Pasé la adolescencia profundamente trastornada pensando en la muerte. Era una sensación extraña y perturbadora y, aunque la mayoría de mis pensamientos giraban constantemente sobre este tema, los fallecimientos de las personas allegadas que sucedieron durante ese periodo, me dejaban prácticamente indiferente y fría.
Junto con otras vivencias y sensaciones, este aspecto para mí inexplicable en esa época, me hacía interpretarme como rara y me proporcionaba internamente un cierto halo de superioridad e importancia que compensaba mi baja autoestima. Con el trabajo personal he descubierto que no era más que un bloqueo para no sentir la magnitud del miedo que me atenazaba y que de superior no tengo nada, aunque de inferior tampoco.
Esta mañana mientras me duchaba he tenido una vivencia que de algún modo me transporta a esos viejos recuerdos, a pesar de que el nexo que los une es el hecho de que la muerte es la meta hacia la que me dirijo, la experiencia ha sido distinta. El miedo de antaño hoy se ha sustituido por la aceptación de mi incomprensión.
Intentaré explicarme: no sé ni cómo ni por qué, pero mientras el agua templada resbalaba por mi cuerpo y me sentía feliz por esa sensación más que placentera, mi consciencia se ha vuelto más lúcida, me he sentido plenamente en el aquí y ahora, experimentando esa conexión total con el momento presente, al tiempo que un inusual pensamiento ha hecho acto de presencia: “ahora, aquí, siento y pienso; cuando muera dejaré de sentir y pensar, sin más. Del mismo modo que antes de vivir no había nada, todo desaparecerá, sin más, sin más, sin más….”
Y este simple “sin más” lleva una fuerza espiritual que jamás pensé vivir; es la aceptación de que llegué y me iré del mismo modo, sin esta consciencia de la vida que ahora siento, sin estos recuerdos que me acompañan, sin estas vivencias grabadas en las fibras de mi cuerpo. Y lo que entonces me aterraba, hoy simplemente se ha mostrado como evidente y aunque siga sin entender o, mejor dicho, a pesar de que mi parte egoica siga no queriendo entender cómo puede ser eso posible, cómo puedo perder esto que tengo, he podido apreciar en todo mi organismo lo que significa la verdadera aceptación.
Ha sido un instante fugaz, un momento trascendente que desde hace unas horas me acompaña y me ha dotado de renovada fuerza. Mi cabeza sigue loca como siempre, bullen en ella miles de pensamientos, pero hay una voz en off, suave y al mismo tiempo profunda y penetrante, como si se tratara de una gota de agua que cae insistente y constante del grifo mal cerrado, que repite: “VIVE, VIVE”
No sé cuánto tiempo durará esta fuerza y motivación que siento, esta corriente que me vitaliza y me empuja a realizar o al menos a intentar hacer todo aquello que el miedo normalmente sujeta. Siento que demorar no tiene objeto, que mi vida tal cual es ahora acabará y no hay tiempo para seguir jugando a esperar un mañana.
Un MAÑANA que será demasiado pronto un AHORA.
Posponer no es una opción, nunca lo fue. ¡VIVE!