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¿Qué harías por tus hijos?(1)

En relación con el /la ex.

Por casualidad, al poner en marcha el televisor, apareció en pantalla un programa desconocido para mí hasta ese momento: “Ex, ¿qué harías por tus hijos?”. Me sorprendió el título y decidí esperar un tiempo para saber de qué se trataba.

No sé por qué creía que quizás era un programa serio, aun así aguante media emisión del mismo para poder decir con exactitud y conocimiento: ¡Vaya fiasco!

De todos modos, saqué (siempre intento aprender de todas las situaciones) algo productivo: un tema sobre el que reflexionar.

Ante una pregunta de este calibre, la respuesta que casi todos los padres damos es “lo que haga falta” y ahí es donde encontré el punto de inflexión. Utilizo esta expresión partiendo de la siguiente explicación (encontrada en este blog):

«La expresión implica también, que en el punto de inflexión, hay que buscar el sentido a las cosas en ese mismo punto, considerando que el punto donde se produce el giro inesperado, es el lugar de partida para otra nueva situación completamente diferente».

Aquí es donde el giro inesperado hace, para mí, acto de presencia, ¿qué pasa con tanto hacer?, ¿a veces lo que haga falta no es quizás el “no hacer nada”?

Cuando una pareja con hijos se separa, empieza un largo periplo donde se intentafamily sunset mediante conversaciones llegar a un acuerdo. Muchas veces, ya no se parte de buenas intenciones, aunque digamos continuamente que: “SÍ, que vamos a buenas”. Como diría mi abuela se dice “con la boca pequeña”, vamos, se dice pero no se siente.

Otras veces, las buenas intenciones existen, sin embargo, nos resulta difícil dialogar con la otra persona y, en otras, los acuerdos se pactan y nunca se cumplen.

Una vez, me contaba una clienta el problema que sostenía con el padre de sus hijos desde el día que se separaron. Por problemas que no vienen al caso, el ex marido tenía una situación económica bastante precaria y ella, teniéndolo en cuenta, nunca le apremiaba con la pensión, incluso cuando dejó de pagarla no insistió ni interpuso demanda alguna. Sabía que era una guerra inútil y decidió no desgastarse en la batalla.

El problema surgió cuando tuvo que empezar a pagar los desplazamientos de su hijo menor para que este pudiese visitar a su padre. Aquí empezó una larga andadura de rencor y resentimiento. Por un lado, no quería hacer daño a su hijo impidiendo verle mientras que, por el otro, se sentía utilizada y manipulada, ya que más de una vez el muchacho se había quedado en la estacada (con los billetes ya comprados) porque su padre había cambiado de planes por “obstáculos imprevistos”.

Comprendió, al irse trabajando el tema en las sesiones, que la relación padre/hijo no era un tema en el que ella debiese intervenir o interceder, era un aspecto íntimo de ambos del que ella debía permanecer al margen. El comportamiento, en este caso del progenitor, sería visto por su hijo tal cual era, sin tapujos ni apaños por parte de la madre, y no se trataba de demostrar que el hombre era un mal padre, sino más bien de evitar que la madre se convirtiera en una bruja perversa que sintiese la necesidad de dañar al hombre por su actitud hacia ambos: ella y su hijo.

Si el padre quería ver al chico, tenía que ser él quien se ocupase de toda la logística. Aquí aparece el giro inesperado, este punto de inflexión del que hablaba, se trata de que ese “hacer lo que haga falta” se convierta en “no hacer nada” porque, seguramente, en este momento es mucho mejor que seguir haciendo.

A veces creemos como padres que hemos de volcar todas nuestras energías haciendo, cuando en bastantes de estas ocasiones sería mucho más sano invertir dichas energías en sostenernos y dejar que las situaciones sigan su curso sin empujarlas, aunque lo hagamos con la mejor de nuestras intenciones.

Seguiré con el tema…

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.