Un mundo hermafrodita.

 

 mano izquierdaLa mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin

 

He aquí una nueva entrega de mi faceta como crítica literaria. Los que me habéis leído en otras ocasiones ya sabéis que en ningún momento me muestro como erudita intelectual, simplemente, la literatura me lleva mucho más allá de saborear un texto bien escrito. Está vez, me he topado con una idea desestabilizante, pues enfrentarme a ella supone una ruptura total con el esquema de sociedad en el que vivimos y una visión humana totalmente desconocida.

¿Qué pasaría si fuésemos hermafroditas?, ¿cómo nos afectaría no sólo individualmente sino también socialmente?

Los seres humanos vivimos en una sociedad totalmente estructurada en base al género. Me explico: la diferencia sexual, condición imprescindible para la continuidad de la especie (al menos hasta que llegue el día, como en el libro “Un Mundo Feliz“, de A. Huxley, en que seamos todos hijos de laboratorio o nos volvamos hermafroditas, como en La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin) ha marcado desde tiempos inmemoriales nuestro funcionamiento. De sociedades matriarcales, gobernadas por las ancianas, matriarcas o hechiceras, a la cultura patriarcal en la que el hombre es la cabeza visible y casi omnipotente, y pasando por el momento occidental actual que para algunos representaría el de mayor equilibrio, la relación entre hombres y mujeres con sus roles preestablecidos nos ha abocado a comportamientos y situaciones más o menos desfavorables para algunos más que otros en determinadas épocas.

No quiero hacerme abanderada de ningún movimiento feminista, ya que particularmente considero que ambos sexos hemos salido perdiendo en algún momento en esta lucha, aunque algunas un poco más en algunos periodos.

En el fondo, lo que me planteo es cómo cambiaría nuestra forma de relacionarnos como pareja o de educar a los niños el hecho de que cualquiera de nosotros pudiese parir, y más allá, el hecho de que fuésemos y sintiésemos como una mezcla de ambos sexos.

No entraré en los conflictos sobre la custodia y manutención de los hijos durante las separaciones y divorcios, tema más que manido. Me interesa hoy hacer hincapié en ese aspecto de las relaciones personales que nos trae a todos tan de cabeza: los roles.

Podríamos distinguir dos tipos básicos de interacciones humanas: por un lado tenemos las relaciones complementarias y, por el otro, las simétricas.

Entiendo por complementarias aquellas en las que uno de los miembros se sitúa en una posición jerárquicamente superior, también denominada primaria, mientras que el otro, por tanto, se sitúa en posición inferior o secundaria. Un ejemplo claro sería la relación padre/hijo o jefe/empleado.

Las simétricas, entonces, serían aquellas en que ambos individuos están en una misma situación jerárquica, es decir, serían las relaciones basadas en la igualdad: pareja, amigos o hermanos, entre otras.

En la práctica, en las relaciones entre iguales se establecen ambos tipos de interacción. Es decir, en una pareja hay momentos en que uno de los miembros se sitúa en una posición superior, sería el que toma decisiones o el que pasa a la acción, siendo el otro individuo el que se adapta o acopla. En otros, esta función es realizada por el otro; cambiándose los roles en función de las situaciones y las capacidades de cada uno.

Nuestros roles de comportamiento son fruto del carácter (“son las características adquiridas durante nuestro crecimiento, y supone un cierto grado de conformidad con las norma sociales”), del temperamento (“legado biológico”) y de la personalidad (“es el conjunto de temperamento y carácter y consiste en un conjunto de características psicológicas que se expresan en todos nuestros actos”); por lo tanto, ¿esa ausencia de entendimiento que parece a veces gobernar la relación entre ambos sexos, teóricamente debería desaparecer con el hermafrodismo?

¿El hecho de ser hombre o mujer influye en la creencia de sentirse superior o inferior? ¿Las peleas originadas por la competencia o rivalidad se desvanecerían? El egoísmo, el individualismo, el afán de poder, el racismo… ¿se habrían esfumado?

Creo que el hermafroditismo cambiaría completamente nuestra cultura y nuestro modo de vivir. Puede ser que en algunos aspectos se enriqueciera la sociedad resultante aunque las interacciones entre los seres humanos seguirían siendo igual de complejas, diferentes pero igualmente complicadas.

Aun así, sería alucinantemente provechoso poder vivir un tiempo en la piel de otro, quizás el concepto de empatía se entendería en toda su envergadura. Quizás la sociedad como tal sería más igualitaria, más benefactora, más sana. Quizás…

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

 

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