Hace poco, nos reunimos unos cuantos amigos; había pasado una larga temporada desde la última vez que nos vimos y estábamos pletóricos por el encuentro. Como excusa para la cita, aprovechamos que acababa de mudarme y vinieron a estrenar mi nido.
Hablando de banalidades más o menos relacionadas con el bienestar, la comodidad y el hogar, uno de ellos dijo:
¿Qué simula el hogar y la comodidad?
Y de forma casi reactiva, ya que no tuve tiempo de pensar demasiado, dije:
El útero materno.
Sólo recuerdo su sonrisa cómplice, el asentimiento tácito de los demás y poco más de esa conversación, aunque sí las ganas de atravesar esa “puerta” que sentía que había abierto, de profundizar más sobre ello.
¿Realmente, cuál es el sentimiento de la mayoría de las personas en relación a su hogar?, ¿en qué se basa la comodidad de un hogar: en la energía que transmite o en los objetos que lo integran?
He conocido pisos decorados con sumo gusto, con tecnología puntera y llenos de todos los objetos que puedan facilitarte la vida y, sin embargo, invitaban a salir corriendo; eran fríos e impersonales y te hacían sentir como un pez fuera del agua. Por contra, he estado en apartamentos diminutos, llenos de cachivaches inservibles o incluso prácticamente vacíos, en los cuales podría haberme quedado a vivir sin problemas, pues parecía, mientras estaba en ellos, que un abrazo cálido me retenía, arropándome.
Siempre he oído decir que el ser humano rememora con añoranza su estancia en el útero materno al ser el lugar en el que se ha sentido más protegido y feliz. Durante la infancia, si te encontrabas en conflictos estando en la calle, la reacción era correr hasta casa para refugiarte tras las faldas de tu madre, sólo con llegar y cerrar la puerta tras de ti, parecía que la ansiedad de tu pecho se relajaba.
Cuando nos volvemos adultos, el único remanso de paz, nuestro indiscutible refugio, es nuestro hogar. La manera en que acondicionamos una casa es un claro reflejo de cómo somos o en qué momento vital nos encontramos.
La comodidad en el hogar no está únicamente relacionada con los objetos y su distribución en el espacio. Ni siquiera con el tipo de edificio y, a veces, ni siquiera con su orientación. Lo que le da verdadera calidez a nuestro hogar es la unión de su propia energía y la que nosotros vertemos en él.
Las casas ajenas donde uno se siente más cómodo son aquellas en las que sus anfitriones emanan calidez y serenidad. Son lugares donde te sientes bien recibido, estás “como en casa”, y esa sensación no tiene nada que ver con los objetos en sí.
Las casas se impregnan de la energía de sus habitantes, toda persona deja su impronta en las paredes, del mismo modo que también dejamos nuestro olor que se funde con el de la pintura, la comida, los jabones y las colonias que usamos.
Cualquier emoción de los habitantes de una casa llega a formar parte de su atmosfera creando una especie de microclima, por llamarlo de algún modo. Por eso, a algunas personas no nos gusta vivir en lugares donde han acontecido sucesos trágicos, de algún modo sentimos que “eso” sigue allí y nos afecta (naturalmente, podemos hacer limpiezas energéticas). En circunstancias normales, con una limpieza doméstica a fondo y una buena capa de pintura ya se nota un cambio.
El hogar es nuestro regreso cotidiano al útero, de ti depende que este sea “un útero bueno” o “un útero malo” (Groff).
Si no sabes hacer de tu casa un lugar donde te apetece estar, si prefieres estar en la calle antes que pasar ratos solitaria y tranquilamente en casa, hay algo en ti que es necesario revisar. Es preciso socializarse pero también lo es estar con uno mismo. Si te resulta difícil sobrellevar tu sola compañía, si tu casa se te hace asfixiante, algo falla en ti o en tu casa.
Adecua tu hogar, convierte ese lugar donde vives en tu refugio, cambia las cosas de sitio, tira lo que sobre, hazlo verdaderamente tuyo. No hace falta tener muchas cosas, pero sí las justas, las que realmente necesites y te gusten. Despréndete de todos aquellos objetos que guardas por compromiso, o esos que te mantienen apegado a alguien de tu pasado. Libérate de lo que sobra.
Si aun después sigues sintiendo que la casa te pesa, mírate, quizás ya es hora de que te trabajes porque llegó el momento de aprender a vivir contigo mismo, pues las personas y las cosas cambiarán, pero tú siempre te acompañaras.