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Todo lo que empieza por ego

 

el arbol de las almas Roman Shatsky

Me gustaría iniciar el artículo definiendo ciertos conceptos.

Yo: m. Psicol. Parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad y de sus relaciones con el medio.

Ego: 1. m. Psicol. En el psicoanálisis de Freud, instancia psíquica que se reconoce como yo, parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior. 2.m. coloq. Exceso de autoestima.

Egotismo: 1.m. Prurito de hablar de sí mismo. 2.m. Psicol.Sentimiento exagerado de la propia personalidad.

Egoísmo: 1.m. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. 2. m. Acto sugerido por esta condición personal.

Ególatra: adj. Que profesa la egolatría.

Egolatría: f. Culto, adoración, amor excesivo de sí mismo.

Y para terminar, Amor propio: 1.m. El que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio. 2.m. Afán de mejorar la propia actuación.

¿Qué pretendo iniciando el texto con este listado? Deseo evidenciar como incluso en la evolución del lenguaje nos hemos polarizado y tenemos variados vocablos que van puntualizando el aspecto negativo de esta inclinación humana hacia la atención a uno mismo, obviando que no necesariamente siempre esta focalización en  “mí o desde mí” implica un olvido dañino hacia el resto del mundo. Para encontrar un concepto que refuerce esta necesidad de procurar por mí, he de remitirme a otras raíces etimológicas o a una combinación de palabras (amor propio o autoestima, por ejemplo)  porque parece ser que las que se han originado propiamente del “ego”  no han aceptado este matiz.

Recuerdo que, ya de pequeña, cuando hablaba y se me ocurría construir una oración con el yo delante (“Yo y mi amiga vamos a la playa”), siempre oía a alguien de mi familia que me replicaba irónicamente “El burro delante para que no se espante”. No discuto en absoluto que la gramática y la ortografía nos facilitan indiscutiblemente la comunicación, aunque difiero en que ciertas connotaciones sean originadas para conseguir una mejor información.

A pesar de que vivimos en un momento social dominado por la individualidad, donde la cooperación, la solidaridad, la colaboración, incluso la empatía son aspectos relativamente poco fomentados, cuando a nivel más íntimo y personal utilizamos expresiones como “necesito ser un poco egoísta”  nos sentimos juzgados tanto por nuestro entorno como por nosotros mismos. Me pregunto muchas veces cómo podría expresar,  a través del lenguaje, ese mismo sentimiento de partir de mí en primer lugar para luego dirigirme a los demás,  sin que se interprete como un acto infame.

Parece que el tenerse uno en cuenta, vigilar por las necesidades propias, intentar conseguir deseos o anhelos está penado.

Creo conveniente recordar que el desarrollo humano está regido por dos leyes:

Ley céfalo-caudal: El centro motor avanza desde la cabeza hasta los pies.

Ley próximo-distal: Se controlan en primer lugar las zonas más cercanas a la línea media del cuerpo y después las más alejadas de dicho eje corporal.

A nivel emocional sucede un proceso similar, para poder ir hacia el exterior, para poder participar, primeramente habrá sido necesario cubrir mis necesidades. Resulta imposible satisfacer al otro si mis propias necesidades no están satisfechas.

genteAquí está el origen de por qué muchas personas andan perdidas entre el “egoísmo” y la “confluencia” (mecanismo neurótico que ocasiona en el individuo una desconexión de sus necesidades dando prioridad al entorno, fusionándose con él, olvidándose de sí mismo).

El egoísmo, egotismo o cualquiera de estos conceptos implican la ceguera del otro. La confluencia implica la ceguera de mí mismo. Se trata pues de encontrar el equilibrio y creo no equivocarme cuando opino que la dirección siempre será de dentro para fuera.

Si tienes alguna duda o quieres tratar algún tema en concreto no dudes en contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

Sobre mis relaciones

 

 

Tras un par de artículos (ver “Las Relaciones” y “Cultivando las relaciones”) donde he intentado dejar mi arbitrariedad a un lado, paso ahora a exponer mi visión más personal.

Soy de esas personas que, durante años y sin verbalizarlo, creía que la relación de pareja era el eje central que movía mi brújula amorosa. Quizás porque nunca me sentí suficientemente querida por mi familia de origen, quizás porque no tenía amigas, quizás porque pensaba que la vida social no iba conmigo… ¡vete tú a saber cuál era la base donde se apoyaba mi sentimiento!

besoQuizás en todas estas razones, quizás en ninguna de ellas. La realidad es que, durante esos largos años, cualquier relación amorosa o afectiva que no fuese la de pareja, carecía para mí de suficiente valor.

El contacto con la Gestalt me llevó por derroteros desconocidos e insospechados, mi grado de inconsciencia era tal que nunca se me ocurrió imaginar que una de las preguntas de esa época: “¿qué he hecho yo para merecer esto?” (aplicada al más puro estilo Almodóvar, ciertamente me sentía como las mujeres de sus películas, totalmente víctima de mis circunstancias; qué le voy a hacer si era teatrera y un pelín patética), se acabaría convirtiendo en: “¿Cómo he contribuido yo a recibir esto?”.

Sin buscar con ello una excusa que me exima en absoluto de mi responsabilidad, considero que he padecido un empacho de creencias nocivas que, junto con mis vivencias, me llevaron a extraer conclusiones determinadas y erróneas.

En un lado del cuadrilátero están las películas y los cuentos románticos, donde el amor de pareja te salva de cualquier circunstancia adversa.  En la otra esquina, la educación feminista de boquilla, esa de propaganda pero de pocos hechos reales que me decía que yo era suficiente e independiente, pero no acababa de ayudarme a serlo.

En la tercera, las vivencias familiares: he mamado el ejemplo de las mujeres de mi estirpe, viéndolas interpreté que mi misión en la vida era amar y respetar a mi pareja por encima de TODO, abarcando esta totalidad mi realización individual a cualquier nivel y por encima de cualquier otro ser humano, incluidos los hijos.

Me quedaría la última esquina, esa donde me colocaba sin saber muy bien hacia dónde ir, a veces hacia un lado, a veces hacia el otro.

El príncipe azul ha impregnado mi mundo emocional de un marcado tono rosa sucio. Un rosa “Corín Tellado”, un color pasteloso con un suave tufillo a rancio, que compartía espacio con un oscuro gris, fruto de la  incomprensión sobre mi apetencia, la cual me empujaba hacia el príncipe como meta y fin, aunque una parte de mí se resistía a ello.

Evidentemente, obviamente, infaliblemente, seguidos de todos los sinónimos que se os ocurran, me llevaron a vivir de la forma más confusa e incoherente posible, dando prioridad a lo inmerecido por encima de lo merecedor.

Con el trabajo personal aprendí que no sentirme querida por mi familia de origen no significaba no haberlo sido, simplemente no entendí su afecto, no lo vi. Que no tener amigas significaba que no me había abierto a buscarlas en primera instancia o había sido incapaz de mantener ese vínculo desde la constancia. Que la vida social no es algo que venga a llamar al timbre, es algo que se encuentra saliendo a la calle. Reconocí que no había contribuido en absoluto a recibir lo que a gritos llevaba pidiendo.

Que el cariño es cariño venga de donde venga y que, si dejas las expectativas, los falsos ideales y las creencias caducas, puedes empezar a apreciar lo que obviamenteamor y amistad está a tu vera.

Cuando por fin he dejado de obcecarme en que el verdadero amor es sólo el de la pareja, he descubierto que este se encuentra en el simple estar con alguien desde la autenticidad, apreciando el lazo que nos une (familia de origen, familia política, amistad) sin pretender encontrar nada más que lo que hay, aceptando que las expectativas estorban y entorpecen el más bello sentir del AMOR en mayúsculas, que es ese sentimiento de unión, simple y al mismo tiempo GRANDIOSO.

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