Los hijos de un adicto pueden también convertirse en coadictos (llamamos coadicción a la codependencia, en el caso concreto, de los familiares de adictos a tóxicos).
Cuando el progenitor adicto abandona sus responsabilidades como tal, siendo el otro progenitor quien se hace cargo de las mismas, hace que sus hijos por mimetismo sigan su ejemplo. También suele ocurrir que alguno de los hijos se ve forzado a asumir el papel dejado por su padre o madre coadicta, con lo que en cualquiera de las dos opciones, está responsabilizándose de un rol que no le corresponde.
La pareja del adicto, sin darse cuenta, compromete a sus hijos en esta lucha: insiste en que sean modelos de buena conducta cuando el progenitor adicto está presente, o no les permite actuar como niños alegando que pueden molestarle (sobreprotegen al adicto por encima de las necesidades de los menores), o si son un poco mayores les impiden hablar de la enfermedad, o que no intervengan… Esto hace que se responsabilicen de la enfermedad y aumente su sentimiento de culpabilidad. Llegan a creer que la enfermedad se origina por no seguir ellos las consignas, que suelen ser directrices a veces ambiguas, a veces incongruentes y, que ocasionan en el hijo la sensación de no hacer nunca lo correcto, hagan lo que hagan.
El progenitor coadicto puede establecer alianzas con sus hijos, haciéndoles participes de confidencias, creando vínculos de complicidad y llenándoles de preocupaciones y responsabilidades que no les corresponden; ya que hacen ocupar al hijo o hijos un lugar jerárquico inadecuado dentro del sistema familiar. Las confidencias son propias entre esposos, teniendo estos una relación horizontal, mientras que en una relación sana con los hijos se establece una relación vertical que no incluye confidencias en esta dirección (de arriba abajo). Si se establecen, es de los hijos hacia los padres (de abajo a arriba) no a la inversa.
Este tipo de acciones, más los posibles malos tratos de los que pueden llegar a ser víctimas, crea en los hijos lo que se ha dado en llamar la indefensión aprendida (ver artículo). La autocompasión del progenitor coadicto se transmite creando en los hijos sentimientos de minusvalía, privándoles con ello, de la adquisición de coraje y valentía para enfrentarse a la realidad.
Es necesario que los hijos puedan reconocer, aceptar, y expresar sus sentimientos negativos. Cuando esto es posible y se busca una vía de desahogo que no haga daño a nadie (grupo de apoyo y terapia), las personas se sienten mucho más capacitadas para gestionar sus problemas. Aceptar actitudes sumisas por su parte, no validar su enfado y no dejarles mostrarlo, va en contra de su amor propio y daña su sentimiento de valía.