Relaciones

Dedicarme al acompañamiento es para mí una fuente inagotable de experiencias maravillosas que me ayudan a seguir trabajándome. Los clientes me hacen de “espejo”, es decir, me suelen poner delante temas míos, algunos resueltos, otros en proceso y bastantes más veces de las que quisiera reconocer (el ego no se pierde por mucho que una haga de terapeuta) algunos irresueltos.

Cómo gestionar de manera satisfactoria nuestras relaciones diría que es un “tema universal”. Sea cual sea el conflicto inicial que nos empuja a buscar ayuda, el proceso de crecimiento personal inevitablemente nos conduce a cuestionarnos qué nos pasa con “el otro/los otros”. Necesariamente cualquier problemática que me afecte repercutirá en mi modo de comunicarme y relacionarme con el resto de individuos. En este contacto “tú/yo”, aparece el amor acompañado indiscutiblemente por su socio, el desamor.

¿Qué me ha empujado a empezar el texto hablando de mí? El hecho indiscutible de que este es y será siempre un asunto en proceso en mi vida. Creo, aunque quizás aquí alguien pueda considerar que peco de profeta mesiánico, que este es un tema que no se resuelve nunca: las relaciones humanas son un proyecto en constante evolución que nunca puede ser zanjado. Podemos cerrar relaciones concretas o temas concretos de ciertas relaciones, pero nuestro “modo de relacionarnos” es algo que nunca puede darse por terminado.

Los clientes me enseñan a que cada día hay que seguir aprendiendo, que la idea loca de “esto es así” no existe y lo que funcionó una vez, no tiene por qué volver a funcionar. No sólo con otras personas, a veces ni con la misma; que sólo partiendo de mí puedo llegar al otro y en ese andar cada uno con lo suyo y con su propio vaivén podemos llegar a encontrarnos.

Más de una vez he oído hablar de verdadero amor refiriéndose al vínculo existente entre la pareja, incluso verbalizar que la amistad no es amor, que es cariño y que a la familia, sí, la quieren, pero no es lo mismo.

Hay quien considera que mientras en su vida exista una relación de pareja, el resto de lazos son secundarios. La familia de origen, los amigos, los compañeros, son para ellos como adornos de ese gran engranaje que supone la pareja.

Otras veces, el amor verdadero es el que se tiene por los hijos, o incluso de algunos hijos sólo hacia sus padres. Y alguna vez, aunque menos, que el verdadero amor es la amistad, ya que “es la familia que uno elige”.

El cómo cada individuo interpreta los lazos que le unen al resto de seres es único e individual y hace que su comunicación hacia el otro sea de un modo peculiar y determinado. Esta visión, junto con la que tenga el otro u otros implicados, configurará el tipo de dinámica con la que maniobrarán.

Y aún más, teniendo en cuenta cómo se han desarrollado ciertas relaciones, más concretamente cómo han terminado, podemos de manera consciente intentar cambiar nuestra interpretación, destronando al tipo de relación que considerábamos hasta ese momento como estrella de nuestro elenco y como la más fundamental, convirtiéndola en innecesaria, dejando de cultivarla. Olvidamos que, si es el despecho, el enfado, en definitiva, el dolor que sentimos, es quien nos empuja a desear este cambio, nuestro inconsciente seguramente hará caso omiso de esa pretensión.

Erigir como “amor verdadero” a uno determinado de nuestros afectos, necesariamente nos está llevando por un camino peligroso. Le estamos otorgando un poder con el que desposeemos al resto de nuestros vínculos y puede ocasionarnos desasosiego cuando los obstáculos aparecen y hacen zozobran nuestros sentimientos.

El amor verdadero, es el amor en sí mismo.

Si conseguimos aceptar que el amor es el vínculo que nos une con todo ser humano, el desastre de cualquier relación concreta se convierte simplemente en una piedra en el camino, no en la montaña inexpugnable que a veces creemos ver.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.