¡Quiero ser feliz!
Este suele ser uno de los principales retos con los que nos enfrentamos las personas que nos dedicamos a acompañar a otras en sus procesos de crecimiento personal. Suelo oír constantemente esta frase en boca de mis clientes.
Aparecen cansados y preocupados, hastiados de no sentirse jamás satisfechos aun a pesar de ser plenamente conscientes de que su vida puede considerarse satisfactoria: tienen un trabajo decente, una familia “normal”, en ocasiones una pareja que les quiere, en otras son solteros por decisión; en definitiva, hay ausencia de graves problemas y, sin embargo, la sensación de insatisfacción no les abandona.
Cuando les pregunto qué puedo hacer por ellos o cuál es el motivo que les ha impulsado a solicitar mi ayuda, suelen contestar con bastante ímpetu y sin dudar: ¡Quiero ser feliz!
Ante esta situación, mi primera actuación es preguntarles qué consideran ellos que es ser feliz. La gran mayoría suele decirme que sentirse bien. Al pedir que concreten aparece todo un abanico de deseos:
“estar contento, alegre”, “no quedarme enganchado en una circunstancia que no haya salido bien o en una pelea”, “ dejar de pensar cosas negativas”, “ser más segura”, “poder estar solo”, “dejar de discutir con mis padres”, “que me quieran”… y muchos otros.
Cuando hablamos de felicidad, la mayoría lo asocia a un estado de satisfacción, realmente esa es su definición, pero ¿en qué consiste este grado de satisfacción en un mundo en el cual no existe la perfección? Sabemos que es imposible mantener de manera constante una actitud, una emoción o un sentimiento. Incluso somos plenamente conscientes de que los aspectos materiales también son cambiantes. Hasta la misma mortalidad de los individuos nos enfrenta al hecho de que los seres amados van y vienen en el tiempo. Por tanto, ¿cuál es ese estado de satisfacción y en qué consiste?
La felicidad en el ser humano consiste en la búsqueda del bienestar y este, a su vez, es “la situación en la que uno encuentra satisfechas las necesidades de la vida, de la existencia”.
Si tenemos comida, cobijo y nuestras relaciones sociales, incluyendo en ellas desde las más próximas e íntimas a las más superficiales y distantes, no presentan disfunciones graves, somos en esencia felices.
¿Qué sucede entonces?
Simple y llanamente que no sabemos apreciar lo que tenemos o que deseamos más.
Para mí, la felicidad es aprender a vivir las emociones tal cual son en cada momento, en su justa intensidad. Es decir, vivir equilibradamente.
Cuando uno acepta que en la vida hay momentos alegres y otros tristes, que en épocas de duelo hay que llorar para más tarde poder reír durante las jubilosas, la persona se siente satisfecha, ya que por fin acepta que la felicidad consiste en vivir el presente, sea este el que sea.