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Sugerencias para desapegarte.

 

– Aprende a reconocer cuando estás reaccionando, cuando estás permitiendo que alguien o algo tire de ti. Generalmente cuando empiezas a sentirte ansios@, temeros@, indignad@, rechazad@, avergonzad@, preocupad@, confundid@ o a lamentarte. Emplear las palabras “es que ella o él me ha desapegarsehecho…” a menudo indica que estamos reaccionando. Perder nuestra sensación de paz y serenidad probablemente es el indicador más poderoso de que estamos atrapados en algún tipo de reacción.

– Ponte cómod@. Cuando reconoces que estás en medio de una reacción caótica, di o haz lo menos posible hasta que puedas restaurar tu nivel de serenidad y de paz. Haz cualquier cosa que te ayude a relajarte: Respira profundamente unas cuantas veces; sal a caminar; limpia la cocina; ve a casa de un/a amig@; medita… en definitiva, cambia de actividad. Encuentra una manera de separarte emocional, mental (y si es necesario) físicamente de aquello a lo que estás reaccionando. Busca una forma de librarte de la ansiedad.

– Analiza lo que ha sucedido. Si se trata de un incidente menor, serás capaz de sobreponerte tú sol@. Si el problema es serio, o si te perturba seriamente, tal vez quieras discutirlo con un/a amig@ que te ayude a aclarar tus pensamientos y emociones. Las dificultades y los sentimientos crecen cuando tratamos de apresarlos en nuestro interior. Habla acerca de tus sentimientos. Asume la responsabilidad de ellos. Siente verdaderamente lo que estés sintiendo. Nadie te hizo sentir así. Alguien pudo haberte ayudado a que te sintieras de determinada manera, pero el sentimiento lo sentiste tú. ¿Estaba alguien tratando de molestarte? (Si hay duda al interpretar algo como un insulto o rechazo, prefiero creer que eso no tuvo nada que ver conmigo. Me ahorra tiempo y me ayuda a sentirme bien conmigo misma.) ¿Estabas tratando de controlar a alguien o alguna situación? ¿Qué tan serio es el problema o el asunto? ¿Estás tomando la responsabilidad del otro? ¿Estás enfadado porque alguien no adivinó lo que en realidad querías o lo que en verdad querías decir? ¿Estás tomando la conducta de otro de un modo demasiado personal? ¿Alguien oprimió sentimientos de culpa o de inseguridad? ¿Es en verdad el fin del mundo, o es meramente algo triste y decepcionante?

– Descubre qué necesitas hacer para cuidar de ti mism@. Toma tus decisiones basándote en la realidad y tómalas en un estado de ánimo apacible. ¿Necesitas pedir disculpas? ¿Quieres olvidarte del asunto? ¿Necesitas hablar con alguien de corazón a corazón? ¿Necesitas tomar otra decisión para cuidar de ti mism@? Cuando tomes tu decisión ten en mente cuáles son tus responsabilidades. No tienes la responsabilidad de que los otros “vean la luz” y no necesitas “enderezarlos”. Tienes la responsabilidad de ayudarte a ti mism@ a ver la luz y de enderezarte. Si no te sientes en paz con alguna decisión, olvídala. No es tiempo para tomarla todavía. Espera hasta que tu mente esté estable y tus emociones estén tranquilas.

 

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La adicción es una enfermedad familiar

Los roles de los niños codependientes.

Los niños también participan en la enfermedad familiar de adicción. Ellos adoptan papeles diferentes para sobrevivir en una situación de caos.Roles

El héroe es generalmente el papel del hijo mayor de la familia. El héroe o heroína es el niño o la niña más responsable y actúa como el segundo papá o la segunda mamá de los otros niños. El héroe trata de lograr la aprobación de otros, especialmente la de los adultos. Pueden ser líderes en la escuela; son buenos estudiantes y buenos trabajadores. La psicología inconsciente del héroe es: si soy bueno, mi familia no puede ser tan mala y posiblemente pueda mejorar. De esta manera el héroe es codependiente también porque piensa que su conducta puede cambiar la conducta del otro.

El segundo papel generalmente es el de la oveja negra o el escapista. Este niño ha aprendido que la atención negativa es más fácil de lograr que la atención positiva. La oveja negra está metida en problemas con la familia, la escuela y posiblemente con la ley. Este niño experimenta con el alcohol o las drogas muy temprano en su vida o puede tener un embarazo fuera del matrimonio muy joven. Su codependencia se manifiesta en la negación de sus sentimientos verdaderos con la conducta de rebelión. Esta conducta extrema distrae la atención de la familia del problema primordial y facilita la negación de toda la familia.

El tercer papel de los niños es el niño perdido. Este niño no causa ninguna molestia y evita muchos conflictos. El niño perdido vive aislado de la familia y pasa mucho tiempo solo, desarrollando una vida de fantasía. Por eso puede ser muy creativo. Este niño no confía en las personas fácilmente y se acerca más a las mascotas y a los muñecos. Su codependencia se manifiesta inconscientemente en la negación de su necesidad de otros. Su soledad e independencia tienen la característica de compulsión. Compulsivamente los niños perdidos evitan a la gente.

El cuarto papel es el del hijo menor, y se llama el payaso (en el buen sentido de la palabra). Usa su buen sentido del humor para llamar la atención hacia él y distraer la atención de las tensiones que hay en la familia. Es bromista, encantador y muchas veces es muy mono. La codependencia de este niño es que se siente responsable del dolor de la familia, y cree que debe aliviarlo con buen humor y bromas.

Estos papeles pueden desarrollarse en cualquier familia que tiene crisis. Cuando hay crisis física, como un familiar con cáncer, o una crisis económica fuerte, o hay otras compulsiones en la familia, los familiares adoptan estos papeles de codependencia inconscientemente para sobrevivir en un sistema de caos. 

La familia es un sistema, si tocamos una parte, las demás partes se mueven para equilibrarse. Este hecho implica esperanza para las familias en crisis. Si un familiar cambia su conducta de codependencia, el resto de los familiares tienen que equilibrar el sistema con cambios también. La recuperación personal es la respuesta para la familia alcohólica u otra familia en crisis.

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Patrón de comportamiento de una persona codependiente.

Los codependientes son cuidadores de los demás, rescatadores. Rescatan, luego persiguen, y terminan siendo víctimas.

Triangulo de KarpmanEl triángulo del drama de Karpman, y sus papeles de rescatador, perseguidor y víctima son la obra y la observación de Stephen B. Karpman y con él se explica el comportamiento del codependiente.

Rescatar y cuidar significan eso precisamente. Rescatamos a la gente de sus responsabilidades. Nos hacemos cargo, cuidamos de sus responsabilidades en vez de dejar que ellos lo hagan. Luego nos enojamos con ellos por lo que hemos hecho. Nos sentimos usados y nos da lástima de nosotros mismos. Ese es el patrón, el triangulo.

Rescatamos cada vez que tomamos las responsabilidades de otro ser humano, los pensamientos, sentimientos, decisiones, conductas, crecimiento, bienestar, problemas o destino de otra persona. Las acciones siguientes son una forma de rescatar:

– Hacer algo que no queremos hacer.

– Decir que sí cuando queremos decir que no.

– Hacer algo por alguien aunque esa persona es capaz de hacerlo por ella misma y debería estar haciéndolo.

– Satisfacer las necesidades de la gente sin que nos lo hayan pedido y antes de que hayamos consentido en hacerlo.

– Hacer más de lo que en justicia nos toca hacer una vez que se nos ha pedido ayuda.

– Consistentemente dar más de lo que recibimos en una situación particular.

– Arreglar los sentimientos de la gente.

– Pensar por los demás.

– Hablar en nombre de otra persona.

– Sufrir las consecuencias de la conducta de los demás en vez de que sean ellos quienes las sufran.

– Solucionarle a la gente sus problemas.

– Poner más interés y mayor actividad en una labor conjunta que los que pone la otra persona.

– No pedir lo que nosotros queremos, necesitamos o deseamos.

Después de que rescatamos, inevitablemente nos movemos a la siguiente esquina del triángulo: la persecución. Nos volvemos resentidos y nos enojamos con la persona a quien tan generosamente hemos “ayudado”. Hemos hecho algo que no queríamos hacer, algo fuera de nuestra responsabilidad, hemos ignorado nuestras propias necesidades y deseos, y nos enojamos por ello. Para complicar más el asunto, esta víctima, esta pobre persona que hemos rescatado, no siente gratitud por nuestra ayuda. No aprecia suficientemente el sacrificio que hemos hecho. La víctima no se porta como debiera. Algo no ha funcionado bien, de modo que sacamos el hacha.

Algunas veces la gente no se da cuenta o finge no darse cuenta de nuestro mal humor. A veces hacemos lo imposible por ocultarlo. A veces desatamos toda la fuerza de nuestra furia; esto lo hacernos especialmente con nuestros familiares. Algo en la familia tiende a que mostremos cómo somos en realidad.

La mayoría de las veces la gente que rescatamos inmediatamente percibe el cambio en nuestro estado de ánimo. Lo vieron venir. Era justo el pretexto que necesitaban para volverse contra nosotros. Y ahora les toca a ellos ser perseguidores.

Esto puede preceder, darse al mismo tiempo o seguir a nuestro sentimiento de enojo. A veces las victimas responden a nuestro enojo. Generalmente es la respuesta al hecho de que nosotros hayamos asumido la responsabilidad de esa persona, lo cual de manera directa o indirecta le dice qué tan incapaz creemos que es. La gente resiente que se le diga que es incompetente, no importa que lo sea o se muestre como tal en algunos momentos o situaciones. Y se resienten con nosotros por agregar el insulto de enojarnos con ellos después de haberles señalado su incompetencia.

Llegamos a la etapa final, nos convertimos en la víctima. Este es el predecible e inevitable resultado de un rescate. Abundan sentimientos de desamparo, de dolor, de pena, de vergüenza y de lástima por uno mismo. Hemos sido usados otra vez. No nos han apreciado otra vez. Hemos luchado tanto por ayudar a la gente, por ser buenos con ella. Nos lamentamos, “¿Por qué? “ “¿Por qué me pasa esto SIEMPRE a mí?” Otra persona nos ha pisoteado, nos ha golpeado. Y pensamos: “¿Siempre seremos víctimas?” Probablemente, si no dejamos de rescatar y de cuidar a los demás como si fuéramos su niñera.

Debes romper este triángulo, desapégate, sé responsable de ti mismo, de nadie más. Ayuda sólo cuando te lo pidan.

 

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Ser hijo de adictos.

Los hijos de un adicto pueden también convertirse en coadictos (llamamos coadicción a la codependencia, en el caso concreto, de los familiares de adictos a tóxicos).

Cuando el progenitor adicto abandona sus responsabilidades como tal, siendo el otro progenitor quien se hace cargo de las mismas, hace que sus hijos por mimetismo sigan su ejemplo. También suele ocurrir que alguno de los hijos se ve forzado a asumir el papel dejado por su padre o madre coadicta, con lo que en cualquiera de las dos opciones, está responsabilizándose de un rol que no le corresponde.

CoadicciónLa pareja del adicto, sin darse cuenta, compromete a sus hijos en esta lucha: insiste en que sean modelos de buena conducta cuando el progenitor adicto está presente, o  no les permite actuar como niños alegando que pueden molestarle (sobreprotegen al adicto por encima de las necesidades de los menores), o si son un poco mayores les impiden hablar de la enfermedad, o que no intervengan… Esto hace que se responsabilicen de la enfermedad y aumente su sentimiento de culpabilidad. Llegan a creer que la enfermedad se origina por  no seguir ellos las consignas, que suelen ser directrices a veces ambiguas, a veces incongruentes y, que ocasionan en el hijo la sensación de no hacer nunca lo correcto, hagan lo que hagan.

El progenitor coadicto puede establecer alianzas con sus hijos, haciéndoles participes de confidencias, creando vínculos de complicidad y llenándoles de preocupaciones y responsabilidades que no les corresponden; ya que hacen ocupar al hijo o hijos un lugar jerárquico inadecuado dentro del sistema familiar. Las confidencias son propias entre esposos, teniendo estos una relación horizontal, mientras que en una relación sana con los hijos se establece una relación vertical que no incluye confidencias en esta dirección (de arriba abajo). Si se establecen, es de los hijos hacia los padres (de abajo a arriba) no a la inversa.

Este tipo de acciones, más los posibles malos tratos de los que pueden llegar a ser víctimas, crea en los hijos lo que se ha dado en llamar la indefensión aprendida (ver artículo). La autocompasión del progenitor coadicto se transmite creando en los hijos sentimientos de minusvalía, privándoles con ello, de la adquisición de coraje y valentía para enfrentarse a la realidad.

Es necesario que los hijos puedan reconocer, aceptar, y expresar sus sentimientos negativos. Cuando esto es posible y se busca una vía de desahogo que no haga daño a nadie (grupo de apoyo y terapia), las personas se sienten mucho más capacitadas para gestionar sus problemas. Aceptar actitudes sumisas por su parte, no validar su enfado y no dejarles mostrarlo, va en contra de su amor propio y daña su sentimiento de valía.

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Culpa vs responsabilidad

¡Me pones de los nervios!!

¿Cuántas veces habrás dicho esta frase o cualquier otra similar?

La verdad es que yo, muchas, incontables veces.

Cada vez que tu marido se retrasa y se le olvida llamarte. Cuando tu mujer se tira media hora para elegir unos dichosos zapatos que ponerse. Cada vez que uno de tus hijos deja las zapatillas tiradas en cualquier lado. Cuando alguno de “ellos” se olvida de bajar la tapa del inodoro, de cerrar la puerta del baño, de… Cuando el jefe te encarga la peor tarea…Discusión

Da igual el motivo, siempre es algo que hacen los demás y por su culpa tú te sientes alterado, enojado, frustrado. Hacemos responsable al otro de lo que a nosotros nos sucede.

Nos sentimos agredidos por las actuaciones de los que nos rodean, damos por sentado que el mundo debe adaptarse a nuestros deseos, nuestras necesidades, a nuestras exigencias, al fin y al cabo. Y olvidamos de que en esta relación, en esta situación, intervienen dos y este segundo, al que no identifico como parte activa del conflicto, soy YO mismo.

El sufrimiento ante ciertas circunstancias de la vida aparece cuando no nos hacemos responsables de la experiencia en toda su magnitud.

Tenemos una idea subjetiva (aunque la revistamos de lógica, y la tachemos de “socialmente establecida”) sobre cómo deben ser las cosas, y aplicamos esta rasera a nuestro entorno. Sin darnos cuenta de que esa es solo nuestra apreciación que viene dada tanto por nuestros deseos como por nuestras carencias.

Si a mí me gusta la casa recogida, creo que todos deben recogerla. Si alguien se retrasa, tiene la obligación de avisar ya que, si no, es un desconsiderado. Si somos pareja, debemos estar siempre juntos; si no preguntas mi opinión, eres un egoísta, si…si…si…. Condiciones, condicionantes. Leyes que imponemos sin saber, sin que nos importe si el otro está de acuerdo, si el otro sabe lo que me pasa…

Y me dirás: pero… ¡si es lógico!

Pues no: es habitual hacerlo, aunque la lógica no debería intervenir aquí para nada.

Cuando pasa esto, no estoy hablando sobre mí, sobre lo que siento con respecto a lo que haces o dices; lo que hago es acusarte de que lo que estás haciendo no es lo que a me conviene para que YO me sienta bien.

En lugar de hacernos cargo de nuestra experiencia, nos pasamos la vida intentando transformar al mundo para que se nos adapte. Eso es una manipulación, que no hace más que perpetuar nuestro malestar.

Si escoges cualquier situación de las que te molestan y preguntas a otras personas lo que sienten en las mismas circunstancias, encontraras opiniones de todo tipo: algunas como tú se sentirán afectadas, a otras les será indiferente, a otras incluso les parecerá normal…  Esto quiere decir, que la acción o situación por sí misma no implica malestar. Es como tú la encajas; la interpretación que le das es lo que te hace estar mal.

La terapia Gestalt ayuda al individuo a hacerse responsable de su experiencia. Lo ayuda a darse cuenta de cuál es la emoción que lo embarga cada vez que se enfrenta a determinadas situaciones o personas. A aceptar que se siente así, entregarse plenamente a la sensación, a la emoción y trabajar esto que es suyo.

El “otro”, ese del que nos solemos quejar por sus acciones u omisiones, tendrá sus asuntos; pero esos no son los que a ti te duelen, los que te molestan; los que te alteran y hieren son los tuyos propios.

Suelen ser heridas que sufrimos en la infancia, situaciones que no supimos solucionar de manera satisfactoria y vamos arrastrando toda la vida como la cola de una novia.

Y no se trata de buscar culpables en el pasado, se trata de solucionar el cómo vivo en el presente.

Desde la Gestalt se habla de responsabilidad, nunca de culpabilidad, ya que todos hacemos lo que podemos, como podemos. Eso no nos hace verdugos y mucho menos víctimas. Simplemente personas que reaccionan.

Cada vez que nos sentimos atacados, reaccionamos. Y solo nos sentimos así porque hay una herida abierta en nuestro interior donde encaja como un guante esa acción, palabra o situación.

Del mismo modo que frases como la del título son reacciones automáticas en ti, ese “otro” al que tú consideras “el agresor” tiene también sus reacciones automáticas de las que también es responsable, pero no culpable. Cada uno camina por la vida con sus heridas de guerra y de lo que se trata es de ir sanándolas, no de echarles sal.

Yo sano las mías, tu sanas las tuyas y cuando nos encontramos, sanamos las nuestras (1)

(1) Adaptación muy, muy libre de la oración gestáltica

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La coadicción

La coadicción (o también llamada codependencia) es una enfermedad tan cruel como la del mismo adicto, y aunque no conozco ningún estamento oficial que ofrezca asistencia a los afectados mediante un protocolo claro y preciso, empieza a ser reconocida como tal y se la cataloga como disfunción.

EsposasEn realidad, la codependencia no es exclusiva de personas relacionadas con enfermos toxicómanos, puede “contraerla” toda aquella persona que esté en contacto por su trabajo o por la convivencia: con personas perturbadas, con problemas de conducta o trastornos compulsivos destructivos.

Hablaré aquí refiriéndome a los codependientes como coadictos, es decir los adictos a los adictos.

Es una enfermedad de la persona más allegada al adicto, que ocasiona una relación enfermiza entre ambos, ayudando con ella a convertir al adicto en un inválido psicológicamente. Es decir: minusvaliza su personalidad, fomentando su inmadurez, su incapacidad por valerse por sí mismo, para tomar según que decisiones y ejercer responsabilidades. El adicto, gracias a esta conducta sobreprotectora, se convierte en un parásito.

A veces, para conseguir la recuperación del adicto, primero hay que conseguir que sus allegados acepten la existencia de la enfermedad, ya que el codependiente se vuelve tolerante a la conducta cada vez más destructiva y anormal del adicto.

Estas conductas permisivas son las que impiden que el adicto asuma la responsabilidad de sus acciones, obstaculizando la recuperación.

La coadicción genera: obsesión, conductas inapropiadas de rescate, de compulsión y control, falta de límites: deseos de hacer cambiar a la persona adicta dejando de vivir la propia vida para vivir la del adicto, falta de autoestima, sensación de impotencia y fracaso…

En su obsesión constante hacia la conducta del adicto, se pierden los límites del propio yo, confundiéndolos con los del otro; y se siente, se piensa y se actúa en función del adicto, olvidándose de las propias necesidades y deseos.

Se entra en un estado de compulsión pretendiendo salvarlo, llegando a conductas inapropiadas de rescate que pueden ser, por ejemplo: acompañar o seguir al adicto en sus correrías con la intención de protegerlo para que no le pase nada, o llamar a todos los hospitales y centros de salud buscándolo, prestarle dinero, sacarlo de la cárcel, ceder a sus amenazas, madres que compran droga para el hijo,… Existen casos, que se han dado en llamar en algunos ámbitos “toxicómanos consortes”, que son aquellas parejas de adictos, que sin ser ellos propiamente enfermos, toman las mismas sustancias, simplemente por el hecho de acompañarles. Estas personas padecen una pérdida total de identidad.

También es importante señalar la función controladora común a todo coadicto, ya que toma bajo su cargo las responsabilidades tanto familiares como profesionales del adicto. Todo ello, por un convencimiento de que es lo adecuado, debido a su complejo de salvadores.

El adicto toma sustancias y el coadicto vive enganchado a la ilusión de que su comportamiento y cuidados salvaran al adicto de su enfermedad. A la persona coadicta le cuesta mucho aceptar que la recuperación está en manos del propio adicto, y no en las de ella, ya que al no existir limites internos claros, permite que la conducta de la otra persona la afecte.

Las personas coadictas forman el grupo más íntimo del enfermo. Suelen ser los padres y la pareja, aunque los hijos u otros familiares que convivan con él también pueden serlo, según la edad y las circunstancias que les envuelvan.

Son los adictos al adicto, que a pesar de haber perdido la confianza e incluso a veces temerle, siguen a su lado, incapaces de abandonarlo a su suerte.

Por un lado, no  pueden alejarse de él porque se sienten culpables de dejarles en ese estado. Por el otro, su sentimiento de autoconmiseración (vanagloriarse y enorgullecerse de su posición de víctima inocente  y sufrida) también se lo impide; ya que al carecer de autoestima y de intereses propios, solo este sentimiento les hace creer importantes.

A veces es la muerte del adicto la que rompe el lazo; ya que tanto algunos padres, parejas e incluso hijos son incapaces de abandonarlo a pesar de sus  negativas hacia un tratamiento de rehabilitación o las múltiples recaídas.

Para que la recuperación sea exitosa, es tan importante la recuperación del adicto como de todo su entorno. Si una de ambas partes sigue enferma, la recaída es más probable.

Sólo con terapia es posible superar la codependencia. La alteración emocional creada no se soluciona porque el adicto se recupere; las deficiencias, tanto psíquicas como emocionales, deberán ser tratadas para poder ser recuperadas y así desarrollarse como una persona equilibrada que puede hacer frente a las vicisitudes de la vida.

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