Madres: El instinto materno

 

Sobre la maternidad se ha hablado y se sigue hablando extensamente. A su alrededor circulan toda una serie de mitos que a muchas mujeres nos han hecho sentir como unos verdaderos monstruos.

Creo conveniente recordar que, a pesar de que algunas creencias son aceptadas por la mayoría de la sociedad, esta circunstancia no las convierte en dogmas o verdades irrefutables necesariamente. Cuando nuestra propia experiencia nos enfrenta a ellas, haciendo evidente la divergencia de nuestra realidad con el ideal aprendido, puede que nos convirtamos en unas mentirosas,  incapaces de sostener la propia versión de la situación, aparentando ante el mundo y ante  nosotras mismas el papel adjudicado.

Nos sentimos, a pesar de la ocultación,  como monstruos alienígenas, ya que raras son las mujeres valientes capaces de compartir ciertos sentimientos sobre este tema.

 

El instinto materno.

Existe la creencia de que las mujeres tenemos un chip en nuestro interior que en determinado momento se dispara y nos hace desear ser madres a toda costa. Muchas de nosotras, conforme llegamos a la edad adulta, compartiendo nuestra vida en pareja, nos sorprendemos alguna vez escuchándonos por si oímos la llamada, el clic en cuestión que nos indique que llegó el esperado momento.

Cuando esto no sucede, en lugar de aceptar que la naturaleza ya no es lo que era, que la evolución durante siglos de sociedad industrializada nos ha vuelto menos animales y hemos perdido por el camino bastante de nuestro instinto (no entraré aquí a opinar sobre lo negativo o no de este hecho), nos obsesionamos pensando que algo malo nos sucede, que no somos normales  y que, a pesar de no sentir este impulso, quizás debamos tener un hijo: “no sea que, más adelante, pueda arrepentirme por no haberlo hecho”.

A veces sucede lo contrario: estando solas sin pareja, nos parece oír el insistente clic clic del reloj biológico correr y nos aterra pensar que se nos puede “estar pasando el arroz”. Realmente, no nos planteamos si deseamos o no ser madres, nos pesa el pensar que quizás estamos perdiendo la opción de serlo.

Quizás, una vez tomada la decisión, después de dar a luz, ¿dónde está ese sentimiento de amor incondicional que se supone debe inundarnos?

“Es la experiencia más maravillosa”. “Sentí una gran emoción, se me saltaban las lagrimas”. “El dolor del parto es el que se olvida más fácilmente”.

Frases similares a estas las hemos oído todos, nos dan a entender que tener hijos es algo especial y único cuando el parto, no nos engañemos, es el acto común y necesario para la perpetuación de cualquier especie animal. No pretendo quitarle importancia, tan sólo quisiera extraerle ese falso glamour del que se ha rodeado.

No hace tantos años atrás, nuestras abuelas daban a luz en el campo y la “maravillosa experiencia” quedaba reducida a una experiencia más de ese día, ya que, muchas de ellas, debían seguir trabajando.

Este es el primero de una serie de artículos donde iré profundizando en el tema de los mitos y creencias sobre la maternidad. Por ahora, simplemente reflexiona sobre cuánto de verdad hay en tus pensamientos al respecto, date cuenta de tus verdaderos deseos, del peso de la sociedad o de las creencias familiares con las que has crecido y habla sinceramente con otras personas al respecto. Puede que te sorprendan sus opiniones.

Los hijos han de ser fruto del amor y del deseo, ya que son regalos con impuestos incluidos, como con el dinero de la lotería: no pagas por el premio en sí mismo, sino por lo que haces con él.

Si tienes alguna duda o te interesa tratar algún tema en concreto puedes contactar conmigo por teléfono o correo electrónico.

 

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