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Magia o el arte de solucionar apegos sin esfuerzo.

 

 

piedrasNo he encontrado todavía la varita mágica que consiga disolver los conflictos. Hoy por hoy, tanto a nivel personal como profesional, el único sistema que conozco para superarlos y aprender a gestionar mejor las dificultades es una combinación de aceptación, voluntad y constancia.

Mi opinión personal al respecto es que, sin un mínimo de esfuerzo por mi parte, resulta imposible que se realice ningún cambio. Si quieres escalar una montaña, hay que subir por ella, no hay otra opción.

Últimamente, estoy recibiendo, tanto en consulta como vía mail, ciertas demandas de ayuda que vivo como una petición de conjuros. Siento que las personas, angustiadas por sus dependencias y conflictos mal gestionados, ven en mí (o en cualquier terapeuta) una especie de bruja o maga poderosa que puede con un simple toque (sea un consejo, sea un libro, sea una mirada) lograr que sus problemas se vayan disolviendo.

La Gestalt es una psicoterapia experiencial; coloquialmente hablando, uno ha de vivirlo, sentirlo, experimentarlo. Simplemente con la comprensión mental no es suficiente y, a pesar de que los libros de autoayuda se merecen todo mi respeto, no son suficientes para conseguir una “verdadera” transformación; son consejos recibidos, no vivencias en propia piel (si me lo dices lo olvido, si me lo enseñas lo recuerdo, si me involucras aprendo).

Hace poco explicaba la razón neurobiológica (ver Tropezar con la misma piedra) por la cual, aun sin querer, repetimos una y otra vez acciones con las que ya no estamos de acuerdo. ¿Cómo es posible cambiar entonces simplemente con y por el deseo de hacerlo?

En este caso, el deseo sería ese pensamiento que les dice que “eso”, sea lo que sea (acción o actitud), está ya fuera de lugar y que, por tanto, es necesario eliminarlo de su arsenal.

La confusión creo que se debe a que este pensamiento parte de una premisa totalmente equivocada: no hay que eliminar, más bien hay que añadir.

Para conseguirlo, distingo varias fases en este proceso:

1-Darme cuenta de que algo no funciona.

2-Aceptar que esa parte pertenece a mi “caja de herramientas” y, aun así, quiero conseguir nuevos instrumentos que se adapten mejor a mi “forma de trabajar” actual.

No me canso de repetir que cualquier mecanismo neurótico es como un programa informático que en su momento fue necesario para que la computadora funcionase, pero que actualmente mi maquina lo está utilizando para resolver cuestiones para las que ya no es necesario, vamos, que quizás está obsoleto para resolver algunas cosas. No hay que eliminarlo, sino más bien quitarle el “clic” que lo hace actuar siempre por defecto (aceptación).

3-Observar cuándo se cuela y no desesperarse por ello. Aceptar que lo aprendido en años no va a ceder espacio en días.

4-Mantener una actitud constante y relajada para conseguir realizar una mejor opción (voluntad). 

5-No desfallecer, seguir intentando mejorar (constancia).

Uno de las demandas que recibo más asiduamente es cómo poder desapegarse de una relación, cómo puede conseguirse dejar de pensar en esa persona, cómo alejarse sin sufrir, cómo…

Cuando éramos niños, el apego emocional fue lo que nos mantuvo vivos: el apego a la madre que nos nutría y a los adultos que nos protegían. El apego fue nuestra base emocional. El problema surge porque a veces este apego en lugar de ser lo que llamamos un apego seguro, es ansioso-ambivalente o ansioso-evitativo (http://www.youtube.com/watch?v=qaXcjExnhbM)

De algún modo, lo instaurado en aquella época lo hemos arrastrado hasta nuestra edad adulta, nos quedamos anclados en esas deficiencias y seguimos intentando resolverlas.

El apego es lo que nos hace estar juntos, es sano y necesario pero, como todo, en su justa medida. Hay apego en las relaciones de pareja, entre padres e hijos, entre amigos. El apego es “bueno”, eso sí, sin exceso; es bueno estar juntos pero “no revueltos”.

No hay receta mágica, no hay varita, no hay conjuro ni brebaje que consiga que una persona coadicta, codependiente o dependiente emocional (no son sinónimos pero casi) pueda superar este malestar sin esfuerzo. Estas personas viven en constante sufrimiento y, para salir del agujero en el que están inmersas, necesitan atravesar el dolor que las hace permanecer apegadas al frío, duro y oscuro pozo. Hay muchos rasgos caracterológicos que nos hacen ser personas dependientes, conocerlos sería el primer paso, luego viene la carrera de obstáculos.

Lo difícil no es desapegarse, sino adquirir las “herramientas” necesarias para no volver a caer en la misma trampa, es decir, para conseguir ser una persona no dependiente. Lo mejor en estos casos es empezar un proceso terapéutico para conseguir una vida saludable a medio y largo plazo.

Fotografía cedida por mi amiga Rosa Narvaez. Gracias.

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Tropezar con la misma piedra.

 

 

“El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.piedras

A pesar de haber oído e incluso verbalizado esta frase muchas veces a lo largo de mi vida, y aun habiendo experimentado en propia piel la verdad que encierra, hasta hace poco no he comprendido cuál es la razón que nos hace caer en la repetición aun sabiendo a nivel racional que “eso no me conviene y no quiero repetirlo”.

Los últimos avances en materia de neurociencia nos aportan una explicación clara y contundente al respecto:

“…Ya en los años setenta, Benjamin Libet, reconocido investigador de la Universidad de California, puso en entredicho la realidad de nuestro libre albedrío. Después de haber podido aislar con electrodos la zona del cerebro que correspondía a la toma de decisiones, pidió a unos voluntarios que hicieran un movimiento de dedos. En todos, la zona identificada como zona de la decisión se activaba casi medio segundo después de que los voluntarios hubieran hecho el movimiento. Es decir, que la decisión venía después del acto. Por supuesto, las personas objeto del estudio estaban convencidas de haber tomado primero la decisión y después haber movido la mano” (*)

Posteriormente, ha habido otros científicos que han realizado experimentos  semejantes:

“…Haynes, (…) realizó un experimento con la ayuda de un escáner cerebral en el que las personas debían tomar decisiones sencillas. Tenían frente a ellos dos botones y podían decidir si pulsaban el de la izquierda o el de la derecha (…) Se registró la actividad cerebral de los voluntarios y se vio claramente que se podía predecir su decisión, si iban a pulsar el botón de la izquierda o el de la derecha, ¡hasta siete segundos antes de que la hubieran tomado!”(*)

Esta sería la explicación de porqué nos cuesta tanto cambiar ciertas respuestas o ciertos actos a pesar de que ya no estemos racionalmente a favor de los mismos.

Desde que decidimos (cognitivamente) hasta que ejecutamos lo decidido, pasa tiempo y esto suele hacernos sentir frustrados, ya que solemos creer que la cabeza es la que manda y, según esta premisa, no comprendemos lo que nos sucede.

La conclusión de dichos experimentos es que gran parte de los procesos neurológicos son inconscientes y que preceden a las decisiones conscientes, lo cual explicaría la razón por la que a pesar de nuestras buenas intenciones, llevar a cabo decisiones que implican un alto grado de voluntad (por ejemplo, empezar una dieta y apuntarse o ir al gimnasio) son tan dificultosas.

Esto es lo que sucede en terapia: la mayoría de los clientes quieren cambiar sus actitudes y sus comportamientos, saben lo que quieren hacer pero les cuesta realizarlo. Llegar a conseguirlo es un trabajo lento y constante.

Dentro de las sesiones, cuando vamos desgranando (terapeuta y cliente) la experiencia vivida (emociones, sentimientos, pensamientos) es como si volviésemos a revivirlo pero a cámara lenta. El trabajo de observación del terapeuta puede ayudar a registrar lo vivido inconscientemente, de manera consciente, con lo que iniciaríamos un nuevo aprendizaje sobre cómo resolver la situación.

Por decirlo de forma simple, poseemos un registro de respuestas y nuestro cuerpo reacciona aportando en cada momento la que considera pertinente, muchas veces, tal como sabemos, de manera contraria a nuestros deseos. Para cambiar este automático, necesitamos ir poco a poco. Todo lo que vamos experimentando en las sesiones de terapia va creando nuevos caminos que a base de práctica se volverán “transitables”.

Por tanto, si nuestro cerebro reacciona siete segundos antes de nuestra consciencia, la próxima vez lo hará habiendo integrado parcial o totalmente la toma de consciencia de la sesión terapéutica. Aunque no lo parezca, no procesará exactamente igual que siempre la información, sino que, de manera sutil, ya será en parte nueva la respuesta.

Siguiendo este proceso, llegaremos a la meta, eso sí, paso a paso.

Como siempre les recuerdo a mis clientes: Primero la consciencia y, luego, ya vendrá el cambio.

(*)Durand, Alain. “Reflexiones sobre la autorregulación organísmica y la consciencia a la luz de las neurociencias”. Revista de Terapia Gestalt. Nº 33

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El cuerpo grita… lo que la boca calla

 

flores de bach“La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el alma”

                                             Dr. Bach

 
Muchas veces…
El resfrío “chorrea” cuando el cuerpo no llora.
El dolor de garganta “tapona” cuando no es posible comunicar las aflicciones.
El estómago “arde” cuando las rabias no consiguen salir.
La diabetes “invade” cuando la soledad duele.
El cuerpo “engorda” cuando la insatisfacción aprieta.
El dolor de cabeza “deprime” cuando las dudas aumentan.
El corazón “afloja” cuando el sentido de la vida parece terminar.
El pecho “aprieta” cuando el orgullo esclaviza.
La presión “sube” cuando el miedo aprisiona.
Las neurosis “paralizan” cuando el niño interior tiraniza.
La fiebre “calienta” cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad.
Las rodillas “duelen” cuando tu orgullo no se doblega.
El cáncer “mata” cuando te cansas de vivir.
¿Y tus dolores callados? ¿Cómo hablan en tu cuerpo?
La enfermedad no es mala, te avisa que te estás equivocando de camino.
Me parece bonito compartir este mensaje:
EL CAMINO A LA FELICIDAD NO ES RECTO.
Existen curvas llamadas EQUIVOCACIONES
Existen semáforos llamados AMIGOS
Luces de precaución llamadas FAMILIA
Y todo se logra si tienes:
Una llanta de repuesto llamada DECISIÓN
Un potente motor llamado AMOR
Un buen seguro llamado FE
Y abundante combustible llamado PACIENCIA.

Piensa en ello, si quieres…

Estoy bien de salud

 

Me encontré hace unos días con un conocido, hacía tiempo que no nos veíamos y fue una grata sorpresa. Como la mayoría de la gente en estas circunstancias, los primeros intercambios verbales suelen abarcar todas las convenciones sociales establecidas: ¿qué tal?, ¿cómo estás?, ¿tu familia?, ¿el trabajo?…

En este caso concreto, le pregunté específicamente por su mujer, la cual tiempo atrás había estado seriamente enferma. Fue su respuesta la que me ha hecho reflexionar y escribir este post:

“Bien, muy bien; de salud está perfectamente, ahora de la cabeza…”Postura de meditación en yoga

No es una frase inusual, cualquiera puede entender que la enfermedad física ha remitido, pero que su estado emocional no es del todo satisfactorio. Aunque, recapacitando sobre ello, vi mucho más allá de este simple significado.

El lenguaje es un vehículo mágico, que no sólo nos ayuda a mantener una mejor comunicación con nuestros semejantes, sino que expresa de manera inconsciente las opiniones, los sentimientos que albergamos sobre los diferentes aspectos, en definitiva, nuestras creencias o al menos con las que nos hemos criado y crecido. Desde la costumbre y el automatismo lo usamos sin percatarnos de si realmente estamos de acuerdo o no con aquello que decimos, reforzando, con la expresión, creencias o situaciones determinadas.

A pesar de que conscientemente sabemos que la salud abarca cualquier matiz de nuestro organismo, ya sea físico o mental, seguimos separando las enfermedades como físicas y psicológicas y, todavía más, dar como saludable nuestro estado por el aparente hecho de que a nivel corporal no haya síntomas disfuncionales aunque quizás sí los haya a nivel emocional.

¿Cómo puede estar mi cuerpo saludable sino lo está mi mente? o ¿cuánto tiempo permanecerá saludable mi cuerpo si mi mente no lo está?

Todo lo que pensamos, lo que sentimos, aquello en que creemos configura no sólo nuestra manera de actuar sino también nuestra estructura. Somos barro en constante modelaje.

No creo en el pensamiento positivo, no estoy de acuerdo con aquellos que opinan que todo tiene solución favorable si ponemos nuestra intención en ello. Estoy convencida de que en la vida uno se encuentra con situaciones incómodas, desagradables incluso a veces terribles, que es imposible cambiar o alterar simplemente por pensar positivamente en su solución.

Sin embargo, sí creo que somos capaces de mejorar, o al menos de no empeorar más nuestro estado, si aprendemos a ser conscientes en cada momento de nuestros pensamientos, sentimientos y actos.

El lenguaje es nuestro ritual cotidiano, con él reafirmamos o desconfirmamos nuestras acciones, nuestras emociones. Nos damos fuerza o nos la quitamos. Nos equilibramos o nos segmentamos.

Si tomas conciencia de lo que realmente dices, no de lo que crees estar diciendo, puede que te sorprendas de lo que estás invocando.

¿Recuerdas aquella frase que dice: “cuidado con lo que deseas”? Hoy podríamos darle una nueva pero igual de interesante lectura: “Cuidado con lo que dices”, ya que puede entorpecerte la vida.

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Calma.


 ¡Ay! ¡Se me está haciendo tarde! Tengo que marcharme ya… La basura, aprovecho para bajarla ahora…Voy con prisa, pero mejor ahora que tener luego que subir y bajar de nuevo… ¡Buf, cuánto ruido y sólo he abierto la puerta!… ¡Va, va, a ver si acabáis de pasar de una vez y puedo salir a tirarlo todo… No sé si llegaré a coger el autobús que pasa a y 10… quizás me saldría más a cuenta ir directamente hacia el metro… aunque me queda más lejos… aunque si cambio la ruta… Primero lo del gestor y el abogado luego… pero tengo médico dentro de una hora… además a la una tengo que estar…Calma

Esta podría ser una de mis mañanas, o quizás de las tuyas. O podría ser totalmente diferente y, sin embargo, seguir siendo lo mismo: vamos acelerados.

¿Acaso no existe la manera de poder hacer las cosas de un modo más tranquilo?

Seguramente, muchos de vosotros pensaréis que es imposible, que para realizar todas vuestras obligaciones y actividades de forma relajada el día necesitaría tener unas pocas horas más. Sin embargo, nuestra aceleración no está realmente ocasionada sólo por la cantidad de actividades que nos vemos obligados a realizar sino por nuestra actitud ante ellas.

Observad qué os motiva a la hora de decidir qué acciones vais a llevar a cabo durante el día. Obviamente, habrá algunas que estaréis irremediablemente abocados a realizar: ir a trabajar, ocuparos de vuestros hijos si los tenéis, cocinar, comer… Habrá otras situaciones en que podáis ser más flexibles y postergarlas temporalmente: quizás aspectos burocráticos, recados varios o determinadas visitas.

¿Qué nos impulsa a querer hacerlo todo y además de este modo? Por un lado, nos creemos en la obligación de ser rentables, eficaces y efectivos tanto en nuestros trabajos como en la vida familiar. Además, debemos conciliar totalmente ambas actividades sin tener que renunciar a ninguna de ellas o, por el contrario, primamos una a expensas de la otra. Nos creamos unas expectativas tan elevadas sobre nosotros mismos que nos abocan a una lucha constante contra todo y todos para intentar hacerlas realidad.

Hay que ejecutarlo todo ahora mismo y con la mayor diligencia posible. ¿Por? Porque así corresponde ¿Para? Para tener un mejor sueldo, para tener un mejor trabajo, para ser mejor padre, para ser mejor persona, para ser el mejor, para… para tener tiempo más tarde para descansar. ¿Y cuando se supone que pararemos a descansar: por la noche, los fines de semana, en vacaciones?, ¿Cómo vamos a descansar si  nuestro cuerpo está tan acelerado y ansioso que es incapaz de relajarse en ningún momento?

Por otro lado, ¿qué sucede cuando no hay nada por hacer? Quizás te sientas aburrido, pienses que estás perdiendo el tiempo y que estás desaprovechando tu vida. Es como una necesidad de exprimir el tiempo antes de que acabe. Cuantas más cosas hagas, más interesante será tu vida. O eso crees. Muchos no sabemos parar y estar en silencio, estamos tan poco acostumbrados a la soledad y a la calma que confundimos estas sensaciones con algo negativo.

Esta aparente inmediatez con la que realizamos todas las actividades, esta lucha por alcanzar las metas planteadas, este afán por comerse el mundo, en el fondo no es más que una postergación de la vida misma. La aceleración con la que nos movemos nos obliga a andar de puntillas, dejando siempre para más tarde el permanecer en “este momento” y disfrutar o al menos tener conciencia de lo que realmente sucede.

La educación nos ha enseñado a funcionar así, por tanto, para vivir plenamente sería conveniente desaprender lo aprendido. Tomarse un tiempo para pensar con calma lo que se quiere hacer y cómo, permite realmente ser más efectivo en la realización y, al mismo tiempo, funcionar sin estrés. Marcarse prioridades reales: lo que quiero, lo que debería y lo que puedo hacer. Decidir lo que vale la pena y a qué coste.

Actuar despacio no es perder el tiempo, sino todo lo contrario, nos permite poner atención en lo que estamos haciendo y apreciarlo en toda su magnitud.

Una de nuestras asignaturas pendientes es la respiración. Es cierto que todos respiramos, pero de manera tan superficial que simplemente mantiene en funcionamiento nuestro organismo, no nos permite tomar conciencia de lo que es la vida, de lo que comporta y de lo que nos aporta.

Respirar correctamente, con inspiraciones profundas y espiraciones lentas, nos obliga a ralentizar nuestro modo de actuar y eso nos ayuda a apreciar todo lo que sucede, tanto en nuestro interior como en el entorno.

La calma no es más que un estado corporal, una actitud que podemos elegir. Respirar amplia y tranquilamente, además de permitir una correcta oxigenación, relaja nuestra musculatura y evita contracturas. Ayuda a que nuestras digestiones sean menos difíciles. Nos hace conscientes de las sensaciones y los sentimientos que nos acompañan en cada momento. Nos permite apreciar el momento presente y disfrutar de él.

Vivir es no perderse nada de lo que sucede ahora mismo, sea más o menos agradable según el periodo vital en el que nos encontremos. Vivir no significa correr para hacer miles de cosas, vivir es ser consciente de cada cosa que hagas.

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Hijos dependientes/padres sacrificados.


Cuando somos padres, intentamos mediante la educación dar a nuestros hijos las herramientas necesarias para vivir en la sociedad. Uno de los aspectos que más nos preocupa es que sean felices y autosuficientes, el problema radica en cómo propiciar esos resultados.

Está claro que conseguir felicidad, como estado total de placer, es una meta totalmente utópica.  Sí, por el contrario, les hacemos comprender que el estado de bienestar es aquel en el que aceptamos equilibradamente todo lo que nos sucede y rodea, ya habremos logrado mucho.happy family

Me gustaría incidir más aquí en la consecución de la independencia, que no estaría desligada en absoluto de este sentimiento de aceptación que propicia el bienestar.

Si una persona no es emocionalmente independiente, aunque se desenvuelva aparentemente como individuo autónomo dentro de la sociedad, sigue ligada a emociones y sentimientos que le inmovilizan (bloquean) dificultándole conseguir una vida satisfactoria.

En el mundo animal, está muy claro cómo conseguir la independencia de las crías. Llegado el momento determinado en que han conseguido un grado de movilidad suficiente y han aprendido las técnicas rudimentarias para proveerse de  alimento, suelen ser abandonadas a su suerte.

En nuestro caso, a pesar de que el instinto sigue siendo el mismo, es decir, el ser independientes, nos domina la necesidad neurótica de poseer y de vivir nuestra vida a través de los hijos y el propósito de educar a un niño para que sea independiente se confunde con la idea de educarlo para aferrarse a él.

La única manera de conseguir que nuestros hijos sean independientes es serlo nosotros mismos. El mejor modelo de enseñanza sigue siendo el ejemplo. Los niños aprenden por mimetismo y a base de práctica. Cuanto más impedimos que hagan cosas por sí mismos, más les estamos atando a nosotros.

Si, además, tú eres de los que se sacrifican, les presentas un modelo de comportamiento sacrificado. Cuanta más prioridad das a cualquiera antes que a ti mismo, más les impides la autonomía, ya que tu ejemplo les enseña que “antes los demás que yo”. El hacer cosas por los demás es algo admirable pero, cuando las haces a expensas de ti mismo, lo único que enseñas es a comportarse de una manera que sólo puede engendrar resentimientos.

Ya de pequeños, nuestros hijos muestran ese impulso hacia la autonomía con el famoso “yo solo, yo solo”. Además de favorecer este aspecto práctico, el hecho de que se acostumbren a respetar nuestros espacios y nuestras necesidades les ayudará de igual modo en este camino a la individualidad.

La llegada a la adolescencia es un momento crucial. Cuando nuestro hijo ante una situación X nos responde “no quiero hablar de ello” y se encierra en su habitación, suele costarnos no invadir su espacio intentando que se “abra” y nos explique lo que le sucede para, así, poder “ayudarle”.

No somos conscientes de que no estamos buscando satisfacer con “este tipo de ayuda” una necesidad suya sino, todo lo contrario, una nuestra. Dejarle espacio para que se sienta libre de hacer o decir lo que quiera, dejarle enfrentarse a los problemas por su cuenta (independencia emocional) nos desconcierta, pero es nuestra manera de dejarle crecer y facilitarle la madurez.

Si, llegado el momento, el abandono del nido se desarrolla en una atmosfera sana, no implicará crisis, ni disturbios, ni problemas, ya que es la consecuencia natural de una vida eficiente y positiva. Si, por el contrario, se crea una situación donde la culpa y el miedo a desilusionar a los padres marcan la pauta, estos sentimientos pueden seguir influyendo en las personas durante toda su vida, hasta tal punto que, a veces, la relación matrimonial se convierte en una relación filial, más que en una relación en la que dos individuos comparten una vida en condiciones iguales.

El no saber desligarse de los padres, el no haber madurado de cría a individuo autónomo, nos convierte en seres apegados y dependientes; estaremos buscando siempre terminar el proceso y proyectando en nuestras relaciones más íntimas este conflicto abierto.

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Beneficios de la meditación.

Interesante vídeo que nos habla de los beneficios de la meditación.

Enseñar a nuestros hijos este tipo de técnicas sería un buen legado, quizás así conseguiríamos realmente ayudarles a ser felices. 

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Armonía

 El término «armonía» deriva del griego ἁρμονία (harmonía), que significa “acuerdo, concordancia” y éste del verbo ἁρμόζω (harmozo): “ajustarse, conectarse”.

En el diccionario nos encontramos, entre otras, con estas acepciones:Armonía

1-.Conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras: armonía de colores.

2-.Amistad y buena correspondencia de unas cosas con otras: vivir en armonía.

Cuando nos referimos a ella en un contexto relacional (familia, pareja, trabajo,…) la utilizamos comúnmente como sinónimo de paz.

Y cuando lo hacemos en referencia a nosotros como individuos,  hablamos del equilibrio entre cuerpo y espíritu.

Pero solemos olvidar que no es necesaria la perfección para la existencia de la armonía en el mundo, sino la compensación.

Estar en armonía con uno mismo significa encontrar nuestro centro, ese lugar desde el cual podemos hacer frente a las diversas situaciones. Y para ello, es conveniente aprender a diversificar para ver la totalidad.

De la misma manera que nos relacionamos en diferentes ámbitos (familia, trabajo, amigos), en nosotros mismos también hay diversas facetas (aspecto físico, éxito profesional, status social…) y en cada aspecto obtenemos diferentes grados de satisfacción. A veces, cuando algo se desajusta, solemos generalizar y sentimos que “todo va mal”.

Desde la Terapia Gestalt, ayudamos a las personas a discernir el conflicto del todo. Las acompañamos en este trabajo de aceptación, intentamos guiarlas para que vislumbren que, incluso ante el conflicto más difícil, siempre hay aspectos favorables que nos ayudan a sostenernos y a seguir adelante.

Para apreciar el placer es necesario saber qué es el dolor, de lo contrario, no podríamos distinguirlos. Ambos, son  parte de la vida y, uno no puede existir sin el otro.

Vivir armoniosamente es saber apreciar lo que nos rodea y no desvalorizar TODO sólo por UNO.

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Enfermedades, alertas del cuerpo.


¿Qué es capaz de hacer el cerebro al cuerpo o al revés?

La relación es como nos decían en la escuela: biunívoca. Va en las dos direcciones; es decir, el cerebro influye en el cuerpo y el cuerpo en el cerebro. Quizás no nos lo creemos, pero es cierto.

Una buena caminata, unos ejercicios de desbloqueo, una charla donde descargues tu malestar…, pueden ayudar a aliviar el insomnio.
Una buena paliza a un saco de boxeo te ayuda a soltar la rabia, te tranquiliza y te hace recuperar el humor.

Quizás estés pensando que todos estos ejemplos son anecdóticos, que no son propiamente enfermedades. Bueno, ¿cuántas mujeres sufren de candidiasis vaginal (Candidiasis crónica: El sindrome oculto del siglo XXI) y tratamiento tras tratamiento ven que no remiten los síntomas? Ni medicina alopática, ni cambios de alimentación, nada es suficiente, vuelven una y otra vez con virulencia. Conozco algunas de estas mujeres que hasta que no han incorporado la terapia a su tratamiento no han podido eliminarlas.

Las enfermedades son un grito de atención del cuerpo, es una alerta que nos hace ser consciente de que hay algo que no funciona o algún hecho que se nos está pasando y al que deberíamos prestar atención.

Cada vez que cojo un resfriado, pongo atención: tengo mucosidad, es de pecho, tengo tos, me lloran los ojos… y una vez observado, me pregunto: ¿Qué consigo con esto?

A veces me he sorprendido dándome cuenta del tiempo que llevaba sin parar y que la única forma en que mi cuerpo ha conseguido que descansase ha sido obligándome: si tengo fiebre, tos, malestar general si no me paro del todo, al menos mi ritmo de trabajo disminuye.

Durante años sufrí de un eczema en la piel que aparecía de forma periódica. De forma rotatoria, en la muñeca, codo,… Hasta que me di cuenta que tenía un problema de contacto: tenía una relación muy estrecha con una persona con la que no quería estar. Cuando tomé una decisión y me alejé, el eczema desapareció.
La piel es el órgano de contacto por excelencia. El tacto está en ella y recibimos y damos a través de la piel.

Observemos enfermedades mucho más graves: cáncer, hepatitis… Nos tendríamos que preguntar primero de todo qué son y qué hacen estas enfermedades. Qué me ocasiona el hecho de tenerlas, cómo cambia mi día a día, mi relación con los que me rodean, conmigo misma. Quizás podemos sorprendernos.

Hay libros muy interesantes y que pueden ser de gran ayuda sobre estos temas; autores como  Adriana Snacke, Christian Fleche, Thorwrald Dethelfsen, Rüdiger DahlkEric Rolf

Observar, prestar atención, tener cuidado, no quiere decir que nos hará libres de enfermedades, invencibles e inmortales. No, siempre habrá, ya que son alertas de nuestro cuerpo y porque además hay un plazo, una fecha de caducidad; todo tiene un principio y un final. Una máquina, un planeta, un astro, un cuerpo humano, con el tiempo se desgasta y llega al fin de sus días.

Lo importante no es que desapareceremos sino cómo hemos vivido, y de lo que se trata es de vivir lo más equilibradamente posible.

 

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Enfermedades: ¿físicas, psíquicas o psicosomáticas?

Los conflictos trabajados en terapia no es necesario que sean solo de tipo caracterial o de relación, también las llamadas enfermedades físicas tienen lugar.

Todas pueden ser tratadas, o al menos escuchadas, desde la terapia. El cuerpo nos habla y, si se le da voz (una técnica expresiva de identificación), podemos saber cuál es el problema de fondo que se manifiesta. Hay veces que sólo con la toma de conciencia, los síntomas remitirán. En otros no, pero será más fácil el tratamiento y la recuperación o, en último caso, la aceptación.

No quiero decir con esto que trabajar el síntoma signifique buscar una eliminación del mismo; lo conveniente es entenderlo. Hay veces que suprimirlo sin más es peor que dejarlo seguir, ya que puede ser una válvula de desahogo que tiene el organismo(1). No se trata de luchar contra, sino de ir con.

Hay autores que nos hablan de la clara relación de determinadas enfermedades con estados o conflictos emocionales. Todos ellos son de la opinión (y cada vez son más los científicos y médicos que están de acuerdo) que no existe la distinción entre enfermedad física o psíquica.

El ser humano es un todo, resulta imposible separarlo en segmentos independientes desconectados entre sí. Cualquier alteración, cualquier pequeño contacto en un punto, repercute necesariamente en el resto del organismo.

Fijaos por ejemplo en  el uso de las placas de descarga. Vamos al dentista porque tenemos molestias en los maxilares y nos duele la boca, o es el mismo profesional el que nos dice que hay algo que no funciona, que hacemos demasiada fuerza y estamos desgastando las piezas dentales de tanto apretar.

Si hiciéramos un estudio, podríamos comprobar qué tienen en común todos estos individuos, y creo no equivocarme al aventurar que sería el estrés o, más propiamente, rabia contenida.

Sí, este es un ejemplo simple, un detalle, pero debería hacernos pensar: si la rabia no expresada hace que apriete los maxilares con tanta fuerza que poco a poco soy capaz de desgastar los dientes, ¿qué otras cosas soy capaz de hacer sin darme cuenta y qué repercusiones pueden tener?

Si los pensamientos obsesivos me mantienen despierto provocándome insomnio…

Si el miedo me descontrola los esfínteres provocándome descomposición…
Si un trauma puede hacerme perder la vista o la voz…
¿Qué es capaz de hacer el cerebro al cuerpo o al revés?

(1) Hay momentos de tanta ansiedad y tensión, que el cuerpo busca maneras de desahogarse, las fobias o los ataques de angustia serían formas de sacar al exterior el malestar acumulado.

 

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