El traje del emperador

Había una vez un gran rey. Una mañana se acerco a visitarle un misterioso extranjero y le dijo:

-Ahora que has conquistado toda la tierra, ya no te corresponde usar la ropa de un ser humano. Te traeré la ropa de los dioses.

La mente del rey se volvió ávida. Su intelecto le decía:

- ¿Cómo es posible que los dioses tengan ropa?

El intelecto duda incluso de la existencia de los dioses. Pero estaba ávido porque pensaba que quizás había dioses en alguna parte y, si le traían su ropa sería el primer hombre sobre la tierra, en la historia de la humanidad, que habría usado la ropa de un dios. ¿Y cómo iba a engañarle ese hombre?. Él era un gran emperador que tenia riquezas en abundancia. Aunque el hombre le pidiese una pequeña fortuna no pasaría nada. Le pregunto al hombre:

- Muy bien. ¿Cuánto me costará?

El hombre dijo:

- Te va a costar al menos diez millones de rupias, porque tengo que pagar un precio muy alto para poder llegar hasta los dioses. No sólo te cobran los hombres, los dioses también lo hacen; los dioses son muy listos. Los hombres se conforman con poco dinero, pero los dioses no. Sólo hacen caso cuando ven una buena montaña de dinero; si no, ni siquiera lo miran.

El rey dijo:

- De acuerdo, no hay ningún problema. Pero recuerda, como me engañes te costará la vida. De ahora en adelante pondré guardias armados rodeando tu casa.

El hombre recibió los diez millones de rupias y su casa se puso bajo vigilancia. Toda la gente de la vecindad estaba sorprendida, asombrada. No podían creerlo.

- ¿Dónde están los dioses? ¿Dónde está su cielo?- pensaban -. No parece que este hombre vaya ni venga de ningún sitio.

Se quedó en su casa y le dijo a todo el mundo:

- Dentro de seis meses veréis la ropa de los dioses.

Todo el mundo dudaba, pero el rey no mostraba preocupación porque el hombre estaba bajo la vigilancia de las espadas. No se podía escapar ni podía engañarle.

Pero este hombre era mucho más inteligente que el rey; cuando pasaron seis meses salió de su casa con una hermosa caja y le dijo a los soldados:

-Vayamos al palacio. Ha llegado el día, ya tengo la ropa.

Se congregó toda la capital. Vinieron a verlo reyes y emperadores desde muy lejos. Se organizó un gran festejo. El hombre llegó a la corte con la caja, no había motivos para sospechar. La puso en el suelo, abrió la tapa, metió la mano y sacándola vacía, le dijo al rey:

- Éste es el turbante.

El rey lo miró y dijo:

- No veo ningún turbante, tu mano está vacía.

El hombre dijo inmediatamente:

- Permíteme que te recuerde una cosa: los dioses han dicho que sólo la persona que sea hijo de su padre podrá ver el turbante y la ropa. ¿Ves el turbante ahora?

- Si, si lo veo – respondió el rey presuroso.

No había ningún turbante, las manos del rey estaban vacías, pero todos los cortesanos empezaron a aplaudir. Ellos tampoco veían el turbante pero no querían que nadie pensase que no eran hijos de su padre.

Toda la multitud estaba gritando algo sobre la ropa, mientras pensaban:

- Si todos los demás están gritando algo sobre la ropa, es que estarán en lo cierto. Toda esa gente no puede estar equivocada. Son la mayoría. Cuando todo el mundo coincide en lo mismo debe ser cierto.

Mientras el hombre iba dándole prendas y más prendas al rey este cada vez estaba más desnudo, aunque no se atrevía a decir nada.

Cuando solo le quedaba la última pieza de ropa estaba terriblemente asustado: ¿Debía mostrar su desnudez? Quizás la ropa estaba realmente ahí y era solo él quien no la veía.

Para evitarse complicaciones innecesarias se quitó la última prenda y se quedo desnudo.

- ¡Oh, rey! Por primera vez ha descendido la ropa de los dioses sobre la tierra. Deberías hacer una procesión y dar la vuelta a la ciudad en un carruaje.

El rey se encontraba en un aprieto, no podía negarse.

Toda la gente elogiaba la ropa en voz alta, diciendo que era bellísima.

Sólo un niño que estaba entre la multitud sentado sobre los hombros de su padre dijo:

- Padre, el rey está DESNUDO.

Y la multitud enmudeció.

 

A veces el ser humano está atrapado en un engaño colectivo. Y cuando todo el mundo está engañado resulta difícil ver.

Piensa en ello, si quieres…

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