“Un Mundo feliz” de Aldous Huxley y “El fin de la infancia” Arthur C. Clarke.
He decidido hacer esta reseña, quizás como avanzadilla de otras más, ya que me estoy dando cuenta del fuerte impulso que me lleva a querer comentar los libros que estoy leyendo o releyendo. Siempre me ha gustado no sólo disfrutar de un buen libro sino poder sacarle, si es posible, un provecho adicional (suelo hacer lo mismo con las películas y las series).
Hoy le toca a dos grandes obras de la literatura de ciencia ficción: “Un Mundo feliz”, de Aldous Huxley, y “El fin de la infancia”, de Arthur C. Clarke.
Estas novelas no son nuevas para mí, la primera vez que entré en contacto con “Un Mundo feliz”, fue hace 35 años; desde entonces la he releído bastantes veces. Con la de Clarke hace 33 años (recuerdo ambas fechas porque coincidieron con momentos muy significativos de mi vida) y no he podido hasta hace relativamente poco (¡gracias Google!) volver a releerla, ya que olvidé autor y titulo, aunque la obra en sí misma me causó un gran impacto por su temática.
¿Qué tienen en común además de ser eso, dos grandes obras del género? Pues dos maneras muy distintas de ver el futuro de la humanidad partiendo de una misma base: la pérdida de la individualidad del ser humano.
En “Un Mundo Feliz”, el camino tomado por la humanidad es una alienación total, es el sobrevivir en estado vegetativo sin sentir verdaderas emociones. El título, irónicamente, hace mención a esta vertiente neurótica en la cual se sumerge ese mundo futuro, en el que no existe el sufrimiento a la par que también ha desaparecido la iniciativa, la libertad individual, los verdaderos sentimientos, en definitiva, lo que significa ser uno mismo. Los humanos disconformes son unos parias, inadaptados y tratados como enfermos.
No puedo evitar pensar que es una metáfora de cómo funciona nuestra actual sociedad, además de habernos vaticinado a los niños probeta en los albores del siglo pasado, cuando los hombres de a pie ni nos planteábamos semejante posibilidad.
“El fin de la infancia” nos presenta otro futuro mucho más lejano donde, ayudados por unos superinteligentes extraterrestres, nuestra raza llega a su más alto grado evolutivo, en el que los humanos se integran en una supermente. El cambio no es fácil, resulta duro para la generación que contempla el salto evolutivo sin poder asirse a él.
Como ser humano normal, poco evolucionado y, por tanto, con pleno ego galopante, me sobrecojo al contemplar la posibilidad de la perdida de la individualidad, de mi consciencia (o más bien creencia) de quien SOY. Sin embargo, cuando la evolución te lleva al lugar que corresponde, no hay nada que objetar. Pero cuando es el hombre quien, por miedo a ser o sentir, decide bloquear la evolución, hay mucho por lo que quejarse.
Dos buenas lecturas, con o sin interpretaciones filosóficas.