La ley del mínimo esfuerzo.
(Resistencias en la terapia)
Tal como indica el título, el ser humano se rige por “la ley del mínimo esfuerzo”, el hecho de automatizar muchas de nuestras acciones conscientes, como caminar o conducir, es un claro ejemplo. Si cada vez que tenemos que realizar cualquiera de ellas tuviésemos que poner el mismo empeño que las primeras veces, estaríamos empleando una gran cantidad de energía y tiempo. Sin embargo, una vez aprendidas, es como si funcionásemos en standby, al no tener que estar tan concentrados podemos diversificarnos y emplear el mayor caudal energético en otra actividad.
Nuestro organismo utiliza este sistema de funcionamiento para todo; hay una parte de nosotros que no necesita de nuestra conciencia para ejecutar acciones: el corazón bombea, el estomago segrega sus jugos, los riñones filtran… También algunas de nuestras funciones psicológicas se ven afectadas por esta ley.
Por esta razón, cuando una persona decide hacer terapia, ya sea para solucionar un conflicto concreto o para su crecimiento personal, es fácil que se desencadenen pequeñas o grandes crisis en las que se cuestione hasta qué punto es válida la terapia y si está mejorando realmente, reacciones estas que suelen ser resistencias a cambiar.
Cambiar nuestro modo de responder ante un conflicto es sumamente difícil porque estamos, en primer lugar, interpretando las situaciones con un determinado prisma, a través del cual extraemos determinadas conclusiones y, posteriormente, actuamos específicamente. Es un proceso complejo y automático.
Complejo porque darnos cuenta de lo que sucede sólo es uno de los pasos, cierto es que fundamental, porque sin conciencia es imposible alterarlo, pero sólo con ella tampoco se puede conseguir.
Su complejidad también abarca el hecho de que situaciones similares desencadenan pensamientos y emociones concretas pero, a veces, situaciones aparentemente muy diferentes nos arrastran al mismo desenlace, lo cual puede dificultar la toma de conciencia.
Nuestro organismo para simplificar, a base de repetir pensamientos y emociones, por un lado, y respuestas a los mismos, por el otro, opta por convertir estas respuestas en reacciones automáticas, liberándonos del gasto energético que supone la atención consciente para poder, así, derivarla hacia cualquier otra actividad.
Por lo tanto, cuando el trabajo terapéutico empieza a movilizar nuestros esquemas, nuestro organismo a veces se resiste. Darse cuenta comportará variar el prisma, eso, a su vez, nos transformará pensamientos y emociones y, finalmente, el cambio repercutirá en nuestras acciones. Este es, por lo tanto, un nuevo proceso, lento y más o menos dificultoso, que requerirá de la energía que hasta ahora empleábamos en otros quehaceres y puesto que el hábito está tan instaurado, se resiste a su transformación.
Suele ser una rebelión inconsciente, aunque a veces no tanto, en ocasiones, la persona se da cuenta del esfuerzo que le supone y puede creerse no preparado para sostenerlo, ya que no sólo ocasionará cambios en sí mismo sino también en sus relaciones. En otras, simplemente es una negación a seguir en terapia, un “no sé, pero basta”.
Continuar o no es decisión del cliente, pero si se confía en el terapeuta y se sigue adelante, este obstáculo, que parece una gran montaña, se convertirá en un simple escalón y despacito se irá subiendo la escalera hacia el bienestar.
Cambiar no es fácil pero aprender a andar tampoco y todos acabamos consiguiéndolo, aunque a veces sigamos tropezando y cayendo.
Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto, puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.