ahora ha estado negado y en la sombra.

Empieza a ser hora de que abramos nuestra mente y nos dejemos de seguir encasillando todo dentro de esta maldita dualidad que tanto nos daña: normal/anormal, para dar paso a la aceptación de polaridades: común/particular o habitual/infrecuente. Hecho que conseguirá que algún día, quizás un poco lejano todavía, deje de existir la necesidad generalizada de diagnosticar/medicalizar, ya que la aceptación de las particularidades será lo frecuente.

Si tienes alguna duda o quieres tratar algún tema en concreto no dudes en contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

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