¿Por qué?
Esta es la pregunta que prácticamente se hace todo el mundo ante los conflictos o situaciones estresantes. ¿Por qué me sucede esto?, ¿por qué razón?, ¿por qué a mí?
Es como si creyésemos que, por descubrir la causa la problemática desaparecería por sí sola. Estamos demasiado acostumbrados a funcionar con este sistema de causa-efecto y nos cuesta aceptar que esta pregunta, al menos en el ámbito emocional, es la de menor importancia.
El motivo que nos ha llevado a cierta situación o a comportarnos como lo hacemos es menos significativo para nuestro bienestar que el cómo, el qué, el dónde, el cuándo…
Es más importante trabajar sobre cómo me está afectando lo que hago, pienso o siento; es mejor profundizar en dónde me sucede tanto a nivel corporal como a nivel espacial (situaciones específicas) y en el cuándo se da temporalmente o ante qué personas concretas.
Podemos añadir más y más preguntas para ir delimitando y conociéndonos y la que menos información nos dará siempre es ¿por qué? La respuesta siempre será una idea, un concepto, una conclusión que sin la compañía de cómo, qué, dónde y cuándo no nos llevará a la resolución del problema.
Cuando detectamos que hay algo en nosotros o en nuestra manera de funcionar que nos impide ser felices, la mejor solución no es saber por qué nos está sucediendo, o cuál es su origen y quién es el culpable de que hoy nos encontremos justo así. Lo más beneficioso es conocer qué es ese algo exactamente, aceptar que ya está aquí y por mucho que busquemos responsabilidades no va a desaparecer, reconocer lo positivo que hay en ello y, poco a poco, aprender a convivir con él, pues esta es la única solución para llegar a quitarle las riendas de nuestro destino y poder hacer de “ese algo” un instrumento más de nuestro bagaje, siendo nosotros quienes decidamos utilizarlo en lugar de ser él quien nos arrastre.
El porqué siempre aparece y, cuando lo haga, será un dato más que nos ayudará, pero nunca es la pregunta por la que empezar.
Buscar el porqué es intentar encontrar un causante de nuestros males, un factor externo que una vez descubierto pueda eliminarse y con él nuestro pesar. Sin embargo, a día de hoy, lo que entorpece nuestro equilibrio somos nosotros mismos, el cómo seguimos gestionando “ese algo” que ya ha desaparecido aunque de algún modo seguimos viendo su reflejo y nos hace repetir una y otra vez un patrón de conducta obsoleto.
Cuando en terapia acompañamos a las personas en su búsqueda de bienestar, el porqué es lo que menos nos interesa, lo fundamental es ayudarle a vivir en el momento presente, cómo llegó aquí no importa tanto como intentar conseguir que se encuentre bien de ahora en adelante.
La mayor parte de las veces sólo somos conscientes de nuestra insatisfacción pero desconocemos exactamente cómo y qué hacemos para sentirnos mal. A veces ni siquiera nos damos cuenta de cuándo se desencadena el malestar hasta que está ya instaurado, incluso puede que no sea claramente evidente ni siquiera el dónde sucede.
Antes de que importe el porqué, hay mucho camino por recorrer.