Uno de los aspectos que pueden ocasionar el desfase conflictivo entre el ideal de familia y la familia real es el rol (“función que toca cumplir”) que ejecuta cada uno de sus miembros. En nuestra cultura existen ciertas ideas sobre cómo deben comportarse sus miembros y sus relaciones: fidelidad en el matrimonio; obediencia, respeto y agradecimiento por parte de los hijos; heterosexualidad como opción; guardar los secretos familiares; ser éticamente correctos… u otras tantas, generalizadas y extensamente compartidas algunas y otras específicas que dependerán de cada familia en concreto.
Todas estas normas marcan el funcionamiento de cada uno de sus miembros y cuando alguna de ellas es transgredida, por el motivo que sea, estalla la crisis.
La cohesión que mantiene unido a un grupo, abarca varias facetas. Por un lado, tenemos el poder ostentado por alguno de sus miembros que sirve como aglutinante. Por otro, los intereses comunes y, finalmente, encontramos la lealtad, que es el “Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”, es decir, el sentimiento de solidaridad y compromiso.
En el caso de la familia, por tanto, sería la lealtad el aspecto que con más fuerza mantiene cohesionados a todos sus miembros.
Según Sterlin y Simon, terapeutas sistémicos, la lealtad puede entenderse como “la expectativa de adhesión a ciertas reglas y la amenaza de expulsión si se transgreden”.
Esta sería la principal razón por la que ante el desacuerdo o la rebeldía de alguno de los miembros de la familia, ante ciertas pautas o criterios, se vea a dicho individuo como a un extraño, siendo rechazado tanto emocional como físicamente según la ocasión o circunstancia.
Algunas de las transgresiones pueden escapar al control de sus miembros y hacerse públicas (problemas con la justicia o las drogas por ejemplo); quizás entonces el individuo o individuos desobedientes pueden ser apartados de manera temporal o definitiva, según sea la circunstancia.
En otros casos la disyuntiva puede aparecer de dos formas:
a) Para poder seguir perteneciendo a su familia, el individuo se siente obligado a mantener un rol con el que no está de acuerdo, es decir, debe dejar de ser él mismo.
b) Para poder ser él mismo ha de dejar de mantener relación con su familia.
En ambas circunstancias el individuo tiene un conflicto de lealtades: si elige ser él mismo, traiciona a su familia; si elige a su familia, se traiciona a sí mismo.
No sólo se siente un paria sino que, seguramente, su ideal de familia se habrá destruido. Si no consigue cerrar esta gestalt (entendida como asunto inconcluso) de manera satisfactoria, se produce entonces un desequilibrio emocional en el individuo que puede llegar a entorpecer su vida cotidiana.
Aunque estoy haciendo hincapié en este miembro de la familia, al que podría llamar sintomático por ser el aparente “causante” del síntoma o diferencia, el desequilibrio emocional ocasionado por la mala gestión de los sentimientos que un enfrentamiento entre lo ideal y lo real puede ocasionar, puede afectar a cualquier miembro, no sólo al rechazado, diferente o sometido. La tensión creada por este tipo de circunstancias, aunque a veces no consciente, es vivida por todos los miembros, cada uno desde su percepción.