Perrobajeando.

Nuevamente me adentro en el mundo de las polaridades. Esta vez, lo que me empuja a ello son las ganas de evidenciar lo que suelo constatar tanto en las sesiones de terapia como en mi propia vivencia.

En la psicoterapia Gestalt se habla mucho del perro de arriba” y de su alter ego, el “perro de abajo. El primero constituye la parte de nosotros mismos que se dedica a indicarnos lo que hay que hacer, hasta dónde hay que llegar, la que nos recrimina los errores y nos empuja una y otra vez, sin descanso ni demora, hacia objetivos la mayoría de las veces imposibles de realizar. Aunque es bueno no olvidar que posee un cariz positivo que nos ayuda a superarnos y esforzarnos en la consecución de nuestros propósitos y metas.

Su opuesto y complementario, el no menos famoso “perro de abajo”, es aquel que se regodea en la desidia y la postergación, el que nos boicotea el avance, ya que se niega de manera sutil y pasiva a cualquier movimiento. Es el que nos dice que todo puede esperar, que no hay prisa, que no importa; el que desmotiva y nos hace creer que la pasividad es un merecido descanso cuando en realidad es una huida, un no afrontar. Pero, como no, su cariz positivo consiste en permitirnos reposar, dejar de luchar por imposibles y no esforzarnos cuando no es estrictamente necesario.

Como siempre, el conflicto aparece cuando damos una lectura de la situación excesivamente arbitraria, cuando en lugar de dar importancia a los detalles los pasamos de manera deliberada por alto. Cierto es que, la mayoría de las veces, existe una cierta inconsciencia, un velo que nubla nuestra visión y hace que lo evidente a los ojos ajenos sea para nosotros invisible e indescifrable y, aun así, mi propia experiencia me indica que siempre existe algún pequeño detalle que nos alerta sobre la falsedad de nuestro enfoque. Esto es a lo que llamamos resistencia, a la que los terapeutas “asistimos y acompañamos” para propiciar el cambio. Si, en lugar de ello, forzásemos a ver y empujásemos a actuar, según nuestra visión y criterio, nos convertiríamos en perros de arriba externos, con lo que el cliente se vería envuelto en una tela de araña asfixiante y opresora: atado por dentro, presionado por fuera.

En terapia últimamente me estoy encontrando con personas que durante años han estado siguiendo, como fanes enloquecidas, los mandatos de su perro de arriba. Han conseguido gracias a su esfuerzo grandes logros y, a pesar de ello, nunca están plenamente satisfechas. Cuando consiguen el objetivo y lógicamente sería el momento de la celebración, de disfrutar al fin de las mieles del éxito, aparece una nueva exigencia que suele ser mantenerse ahí. Como consecuencia de esta desorbitada pretensión no existe la paz, su vida es una lucha constante por llegar al nivel propuesto y, si finalmente se consigue, mantenerlo a costa de lo que sea.

Pero también están aquellos cuyo perro ha fijado una meta tan inexpugnable como el mismísimo Everest, con lo que cualquier logro se desmerece e invalida.

Estas personas pueden en un momento dado de su vida, agotadas por el esfuerzo, hacer un salto emocional impresionante y saltar al extremo opuesto de su polaridad, empezando entonces a dejar que su perro de abajo tome el poder y boicotee cualquier plan, objetivo o deseo que aparezca.

Estas son las situaciones que últimamente estoy encontrándome en terapia. Estas personas tan sumamente exigentes y controladoras consigo mismas se vuelven permisivas y autoindulgentes en exceso como reacción opuesta a la presión de antaño.

Aquí es cuando debemos empezar a fijarnos en los detalles, aquí es donde muchos se engañan leyendo descanso donde está escrito desidia.

Es evidente que es conveniente parar y relajarse, que estar siempre haciendo y forzándose no es nada sano, pero es bueno observar que cuando no estamos dispuestos al más mínimo esfuerzo, que cuando nos negamos a hacer “eso” que sabemos y reconocemos que nos conviene, ahí, hay algo que no cuadra.

Los extremos se unen, tal como dice el refrán “del amor al odio hay solo un paso”. Solemos saltar de la exigencia a la desidia ya que aún no sabemos encontrar la medida justa y conveniente.  Antes creía, que el equilibrio sólo podría conseguirse practicando, dando un pasito tras otro: esfuerzo/descanso, sin exceso, pero sin pausa. Ahora creo que existe otro camino, no tenemos por qué seguirnos forzando, intentando ir de un extremo al otro de nuestra polaridad buscando insistentemente la equidad.

Podemos aceptar por fin la famosa paradoja del cambio

el cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es”

Acepta lo que te pasa, explora desde la conciencia corporal y deja que poco a poco tus tres centros se alineen. Cada vez tengo más claro que Focusing y Gestalt forman un tándem potente y maravilloso para crecer en la vida.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.

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