Me gusta hablar en primera persona, no por un afán de lucirme sino más bien por lo contrario: ser terapeuta no quiere decir ser inmune.
Desde que empecé como cliente hasta ahora que ejerzo como terapeuta, lo único que ha cambiado es el grado de conciencia de mi neurosis, aspecto que me ha permitido ir cambiando tranquila y sutilmente cómo gestionar ciertos carices de mí misma.
No me cansaré nunca de hacer hincapié en este gestionar, sigo sintiendo los mismos impulsos, en ocasiones se me escapan las mismas reacciones pero, afortunadamente, su intensidad y las secuelas que antes me ocasionaban se han minimizado y miles de pequeños detalles han cambiado, convirtiendo mi vida actual en un lugar más apacible y confortable de lo que antaño fue.
Las pequeñas cosas son aquellas que muchos no contemplamos, son a las que quitamos importancia y menospreciamos siendo las que en realidad inundan nuestra cotidianeidad y las que conforman nuestro mundo y perfilan nuestra existencia.
Cada vez que aparece un nuevo cliente vuelvo a mirarme en ese espejo, recuerdo mi ansiedad y mis ganas por cambiar. Recuerdo lo que quería: cambios, grandes cambios.
Me lo dijeron y lo escuche, aunque sólo con el paso del tiempo llegué a entenderlo: serán las pequeñas cosas las que te llevarán a buen puerto.
Los grandes aspectos de nuestra vida, los momentos intensos son como los fuegos artificiales: impresionantes, espectaculares y efímeros.
Esta es una de las metáforas que casi todas las personas que trabajan conmigo han oído de mis labios alguna vez, la otra está relacionada con las actitudes necesarias para llevar a buen término un proceso terapéutico que para mí son la intención, esfuerzo y perseverancia: “los niños chicos aprenden a andar a base de caerse y volver a levantarse”.
Y ambas se aúnan, hacer una gran cosa una vez no resulta difícil, llegar a hacer una cosa pequeña a menudo requiere intención, esfuerzo y perseverancia.
Buscar los detalles placenteros y hermosos de cuanto nos rodea, para muchos de nosotros resulta realmente difícil. Formo parte de este gran grupo de individuos acostumbrados a encontrar las pegas, dificultades, deficiencias y fallos en todo, cambiar mi mirada hacia lo hermoso que con ello convive me ha resultado arduo.
“Quiero ser feliz”, lo decía yo, lo dice ella, lo dice él, lo decimos todos.
Y ¿qué significa ser feliz? ¿Que alguien llame a mi puerta y me traiga un regalo, que mi familia me organice una fiesta sorpresa, que un príncipe azul se enamore de mí y me lleve a su castillo a vivir y comer perdices para siempre…?
Ser feliz significa reconocer lo maravilloso y agradable que cada día me proporciona. Una de las tareas que me permito proponer a muchos de mis clientes es esa misma tarea que mi primer terapeuta me planteó: “cada noche, antes de disponerte a dormir, busca tres cosas hermosas y satisfactorias que el día te haya aportado, no importa lo pequeñas que sean; la única condición es que no puedes volver a repetirlas en los días sucesivos”.
Recuerdo que una de las tres primeras fue “hoy ha hecho sol” y que las otras dos me costó horrores encontrarlas. Y a pesar de que mi memoria olvidó las palabras y las frases concretas, nunca podré olvidar que con el tiempo la sensación de bienestar apareció y empecé a encontrar miles y miles de pequeños detalles que me alegraron y me alegran la existencia.
No fue fácil coger el hábito, no lo conseguí a la primera, pero al igual que los niños chicos, seguí intentándolo hasta que finalmente anduve.